Autores básicos de nuestro imaginario visual

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El cine es un arte colectivo, el cual solo fragua cuando un equipo mancomuna sus intereses en función de la mejor cristalización de una obra artística. Cada área del proceso de filmación, edición y postproducción resulta indispensable para la terminación del material fílmico.

Ahora bien, la función del director cinematográfico es realmente esencial, porque este creador comanda las acciones dentro y fuera del plató; al tiempo que proyecta la evolución y la idea conclusiva de esa obra que primero fue guion y luego se convertirá en fotograma.

La historia del cine está repleta de célebres directores, algunos de los cuales ya hemos hablado en los dos anteriores programas en virtud de su contribución al desarrollo del séptimo arte. Pero, por supuesto, existen otros muchos. Uno de ellos —e imposible no considerarlo en un espacio sobre el tema—, es el maestro John Ford.

El realizador de La diligencia dirigió casi 150 películas, muchas obras maestras y es el director más galardonado de la historia del cine, con cuatro Oscar.

Existe un universo fordiano que se conoce como “La gloria en la derrota”. O sea, la dignidad de los humildes ante la adversidad. Que la gente sencilla es siempre mejor que los poderosos. Que una familia es mejor que uno solo, y que una de las cosas más dolorosas es perderla. Que la infancia es un terreno lleno de nostalgia, y que en los horizontes del oeste se forjan las leyendas para imprimirlas.

Profundamente tímido y reservado, pero también nostálgico y romántico, el mundo del cine le permitió expresarse y comunicarse con millones de personas. John Ford entendió de manera instintiva el potencial de las películas. Este medio le posibilitó expresar su visión épica, su sentido del humor, su hedonismo, pero también su visión cruda de la vida, la vertiente dramática de unas historias cuyos personajes imperfectos cometían errores, pero siempre tenían una gran dignidad. Estos personajes, fundamentalmente masculinos, son más solitarios que líderes, y en muchas ocasiones las decisiones trascendentes que toman se basan en la renuncia y el sacrificio personal, en favor de unos ideales.

El idealismo estadounidense proporcionó a Ford sus argumentos, y sus mejores películas se vieron reforzadas por su conocimiento de los conflictos internos del país. Para el biógrafo Scott Eyman, las películas de John Ford pueden interpretarse como una épica que recoge la mitología nacional norteamericana contada por los soldados de a pie, una historia elegíaca y enérgica que Ford veía en parte como fantasía nostálgica, y en parte como una dura y objetiva realidad. De talante conservador, nunca cerró los ojos ante la intolerancia (expresado en el filme Las viñas de la ira) o el racismo contra los indios (manifiesto en su película Fort Apache) o los negros (visible en su cinta El sargento negro).

Otro cineasta básico de la historia es el maestro sueco Ingmar Bergman. Entre finales de los cincuenta y durante la década de los sesenta del pasado siglo, Bergman construye una serie de parábolas —como La fuente de la virgen y El rostro— y varios dramas existenciales que indagan en los desequilibrios psicológicos, las dudas religiosas y las relaciones familiares y de pareja.

Es el momento cumbre de su carrera y se suceden las obras maestras. Dirige lo que se denominará la trilogía de la fe (un concepto que él al principio rechaza, pero acabará aceptando): Como en un espejo, Los comulgantesy la sublime El silencio. Esta exploración de las entrañas del alma alcanza un hito incontestable con la película Persona, que exprime los recursos del cine para ahondar en la complejidad humana con una profundidad que podía parecer reservada a la novela. También a esta época pertenece La hora del lobo, película de terror sobre un artista en crisis que se enfrenta a sus demonios y desata poderosas escenas oníricas.

En la década de los setenta el cineasta deja la metafísica y el blanco y negro y explora con implacable bisturí el universo de la pareja y la familia. El giro se inicia con Pasión, su primera película en color, que hace de puente entre ambas etapas y a la que sigue La carcoma, coproducción con Estados Unidos rodada en inglés. La culminación llega con Secretos de un matrimonio y Cara acara al desnudo, de las más descarnadamente autobiográficas cintas protagonizadas por LivUllman, que fue el gran amor de su vida, y ErlandJosephson, el actor que más de una vez encarnará a su alter ego. A este periodo pertenece también Gritos y susurros, centrada en las relaciones madre-hijas, en la que el cineasta experimenta a fondo con las potencialidades dramáticas del color.

En el cine del maestro soviético AndréiTarkovski cabe destacar la maestría con la que fusiona y superpone realidad y sueño, su tempo lento, la profundidad espacial, el uso de elegantes travellings, tanto laterales como en profundidad, la alternancia del color con el blanco y negro o tonos sepias y desaturados con los que muestra los distintos niveles de la realidad y —por supuesto— la profunda poesía que emana de sus imágenes, de una belleza y poder raras veces alcanzadas en el séptimo arte.

