Fidel Castro: un líder, un hombre en Revolución

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Agosto huele a revolución, a líder, a hombre de ley. Otra vez llega ese 13 que nos rememora la implacable presencia de una gallardía que no entendía de límites. Fidel Castro siempre trascenderá por revolucionar, bullir o detonar ante cualquier situación que pudiera atentar contra lo que más le inquietaba: la libertad plena de su patria.

Al conquistar en 1959 la definitiva independencia Fidel se ocupó de transformar la vida intelectual y espiritual del país. Cambiaban los sentimientos y las ideas, las motivaciones y los actos en todas las esferas públicas, cada vez con más fuerza, extensión y profundidad. El universo de los medios tenía que transformarse a fondo, como tantos otros campos de la sociedad. Durante su vertiginoso proceso de eventos y cambios, la Revolución trabajó con los medios que existían y con los que ella misma fue creando, en el curso de contradicciones y conflictos crecientes. La intensificación de los enfrentamientos apresuró la crisis y el final de aquel sistema mediante la expropiación de casi todas las empresas privadas de medios de comunicación. El Estado cubano se hizo cargo de ellas.

La gente se fue apoderando de su país: empresas, escuelas, tierras, bancos. Y reivindicaron su condición humana, su dignidad, su ciudadanía y su esperanza. La riqueza social comenzaba a ser repartida entre los miembros de la sociedad. Pero todo era muy complicado y difícil. Se rompieron las relaciones de subordinación que habían regido las vidas de la gente de abajo, las mujeres, los jornaleros, los obreros, los negros, los desempleados.

Lograr el orden social requería de mecanismos delicadísimos en los que se basaba su funcionamiento, su reproducción, su manejo de las contradicciones, los conflictos, y el consenso de las mayorías a ser dominadas y vivir del modo en que vive cada clase y cada sector. Aquel orden se fue desbaratando al mismo tiempo que era identificado y repudiado por las mayorías, y en 1961 ya estaba aplastado y era despreciado.

La Revolución reunía en su cauce victorias inigualables, necesidades sin cuento, urgencias graves, desórdenes y disciplina, dolorosos desgarramientos íntimos y familiares, desbarajuste de las estructuras y organizaciones, desafíos mortales, un descomunal sentido histórico y un hambre insaciable de personas capaces.
El pueblo en Revolución vivía en eterna tensión, cambiaban las relaciones sociales y las ideas que las personas tenían sobre ellas, se tomaban decisiones y se realizaban esfuerzos que hubieran sido impensables años antes. La declaración de que la Revolución era socialista y democrática, de los humildes, por los humildes y para los humildes, la hizo Fidel en la calle a una multitud armada.

La administración de las grandes rotativas había pasado a la Imprenta Nacional de Cuba desde marzo de 1960; entre mayo de ese año y los inicios de 1961 desaparecieron o fueron nacionalizados la mayoría de los medios de comunicación que eran de propiedad privada.

La prensa poseía una riqueza y una diversidad extraordinarias. Empresas privadas publicaban más de una docena de diarios nacionales, varios de ellos con decenas de páginas y secciones en rotograbado, y otros más pequeños pero muy ágiles. En el caso de las revistas, la semanal Bohemia tenía una gran calidad, era la más leída e influyente y la más importante de su tipo; circulaba de México a Venezuela, y llegaba también a Buenos Aires. Bohemia había sido sistemática opositora a la dictadura.

Era una etapa en la que el consumo de estos medios se convertía en la actividad intelectual más extendida e importante de la mayoría de la población de escolaridad precaria y muy poco consumidora de libros. Por su parte, el conjunto de emisoras radiales, nacionales y regionales, gozaba de una audiencia y una influencia descomunales. La novedosa televisión, pionera en América Latina, abría otra fuente de consumo cultural con imágenes en uno de los países del mundo con mayor asistencia de la población al cine. Llegaba a todo el país y avanzaba en numerosos terrenos a una velocidad impresionante. La libertad de expresión tan amplia que existía era, a la vez, una gran conquista ciudadana y un instrumento delicado de manipulación de la opinión y de desmontaje de resistencias y rebeldías.

El proceso revolucionario era el centro de la vida intelectual del país. La alfabetización puso a una enorme parte de la población cubana en posesión de la palabra escrita, enriqueciendo así en un grado muy alto su condición humana, su socialización y sus capacidades, y multiplicó los actores revolucionarios capaces de comprender mejor lo que sucedía, el sentido de su lucha y las razones de su causa, y de participar en las discusiones, las ideas y el proyecto de la Revolución. Es Fidel Castro Ruz el hacedor de un país que aún vive su Revolución.

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Alegna Jacomino Ruiz

Doctora en Ciencias Históricas

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