Política cultural: sentido, responsabilidad y coherencia

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Por Pedro de la Hoz

Las circunstancias cambian; los principios, no. La Cuba de 2022 no es la misma de dos años atrás, pero sus esencias, lo que somos y queremos ser, no pueden desvirtuarse por muchos obstáculos, imprevistos, presiones externas (lo del bloqueo y la guerra económica, comercial y financiera no es ficción) e insuficiencias internas que se nos presenten. Y una parte sustantiva de lo que somos y nos proponemos ser tiene que ver con la vida cultural y la política que favorezca y conduzca los procesos que fomenten su vitalidad.

En la edición de ayer, el colega cienfueguero Julio Martínez Molina, al abordar en un reportaje la polémica y para muchos irritante intención de los propietarios de un negocio de cobrar un precio exorbitante por la actuación de un dúo de la llamada música urbana, dejó abierta una ventana para la reflexión, cuando apeló a «la necesidad de mejor coherencia entre las transformaciones económicas y la aplicación de la política cultural».

Saltemos por encima del hecho que dio lugar al reportaje. Si de coherencia se trata, habrá que subrayar que los postulados básicos de la política cultural permanecen invariables. No por decreto ni imposición, sino porque se basan en tradiciones y conquistas profundamente enraizadas en nuestro devenir, y en aspiraciones irrenunciables y proyecciones íntimamente articuladas con el programa revolucionario de emancipación, descolonización, desalienación y dignificación de los seres humanos.

Las variables pasan por la interpretación y aplicación de la política y la capacidad para que sus gestores y actores la asuman creadora y responsablemente, sin dogmas ni bandazos, como los que más de una vez han distorsionado su curso.

Si entre los principios de la política figura el reconocimiento al papel de la cultura en el impulso y orientación de los procesos socioeconómicos, tendrá que explorarse a la par cómo los procesos socioeconómicos influyen e incluso por momentos determinan la calidad de la cultura.

Antes aún de que comenzaran a operar los nuevos actores económicos en la sociedad cubana –es más, antes de que se aprobaran las micro, pequeñas y medianas empresas (mipymes) y se extendieran las cooperativas no agropecuarias–, en el diálogo entre las instituciones culturales y las organizaciones de creadores (Uneac y AHS) se puso más de una vez sobre la mesa el tema de las relaciones entre la producción y circulación de bienes culturales y el sector no estatal de la economía (dígase discotecas, centros nocturnos, estudios de grabación, galerías de arte, imprentas y cuanto espacio o servicio incida en la actividad).

Con independencia de avances, que los hay, y asuntos pendientes, muchos más que los deseados, lo que ha quedado claro de una y otra parte es que la política cultural es indivisible. No puede concebirse una política cultural parcelada, fragmentada, manipulada a partir de intereses segmentados. Esto no solo es válido para el sector no estatal sino para todos los sectores. No pocas veces en el seno de las propias instituciones culturales, los medios masivos de comunicación y los espacios turísticos y públicos se han observado lamentables desencuentros entre la política y la realidad.

En el campo de la música, por acotar un terreno en el que se decide buena parte de lo que hemos venido exponiendo aquí, la coherencia entre política y práctica social transita por la reformulación estructural y funcional de la organización y gestión de sus actores y producciones, algo que se ha dilatado demasiado en el tiempo y que fue reclamado por los delegados al IX Congreso de la Uneac, y señalado en la clausura del foro por el Presidente de la República, Miguel Díaz-Canel Bermúdez.

Otro de los desafíos más acuciantes en materia de gestión cultural apunta hacia la capacitación de los cuadros de dirección a escala territorial, específicamente en el ámbito municipal, habida cuenta la relevancia que ocupa ya esa instancia en la vida económica y social de la nación. Capacitación que no debe quedar en el cuadro directamente vinculado a la cultura, sino a todos los cuadros del municipio. Capacitación que no puede ser ajena a la sensibilización y toma de conciencia del papel de la cultura.

Hace poco se cumplió una década de la Primera Conferencia del Partido Comunista de Cuba. Conviene recordar la letra de dos de sus objetivos (el 58 y el 59), en los que se planteó la consolidación de la política cultural de la Revolución, definida por Fidel desde 1961 en sus Palabras a los intelectuales, caracterizada por la democratización del acceso a la cultura en un clima de unidad y libertad; y la exclusión de enfoques mercantilistas u otros de diferente naturaleza que distorsionen la política cultural. Más allá de la letra siempre tendremos que hallar el mejor modo de revelar el espíritu de tan actuales objetivos.

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5 de Septiembre

El periódico de Cienfuegos. Fundado en 1980 y en la red desde Junio de 1998.

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