Muros, cocodrilos y fronteras invisibles: el rostro global de la exclusión migratoria

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En los pantanos indomables de Florida, donde los caimanes acechan entre la maleza y el calor aplasta la respiración, Estados Unidos ha construido una prisión que va mucho más allá de su función carcelaria. “Alligator Alcatraz“, inaugurada por el presidente Donald Trump y el gobernador Ron DeSantis, no es simplemente una instalación para detener migrantes; es una alegoría arquitectónica del miedo, el castigo y la exclusión. Como símbolo, es contundente: rodeado por reptiles, aislado del mundo, convertido en espectáculo, este centro encarna la transformación del inmigrante en amenaza nacional y mercancía política.

Los detalles de su ubicación no son fortuitos. Fue construido en una pista de aterrizaje abandonada en los Everglades, un entorno inhóspito, rodeado de fauna salvaje. Este espacio fue confiscado a Miami-Dade bajo poderes de emergencia. DeSantis lo describió como un “multiplicador de fuerza” para la agenda de deportación masiva del gobierno federal. Las condiciones del entorno —pantanos, calor extremo, pitones y cocodrilos— fueron celebradas, no como desafíos logísticos, sino como ventajas estratégicas. “La seguridad es increíble, tanto natural como de otro tipo”, bromeó DeSantis.

El propio presidente Trumo, antes de visitar el centro, elevó el tono de cinismo institucional que ha marcado su política migratoria: “Les vamos a enseñar cómo huir de un caimán si se escapan. No corran en línea recta. Corran así” —dijo, haciendo un gesto en zigzag con la mano— “Sus probabilidades aumentan alrededor de un 1%”. Lejos de ser una broma aislada, esta frase condensa una visión del poder que rebaja el sufrimiento humano, convierte la detención en entretenimiento y lanza un mensaje claro: en el nuevo orden migratorio, la burla reemplaza la empatía. Es una expresión cínica, cruel y estratégica: trivializa la amenaza real de la detención y, al mismo tiempo, convierte el castigo en una herramienta de comunicación. Se ríe del sufrimiento mientras lo institucionaliza

De la represión legal al espectáculo populista

Trump ha entendido que gobernar no es solo legislar, sino teatralizar. Barack Obama y Joe Biden deportaron más personas —5.3 millones y 4.7 millones respectivamente—, Trump sin embargo ha construido un relato donde la eficacia no se mide en números, sino en impacto visual, en miedo social, en la construcción del “otro” como invasor. Bajo esta lógica, el centro de detención en los Everglades no busca eficiencia: busca simbolismo. Pero además la amenaza es cuantificable, pues ha prometido expulsar a 11 millones de personas. Su arsenal incluye: la revocación del parole humanitario, que beneficiaba a más de 530,000 migrantes vulnerables; el fortalecimiento de ICE con cuotas mínimas de arrestos diarios; y una orden ejecutiva para anular la ciudadanía por nacimiento, en abierta contradicción con la Enmienda 14 de la Constitución.

Esta enmienda, ratificada en 1868 tras la Guerra Civil, establece tres pilares fundamentales: toda persona nacida en territorio estadounidense es ciudadana; nadie puede ser privado de igual protección ante la ley y no se puede quitar libertad o propiedad sin debido proceso legal. Negar estos principios no es solo anticonstitucional: es deshumanizante. Convertir el derecho a existir en una negociación política amenaza la estructura democrática del país.

Indocumentados: la mano que alimenta al sistema

Mientras se construyen cárceles con cocodrilos  y serpientes pintones asechando a las posibles presas, la economía estadounidense se sostiene silenciosamente sobre los hombros de quienes viven sin papeles. Se estima que en los Estados Unidos hay 8 millones de indocumentados que actualmente trabajan activamente en la economía y hay en total, 11 millones no autorizados, incluyendo menores, adultos sin empleo y personas en espera de regularización. ¿Será esta la cifra a la que aspira deportar Trump?

Estas personas trabajan en varios sectores clave: Salud y educación: como cuidadores, auxiliares médicos, personal de limpieza y asistentes escolares; Servicios profesionales y empresariales: en limpieza, mantenimiento, seguridad privada y atención técnica; Construcción: como obreros, carpinteros, electricistas y operadores de maquinaria pesada;  Comercio minorista: en tiendas, almacenes, reparto y logística urbana y la Agricultura y procesamiento de alimentos: en cosechas, empaques, mataderos y fábricas de alimentos, fundamentalmente. Estas labores, muchas veces mal pagadas y sin protección laboral, son esenciales para el funcionamiento del país. La ironía es brutal: quienes son perseguidos como amenaza son también los que hacen posible la cotidianidad del sistema económico.

Europa: muros físicos, fronteras legales

Al otro lado del Atlántico, Europa presenta una versión menos estridente, pero igualmente agresiva. A inicios de 2024, la Unión Europea contaba con 44.7 millones de inmigrantes nacidos fuera del bloque, lo que representa 9.9% de la población total. Si se añaden los europeos migrantes dentro del continente, el número asciende al 12.5%. Los países con mayores flujos migratorios son: Alemania (16.9 millones), Francia (9.3 millones), España (8.8 millones) e  Italia (6.7 millones)

En cuanto a personas sin autorización legal, Eurostat estimó en 2023 que hay al menos 1.27 millones de inmigrantes ilegales residiendo en Europa, un aumento del 15% respecto al año anterior, y del 87% desde 2021. Sin embargo, solo el 23% de las órdenes de expulsión se ejecutan, lo que revela una población atrapada entre el limbo legal y la explotación laboral.

Los métodos europeos son diferentes en forma, pero similares en fondo: se han levantado muros físicos en Hungría, se ha externalizado la represión hacia África, se ha criminalizado el rescate en el Mediterráneo y se han aprobado leyes restrictivas como las de Italia que impiden el asilo humanitario. El objetivo no es detener la migración, sino instrumentalizarla como problema político, al tiempo que se usa su fuerza laboral en condiciones precarias.

El ascenso del fascismo como gestión del miedo

Tanto en Estados Unidos como en Europa, el trato hacia los migrantes ya no obedece solo a preocupaciones demográficas o legales: se ha convertido en una estrategia funcional del capitalismo en crisis. Cuando el sistema no puede ofrecer bienestar colectivo, busca un culpable visible. El inmigrante —pobre, racializado, desplazado— cumple esa función. Se convierte en el blanco perfecto para el discurso de orden, para el populismo autoritario, para el nacionalismo excluyente.

El ascenso del fascismo en ambas regiones no es una regresión histórica: es una adaptación contemporánea. Se enmascara como “seguridad nacional”, se promueve como “protección de valores”, pero opera como una maquinaria que excluye, explota y descarta. Ya no basta con vigilar las fronteras: ahora se castiga la dignidad, se humilla públicamente, se encierra simbólicamente.

El pantano floridano y el muro europeo son dos caras de una misma moneda: el poder que se afirma expulsando. Y mientras se ríe en Washington del caimán que persigue al migrante, o se cierra un puerto en Sicilia a una embarcación humanitaria, se pierde algo más que vidas: se erosiona la posibilidad de un mundo donde nadie tenga que huir, esconderse o pedir permiso para ser tratado como ser humano.

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Andrés Martínez Ravelo

Ingeniero civil. Miembro distinguido de la Asociación Nacional de Economistas y Contadores de Cuba.

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