Chavela Vargas, mexicana porque le dio la gana

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Chavela Vargas fue excepcional. Nació en Costa Rica, pero decía ser mexicana “porque le dio la gana”. A la expresión le añadía un adjetivo “fuerte y usual en México”, que ustedes pueden imaginar.

Cantó la música tradicional de México con el temple y el acento de la mexicana que llegó a serlo por voluntad propia. En definitiva, ¿a quién tiene que importarle lo que alguien quiera ser?

Adoptó el nombre artístico del suyo propio al combinar su segundo nombre con el primer apellido. Bien le vino para triunfar en un país donde las Isabeles, apodadas Chavelas y Chabelas, son comunes. Y del apellido Vargas, ni qué decir.

La niñez de María Isabel Anita Carmen de Jesús Vargas Lizano no resultó fácil. Originaria de San Joaquín, Costa Rica, llegó al mundo en abril de 1919. Años más tarde, al divorciarse sus padres, la dejaron con unos tíos para que la criaran. Ninguno de los dos aceptaba la masculinidad innata que manifestaba su hija.

Amaba desde muy joven la música mexicana; el cine azteca de la época de oro conquistó su alma. Por sus venas empezó a fluir la sangre del macho bravío. Parafraseando la famosa Canción Ranchera de Esperón y Cortázar, a la chica “le cuadraba más ser pelada que catrina de la ciudad, y francota a carta cabal“, algo que la impulsó a deshacerse de los convencionalismos de aquellos años.

Arribó a México a los catorce años. Llegar a tierra azteca fue para ella una suerte de liberación. Soñó con un México que la atrajo siempre, y ella hizo de esa tierra su propio paraíso. Tanto quiso ese país que creía en sus dioses prehispánicos.

Al inicio tuvo que dedicarse a oficios humildes. Se presentaba en bares, aun sin éxito hasta que un día dejó a un lado el vestido y empezó a usar pantalones para cantar. Dejó de ser ignorada hasta el día que la suerte le sonrió cuando interpretó Macorina, basada en un poema del asturiano Alfonso Camín Meana, quien residió en Cuba y se inspiró en la famosa cortesana habanera.

Chavela se reveló y rebeló para ser como fue; lo hizo contra todo lo que se opuso a su opción de vida. No escatimó descargas “a todo tequila” en la Plaza Garibaldi con José Alfredo Jiménez, y salir juntos de bohemia;como lo hizo con Agustín Lara bolereando el firmamento de las noches mexicanas.
Se echaba encima el poncho rojo que tanto le gustaba usar; disertaba, cantaba y tertuliaba con su amigo Juan Rulfo, el autor de Pedro Páramo. Y frecuentó muchas veces la mansión de su amigo Diego Rivera en la colonia Coyoacán donde departía con su amiga Frida Kahlo, cuya amistad – al decir de algunos – fue más íntima que la intimidad misma.

Con el trago de tequila agitándose en su garganta, el torrente de voz ronca, sentida, violenta y sentimental despegaba vertiginoso entonando rancheras, corridos y boleros que en ella fueron creaciones únicas.

Mucho parecido el de Chavela Vargas con Lucha Reyes, otra incomprendida que terminó en el suicidio a fuerza de incomprensiones. Si Lucha Reyes inauguró el género bravío, Chavela fue la continuadora.

Al oírle cantar La Llorona percibimos cómo revivió para sí aquella vieja leyenda que todavía acaricia el imaginario mexicano.

La originalidad de esta intérprete se apoyó en ella misma. Nació de sí y se tuvo a ella como fin, quizá como necesidad afectiva de su ser, cual impulso biológico. Su canto era ella misma.
El alcohol fue un componente de su arte; se le había hecho imprescindible, y debido a ello perdió los contratos que la alejaron de los escenarios.

Desde 1961 hasta 2012 grabó más de ochenta álbumes, varios de ellos junto a otros grandes de la música mexicana. Subió casi mil veces a escenarios mundiales en los que recibió la aclamación de sus públicos. Triunfó en Europa. Los españoles quedaron admirados por ella y hechizó al cineasta Pedro Almodóvar, con quien hizo algún cine como actriz ocasional y la presentó teatro Olympia de la capital francesa.

A principios de los años 90 regresó a Costa Rica, donde había nacido, donde la recibieron con cariño. En el 2005 se presentó en la Argentina con un éxito tremendo.

Su último álbum lo tituló Luna Grande, que presentó en el Palacio de Bellas Artes de México cuatro meses antes de morir, con el que rindió tributo al poeta español Federico García Lorca.

Vale la pena oír sus interpretaciones. En su soledad siempre cantó a las desgracias que trató de ahogar en el alcohol. Asumió las canciones más coloridas y alegres con el tono que emanaba de su alma. Al fin y al cabo,por su sentir progresista fue una incomprendida,lo que hizo mella en su existir.

Chavela Vargas figura entre las imprescindibles de la música de México y América Latina. Siendo mexicana “porque le dio la gana”, decidió morir allá mismo, en su casa de Cuernavaca, Estado de Morelos en agosto de 2012. Esa voluntad me hace recordar Yo me muero donde quiera, inspiración de Federico Ruiz que estrenó su gran antecesora Lucha Reyes.

Chavela Vargas merece ser escuchada. Hacerlo es pensarla y reconocerla huella que dejó en el pentagrama latinoamericano.

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