Ser proactivos

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Existen terminologías de época. Por lo general surgen para situaciones que siempre han estado ahí, en determinado momento y lugar; solo que por algún motivo las ignoramos.

Eso es lo de menos hasta un día, en que se esfuma la nube del desconocimiento y caemos en cuenta del significado. Es bueno que cada evento posea una terminología propia; es la mejor manera de hacerla objeto de estudio, profundizarla y aplicarla con efectividad.

Así me sucedió con el término “proactividad”. Primero me confundí; pensaba que ser “proactivo” equivalía, simplemente, a tomar la iniciativa en determinado(s) aspecto(s) de la vida. Hasta cierto punto sí lo es, pero… no es todo.

Además de lo anterior, entraña la capacidad de conducirnos y hacernos responsables de nuestros actos. Para ello hace falta fijarse un propósito, algo que va más allá de condicionamientos externos.

La persona proactiva se conduce desde una elección consciente, diferente a lo que puedan dictar circunstancias, condicionamientos o lo que sienta. El “proactivo” hace lo que entiende que debe hacer, y lo realiza desde su reserva interior.

No es tarea fácil. Una persona proactiva siempre lleva puesta la luz larga en su perspectiva de vida. Jamás se ubica en una zona de confort a esperar que suceda algo que desea; en primer orden traza una estrategia y a partir de ella estudia e implementa las vías para el logro de su propósito consciente.

Es absurda la idea de plantar un manzano en tierra y clima que no sean apropiados para hacerlo. De intentarlo, sería una actuación voluntarista e irresponsable que dista de la proactividad. A no ser que proactivamente hayamos previsto construir un invernadero. Entonces, sí.

Lo contrario del proactivo es el “reactivo”; estos nunca emprenden, están a un lado del camino como simples espectadores “a ver qué sucede” y después “ver qué hago”. Las personas “reactivas” están determinadas por las circunstancias y el ambiente. Casi siempre a la defensiva, se justifican y autoprotegen, son víctimas de sus emociones y de cómo las tratan. Sus proyectos – si acaso los tuviesen – están condenados al fracaso. Dependen de lo casual en lugar de lo causal.

Las proactivas, en cambio, miran hacia delante con solidez de propósito; son ajenas a cualquier estímulo ajeno que ose inmiscuirse en su camino. No le dan permiso a nadie para que las hiera ni les falte el respeto; mucho menos conceden a otro(s) la prerrogativa de guiar su nave.

Al enterarme de todo eso, me convencí de lo importante que resulta para cada uno ser persona proactiva. Es lo que sostiene cada propósito en cualquier aspecto, como “qué quiero estudiar”, “en qué deseo trabajar”, hasta “de qué modo conducir mi individualidad”.

Nada me condiciona, nadie me pone a bailar su son porque sé a qué ritmo deseo hacerlo; por tanto, bailo mi propia música. En definitiva, a nadie dañamos siendo como legítima y respetuosamente optamos ser.

Bienvenido el concepto de proactividad, valioso de aplicar en el autoconocimiento y para fijarlos propósitos de la existencia.

Lleva como enseñanza que su empleo consciente y responsable vence cualquier adversidad del tiempo o de las circunstancias.

Para concluir esta pequeña reflexión, viene a mi memoria un pensamiento del poeta romano Horacio cuando dijo: “Atrévete a ser sensato. Empieza hoy. El que pospone la hora de vivir como debe es igual al rústico que para pasar un río aguarda a que acabe de correr toda el agua”.

Haz de cada adversidad, una oportunidad. Cruza el río consciente de que lo harás; calcula las posibles consecuencias y hazte responsable de ellas con la certeza de que cuanto realizas es para tu bien y el de quienes te rodean. Eso es ser proactivo.

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