Ciclón del 35, cuando los vientos se medían a ojo de buen cubero
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La madrugada del sábado 28 de septiembre de 1935 fue la peor vivida por Cienfuegos en sus entonces 116 años de historia. Entre cuatro y cuatro y media el vórtice de un ciclón con vientos de hasta 100 millas por hora trazó sobre la ciudad y su jurisdicción un surco de muerte y ruinas.
Lo peor del caso fue que a la mayoría de los cienfuegueros el meteoro los cogió “asando maíz”, como refrenda el dicho popular. En buena medida gracias a lo contradictorias de las informaciones previas ofrecidas por varios observatorios meteorológicos en la Isla.
Unas amenazantes, tranquilizantes otras, crearon tal confusión en el público que en su mayoría se entregó al descanso nocturno, comentaba La Correspondencia en su edición del lunes 30.
El Observatorio del habanero Colegio de Belén, a la una y media de la tarde del viernes 27, situó al ciclón a 200 millas de Cienfuegos y con rumbo NNE, con peligro para las provincias occidentales y centrales; mientras a la misma hora el Nacional, desde su atalaya en Casablanca, marcaba la posición cercana a Caimán Grande y en dirección Norte.
A las siete de la tarde el propio mirador capitalino lo reportaba a 100 millas de Punta Negril (Jamaica) y advertía de su paso por las provincias de Camagüey y Oriente. El de Columbia (7:15 p.m.) anunciaba la trayectoria por Camagüey a la mañana siguiente, y el de Belén un cuarto después de la medianoche aseguraba que tocaría tierra por Tunas de Zaza, sin peligro para la Perla del Sur.
Tras el paso del fenómeno meteorológico en Cienfuegos el Observatorio del Colegio Monserrat (San Fernando, entre Cid y O’Donell) a cargo del padre Stefania, lo reportó como un ciclón de gran intensidad y por suerte acompañado de pocas lluvias (58 milímetros). La baja barométrica de 713,3 milímetros (*) constituía la mayor registrada por esa dependencia. Añadía que el vórtice del huracán del 21 de octubre de 1895 había marcado 729,8 milímetros en el barómetro de la institución docente de los Padres Jesuitas.
Reportó como velocidad máxima de los vientos cifras entre 96 y 100 millas por hora en el período comprendido de tres a cuatro de la madrugada. Después el anemómetro dejó de funcionar.
El arribo a Cienfuegos del presidente de la República, Carlos Mendieta, a bordo del avión Martí, un Loocked-Electra, en la mañana del domingo 29 fue reseñada en primera plana por La Correspondencia en su edición del lunes. El mandatario permaneció la mayor parte de su estadía de seis horas en el roof del hotel San Carlos. A las cuatro de la tarde, una hora antes de partir, realizó un recorrido por la ciudad devastada.
Dos páginas completas dedicó el diario dirigido por Florencio Velis al capítulo de los daños causados por el meteoro en la ciudad y su entorno geopolítico. Lo principal e irreparable, unas 30 víctimas mortales y alrededor de 200 heridos.
La fuerza de los vientos se cebó con especial saña en el sistema portuario de la ciudad, con la destrucción de la mayoría de sus muelles y almacenes. Como datos curiosos los reporteros apuntaban que la goleta Nina Luisa, cargada con 800 sacos de carbón, fue empujada cuatro cuadras adentro desde su fondeadero frente Punta Bouyón.
Los vapores ingleses Wardere y Magne quedaron varados en Punta Ladrillo y La Majagua, respectivamente. El primero venía por azúcar y el segundo traía arroz.
Resulta imposible reproducir en este espacio el inventario de desgracias, aumentadas por los datos aportados por corresponsales desde Rodas, Congojas, Cruces, Arriete, Cumanayagua, Hormiguero, Santa Isabel de las Lajas y Aguada de Pasajeros, entre otras comarcas vecinas a la Perla del Sur.
Destruidas totalmente resultaron entre otras la estación de tranvías, en la carretera de Caunao; el alambique del ron San Carlos, en la avenida de Reina; la caseta del cable Inglés, en Playa Alegre; el edificio del Frontón Jai-Alai, el Club de Cazadores y Náutico y el hotel Frank, en el Castillo de Jagua, así como inutilizadas las tres estaciones de radio de la ciudad: CMHJ, CMHW y CMHX.
Propio de la época, a falta de un sistema de defensa civil, fue el éxodo de vecinos de Punta Gorda hacia Cienfuegos, a bordo de automóviles a media madrugada y bajo las rachas del huracán.
La instauración de la ley marcial desde la noche del 28 evitó actos de saqueo y pillaje en las calles cienfuegueras, según el apunte de La Correspondencia.
El periodista Luis de Rioja contribuyó a la crítica a la labor de los observatorios en un artículo titulado El barómetro habla, que vio la luz el martes primero de octubre en el propio rotativo. El caso es que en la redacción de la calle San Carlos contaban con un barómetro no profesional fabricado por la casa Aneroide y el equipo de reporteros siguió con atención la lectura de sus registros, según los cuales en todo momento el monstruo climático fijó el norte de su brújula en la antigua Fernandina de Jagua.
Rioja anexó una tabla que contenía la hora, la medición del barómetro y una sui géneris clasificación de los vientos en cada oportunidad. Para el gacetillero las brisas sopladas sobre Cienfuegos cayeron en las categorías de flojo (seis de la mañana del viernes), fresquito, fresco, frescachón, duro, muy duro, temporal y calma relativa (4:15 a.m. del sábado) y luego desciende en forma inversa hasta volver a ser flojos a las once y cuarto de la mañana.
Lo que se dice a ojo de buen cubero.
(*) Se corresponde con las mediciones de la época.
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