¿Pregones de la desesperanza? (+Multimedia y enlaces a trabajos relacionados)

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¡El cloro, el cloro! Suena una voz aguda y ronca a la vez, pero que se escucha en TODA mi torre de 18 plantas, desde el primer piso hasta el 17. Pero no resulta melódico y mucho menos cadencioso el anuncio, sino por el contrario, además de molesto, llega a los oídos como un grito imperioso de que le compren el producto.

Y fíjese que resulta provechoso que lo traigan hasta la puerta, aunque tengamos que pagar un poquito más y venga “santiguao”; porque cargar con el Cl desde el centro de la ciudad, cuando no aparece en los comercios del barrio, resulta un problema para transportarlo. En cualquier momento los “motorcitos” comienzan a cobrar extra por el peso de lo que llevamos.

Pero el tema de comenzar el lead con el halógeno es solo una excusa para comentar sobre el asunto de los pregones y la antropología sociocultural cubana, con el permiso de MI PROFESOR Juan Jesús Guanche, especialista en el tema de marras.

¿Han notado como yo, cómo los pregoneros de hoy GRITAN y se percibe a las claras la necesidad de que les compren?

Malos tiempos corren, y esa es una verdad de Perogrullo, porque la crisis global que vivimos se resiente en Cuba, un archipiélago anclado en El Caribe donde TODO cuesta hoy mucho más de lo que vale, y la laboriosidad se ha perdido, o mejor dicho, el cubano la ha trocado en vender, revender y contrarevender.

Qué diría Moisés Simons, autor del antológico tema El Manisero —interpretado magistralmente por Rita Montaner, ícono cubano de la interpretación musical—, si escuchara los pregones contemporáneos de la Cuba profunda.

O ¿qué escribiría Don Fernando Ortiz, si escuchara al expendedor de yogur, muy buen producto por cierto, y carísimo también, quien cuando pregona, hasta el teclado de mi vieja compu salta sobre la mesa?

Les cuento una anécdota de barrio, porque quiénes seríamos los periodistas sin nuestras vivencias cotidianas:

Salgo un día cualquiera de mi improvisada oficina de teletrabajo en casa, con los pelos de punta, y le espeto a uno de los vendedores que no me dejaba concentrar, juro que en buena forma a pesar del lenguaje directo que me llega por ADN y que me caracteriza:

“Por favor, no grite, en estos pasillos hay muy buena acústica y se escucha perfectamente. Mire, en el apartamento de la esquina viven dos bebés que apenas duermen, y dos médicos que hacen guardias en el Hospital; al lado, vive una anciana de 90 años; en la siguiente casa, otra anciana con demencia senil; y en este huequito de la esquina, un arquitecto que aprovecha los alumbrones para diseñar proyectos…”. Y saben qué me contestó: “ME DA LA GANA”. No les cuento más, porque la respuesta lleva lenguaje de adultos y entonces no publicarían los editores mi comentario.

Cuentan además, los pregones grabados, al menos yo, los soporto mejor, porque no suben a los edificios altos, y en ese acápite se llevan el premio el cono y vaso de helado, por la constancia, y la permanencia. De verdad no sé cómo hacen para congelar el producto con los apagones de temporada; y conseguir la leche, son casi magos y eso hasta merece encomio.

De verdad duele cómo la mayoría de los cubanos de esta orilla cree firmemente que emprender es revender, con cacofonía incluida, y la ecuación no falla porque es directamente proporcional a los pregones contemporáneos de más de 200 decibeles.

La lista es interminable, los colchoneros; pan de varios precios, tipos y formatos (a precio de oro); ajo y cebolla morá; croquetas, queso blanco… productos que se ofrecen a modo de grito, de agresión sonora, que llevan explicita la desesperanza, porque ese por ciento que ganan significa para muchos, el plato del día.

En vìdeo, la Única.
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Magalys Chaviano Álvarez

Periodista. Licenciada en Comunicación Social.

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