El realizador de La infancia de Iván, León de Oro en el Festival de Venecia de 1962, se mostraba interesado en el hombre y su búsqueda de respuestas de la vida misma, la decadencia de la verdadera espiritualidad en la sociedad moderna y la incapacidad de la humanidad para responder adecuadamente a las demandas de la tecnología, que domina cada vez más todo el espectro de la vida humana.

El maestro español Luis Buñuel fue un cineasta imprescindible, fundamental, de los que ya no se dan y tanta falta nos hacen. Fue un artista libre, que hacía una utilización discreta de la técnica, pero sabía sacar buen provecho de los dispositivos que aquella provee. Hizo valiosas observaciones sobre la conducta de sus personajes con la cámara, con la puesta en escena, con el sonido.

El director de El ángel exterminador reflexionaba desde el cine, una y otra vez, sobre las sordideces de la conciencia humana, las que, según nos muestra, terminan por mover y movilizar a los hombres (por lo general sus personajes principales son varones). La entomología, que era una de sus pasiones, representó una disciplina fértil para acceder a la exploración de lo humano. Este gusto prueba, por lo demás, que no sentía mayor simpatía por el género, de lo que queda constancia en su película Él, en la que el protagonista, ubicado en el campanario de una iglesia, mira como hormigas a la diminuta gente y dice: “Me gustaría ser Dios, para aplastarlos”.

Atormentado en su infancia por la religión, Luis Buñuel supo encontrar en más de una ocasión una revancha aguda, oportuna, inobjetable: en sus manos el cine era una herramienta analítica, rica, provechosa e irreverente.

El maestro suizo Jean-LucGodarddefiende la figura del autor, reconociéndole el derecho de creación. Es decir, autor es aquel quien dirige el filme, quien busca contar historias, hechos, pero de diferente manera, romper con las formas convencionales, abrir una puerta a la creatividad y explorar otras posibilidades, crear al mismo tiempo que se idea, hacer frente a las necesidades según van surgiendo.

Se trata la de Godard de una tendencia innovadora que propone la fusión de documental con ficción, que busca otros rostros, otros personajes y que aúna el azar de la creación con los medios existentes.

Como él mismo afirmó, le interesan los filmes diferentes, “fallidos y regulares”, entre sus directores preferidos destacan Nicholas Ray, Ingmar Bergman o Jean Renoir. El estilo godardiano está siempre ligado a sus escritos, textos que redacta a lo largo de toda su vida y trayectoria, siendo éstos fiel reflejo de sus pensamientos y su forma de concebir el séptimo arte, puesta en escena de su provocadora creatividad.

El cine del director de Sin aliento y Al final de la escapada se caracteriza por su irreverencia y rebeldía respecto al montaje considerado clásico. Hay quienes lo encajan por ese carácter provocador como un exhibicionista, aunque sin duda alguna, resulta difícil hablar de la historia del cine sin hablar de él. Se consolida así como un referente dentro del cine moderno y en especial dentro de la ya en el anterior programa citada Nueva Ola del cine francés. Pero su influencia en el mundo de la cultura no se ceñía única y exclusivamente al del cine, ya que su repercusión en el arte contemporáneo es notable.

Es Jean-LucGodard un genio del cine del siglo XX, provocador, inconformista e innovador, crítico con su entorno y consigo mismo, que mantuvo su postura fiel a los postulados de la Nueva Ola.

Gracias al maestro estadounidense Martin Scorsese, los espectadores de todo el mundo hemos recorrido en taxi las calles de Nueva York; conocimos los sangrientos orígenes de la ciudad que nunca duerme; vivimos una odisea nocturna; nos mezclamos con su mafia local; e incluso tarareamos un tema que, con el tiempo, se ha convertido en un himno oficioso de la “Gran Manzana”. Y todo ello sin levantarnos de una butaca. Tan solo viendo películas como Taxi Driver, Pandillas de Nueva York, La edad de la inocencia; Malas calles, Uno de los nuestros o New York, New York...

Martin Scorsese, el más importante autor fílmico de los Estados Unidos que aún vive, ha indagado en los rincones más oscuros del alma humana, donde la autodestrucción y la espiritualidad se mezclan de forma salvaje. El realizador ha sido siempre arriesgado, profundo, visceral, nervioso y excesivo.

En sus películas se habla de la culpa y de la redención y no solamente desde un punto de vista estrictamente religioso. Ahí están para demostrarlo títulos tan distintos como La última tentación de Cristo y Toro salvaje, la biografía del boxeador Jake La Motta.

Sus personajes han sido casi siempre seres inadaptados que pelean tanto en las aceras de las calles como con su propia conciencia.

El cine de Scorsese es una lucha por encontrarse y comprenderse a sí mismo, como vimos en su última película estrenada hasta el momento, Silencio, la historia de unos misioneros jesuitas portugueses en el Japón del siglo XVII. Su vida ha sido y será el cine y en el séptimo arte ha quedado reflejada su pasión y su ilusión, como apreciamos en su filme La invención de Hugo, centrada en la vida del realizador francés Georges Meliés.

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