Sinfonía audiovisual de una ciudad herida

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A una altura del año como esta, pero en 2010, salía al aire Treme, de las series que deben formar parte de todas las selecciones de la mejor teleficción anglosajona del siglo, transmitida en Cuba.

A propósito del aniversario quince de Treme (HBO, 2010–2013), este espacio convida a recordar un trabajo convertido en espejo musical de Nueva Orleans, reservorio mundial del pentagrama.

En opinión de David Simon, creador de la serie, “la combinación de ritmos africanos y la escala pentatónica con los arreglos e instrumentación europea fueron la contribución esencial de los Estados Unidos a la cultura mundial”. Si alguien piensa así, y rueda una obra serial en un barrio de tanta significación dentro del arte musical como Treme –cuna del jazz–, esperemos magia.

Y la encontramos, desde el mismísimo formidable encadenado de planos detalles del capítulo inicial. Tanto la banda sonora, como la presencia de figuras míticas del arte musical en varios episodios, resultan esenciales en la pieza rodada en el célebre barrio de Treme que da título al material televisivo.

Simon, uno de los guionistas con mayor reputación dentro del medio en su país –creador de The Wire y alguien de quien es proverbial su rechazo a escribir para la diversión o la aceptación de las mayorías–, pone en boca de un personaje de Treme lo siguiente: “A los medios les gusta una narrativa simple que ellos y su público puedan asimilar en su pequeño cerebro”.

Esto resulta una declaración de fe en torno a la visión del hecho creativo por parte de Simon. Él continúa aquí su línea de cronista social de los ambientes menos favorecidos de los Estados Unidos, al rubricar una pieza–reflejo del estado de olvido gubernamental e indefensión de los pobladores de Nueva Orleans luego de la tragedia climática de 2005. Del fallo absoluto del sistema.

Visionar los capítulos de esta novela seriada es asistir al derrumbe moral y físico de un patrimonio (ético, cultural, histórico, arquitectónico), donde sin embargo la misma indignación sobresee la pena y se redime por la vía de la resistencia.

No son perdedores –al menos no por su causa–, sino eternos luchadores, los personajes que enhebran una trama donde el embrujo de jazz, rhythm and blues, cajun, folk, rock, country, zydeco, honky–tonk o el funk no oculta, sino visibiliza, los demasiados puntos grises que ensombrecen a ese mosaico social.

Mosaico social este, presa del abandono y la desidia institucional de un sistema preparado para funcionar al servicio de los poderosos, al cual no le interesó que luego del huracán Katrina la comunidad negra de la ciudad sureña se redujera en un 65 por ciento.

Luego del desastre de hace veinte años, Simon reflexionó: “Nueva Orleans es una ciudad que todavía crea. Incluso en su estado, herida de muerte, incluso después del permanente shock ante la indiferencia nacional, continúa siendo una ciudad que construye cosas. Lo que construye son momentos. Extraordinarios momentos en los que el arte y la vida ordinaria confluyen”.

De dichos momentos extraordinarios se alimenta una teleserie que, pese a su optimista convocatoria a la resistencia de un pueblo y una raza, tampoco esconde su naturaleza de melodía luctuosa.

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Julio Martínez Molina

Licenciado en Periodismo por la Universidad de La Habana. Periodista del diario 5 de Septiembre y crítico audiovisual. Miembro de la UPEC, la UNEAC, la FIPRESCI y la Asociación Cubana de la Crítica Cinematográfica

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