Bajito, a lo privado: Crónicas de identidad y máscara
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Conocemos el Ying y el Yang, lo femenino y lo masculino universales, lo trágico y lo cómico, los polos opuestos que se complementan. Pues miren, un hombre y una mujer, hermanos además, unieron su talento e imaginación para ofrecernos unas crónicas muy particulares. Me refiero a Magaly y Antonio Ojeda Pozo y su libro Crónicas privadas (Ediciones Mecenas, 2024).
Un elemento muy disfrutable de la obra es la brevedad con que las viñetas o minificciones disfrazadas de crónicas logran condensar escenas interesantes donde ocurren transformaciones rápidas, tanto en lo exterior como en los paisajes del alma.
Tienen los hermanos Ojeda Pozo un bien desarrollado sentido teatral. Muchas de estas piezas breves expanden el aroma de lo dramatúrgico, de la experiencia vivida pero procesada de forma creativa para ser llevada a escena.
Como el buen teatro, que combina la realidad con lo onírico y lo surrealista, en estos textos vemos a un gordo muy gordo que necesita hacerse un espermograma y para ello lo llevan a una sala de psiquiatría. Una señora que ha triunfado en el primer mundo y regresa a su pueblito natal pues no puede olvidar algunas escenas de la infancia y, sobre todo la frase que está escrita en la pared del cementerio.
Ah, qué decir de la económica o jefa de personal de una brigada de agricultores, enredada entre números, almuerzos que repartir y discusiones con el cocinero y su jefe, pero que se le ablanda la jornada debido a un sueño mañanero donde nacía la hija de la luna con el rocío de las estrellas. Ese sueño la persigue y alimenta durante todo el día de vulgar rutina.
Resulta muy disfrutable el buen humor que destilan estas crónicas. El cotidiano humor blanco donde se relatan los encuentros accidentales con Samuel Feijóo y el Benny Moré. El humor azul, con sus chispitas sexuales; y luego una amplia gama que va desde el humor negro que generan las acciones de “Los terroristas”, así apodados los tres hijos pequeños de Valdés; hasta las meditaciones sobre la risa y la gesticulación de los isleños, que despliega el profesor Archibaldo Profixiliárico, pasando por la simulación de Candita Cuevas, esa cuentera exagerada que coleccionaba trofeos de grandes cantantes y estrellas de cine, sin revelar cómo los obtenía.
Pero en medio de lo anecdótico o accidental aparece, siempre sin perder el tono hilarante, una crónica sobre la identidad, titulada paródicamente: “Dime quién soy y te diré quién eres”.
Un hombre trata de entender su esencia, su identidad, nombrando los roles, los papeles que interpretan durante la vida:
“Sí, ya voy en camino. Por supuesto que soy un caminante. Caminante no hay camino se hace camino al andar y al volver la vista atrás hay un perro antipático loco por morder una canilla, punto. Soy un canillú, le grito, soy un gruñón (…) Tengo hambre, me compro una pizza en el local de Omarito. Como, pienso y luego existo, soy un hambriento, inteligente y ser humano…”
No les adelanto más porque el final de la crónica es brillante.
¿Son crónicas? Sí, pero muy personales, muy privadas. Representan secuencias de hechos reales pero tamizados a través de los ojos de dos personas muy vivas que al mismo tiempo se saben personajes de la gran mascarada que es el mundo. Personalidad y personaje; identidad y máscara. Tras el hecho real y el vuelo poético y humorístico, los hermanos Ojeda Pozo consiguen contarnos, bajito, a lo privado, pero con intensidad, varias cosas esenciales sobre la condición humana.
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