México en José Martí

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Mucho amó a México nuestro hermano mayor. Llegó allá por primera vez cuando contaba veintidós años de edad, el 8 de febrero de 1875. Arribó por el puerto de Veracruz para tomar un tren que lo trasladó a Ciudad de México.

Cultivó grandes amistades en la capital azteca; el entonces Secretario de Gobierno del Distrito Federal, Manuel Mercado, fue el primero.Lo conoció a través de la amistad que ya tenía con su padre. Al ilustre mexicano, Martí llegó a llamarlo “su hermano muy querido”. Dos décadas después la historia se ocupó de dar testimonio de la amistad y total confianza que siempre los unió.

El 2 de marzo de aquel mismo año, escribió su primera crónica para la revista El Universal, al que siguió un artículo que tituló Variedades de París. Entonces firmaba sus trabajos con el mexicano seudónimo de Anáhuac.

Su actividad era intensa. Pronto fue postulado como socio del Liceo Hidalgo, sociedad que agrupaba a los intelectuales de mayor prestigio en México. En marzo de 1876 la clase obrera mexicana lo nombró su delegado ante el Primer Congreso Obrero.

Antes de finalizar aquel año de su llegada, en el Teatro Principal se estrenó su drama Amor con amor se paga, de cuyo estreno se encargó la compañía de teatro española de Enrique Guasp.

El 20 de noviembre de 1873, con la caída del gobierno liberal de Sebastián Lerdo de Tejada, Martí partió de México, no sin antes dejar escrito para el periódico El Federalista, un artículo que tituló Extranjero.

Regresó a tierra azteca en febrero de 1877 en tránsito a Guatemala donde permaneció hasta noviembre de aquel año, fecha en que regresó temporalmente para contraer matrimonio con Carmen Zayas Bazán, y luego volver a Guatemala, en cuya universidad ocupaba una cátedra de literatura y filosofía.

José Martí tuvo ocasión de manifestar su amor por la tierra de Hidalgo, Morelos y Juárez. Siempre preocupado por el destino político de la que para él fue su segunda patria, le dedicó cuarenta y tres artículos que recogen sus Obras Completas.

Cuando en su exilio neoyorquino publicó La Edad de Oro, aquel México latente en su corazón y memoria lo reflejó en el relato Tres Héroes, donde acerca del cura Miguel Hidalgo y Costilla escribió palabras de encomio.

En su agonía durante la preparación de La Guerra Necesaria por la independencia de Cuba, siempre hubo tiempo para pensar y decir sobre México. Mantuvo una correspondencia ininterrumpida con Manuel Mercado, que recoge expresiones demostrativas de cuán presente estuvo en su vida la tierra azteca. Muestra de ello son estos fragmentos de la correspondencia que transcribo:

“Cuénteme de las cosas de México, que muchas me han de interesar. Yo escribo sin cesar sobre México. Si no quisiera a mi tierra con la lealtad que se debe querer a los desdichados, ¿dónde estaría yo si no al lado de Ud.?

“La familia unida por la semejanza de las almas es más sólida, y me es más querida, que la familia unida por las comunidades de la sangre. (…) Su México es muy bello: le hace falta solamente un poco de virtud espartana para hacer sólida su animada cultura ateniense.

“(…) y diciéndole a quien más quiero en México, digo: adiós a México. ¡Si los pueblos fueran hombres, y se pudiera abrazarlos!

“¡Que si iría a México! ¡Si con tanto brío quiero a México como a Cuba! Y acaso ¡con mayor agradecimiento! (…) Como sale un suspiro de los labios de los desdichados, así se me sale México a cada instante del pensamiento y de la pluma”.

A los sentimientos de amor a México sumó su admiración por las artes. Sintió elogio y respeto hacia poetas como Manuel Acuña, a quien dedicó un trabajo a raíz de su muerte.

Al escribir sobre crítica de arte, dedicó una valoración acerca del pintor Felipe Gutiérrez, y dio a conocer apreciaciones sobre obras de la Academia de San Carlos.

Entre sus innumerables amigos mexicanos contaron el dramaturgo José Peón Contreras, Guillermo Prieto, Manuel Flores, Justo Sierra, Juan de Dios Peza, Juan José Baz y el poeta Manuel Gutiérrez Nájera a quien calificó de “marfil en el verso, en la prosa seda, en el alma oro”.

Manifestó hacia la poetisa Rosario de la Peña, la innata admiración al sexo opuesto. Con la misma pasión de carácter que lleva a un hombre a entregarse pleno a un ideal, sus cartas a Rosario fascinan, como la ocasión cuando le confiesa:

“(…) Rosario: Si pienso en Vd., ¿por qué he de negarme a mí mismo que pienso? Hay un mal tan grave como el de precipitar la naturaleza; es contenerla. A Vd. se van mis pensamientos ahora; no quiero yo apartarlos de Vd. (…)”.

En otro momento le dijo:

“(…) Rosario, me parece que están despertándose en mí inefables ternuras; me parece que podré yo amar sin arrepentimiento y sin vergüenza; me parece que voy a hallar una alma pudorosa, entusiasta, leal, con todas las ternuras de mujer, y toda la alteza de mujer mía. Mía Rosario. Mujer mía es más que mujer común (…)”.

Grande fue el afecto de José Martí hacia México, su historia, pueblo, tradiciones y artes. Un sentir que en todo momento incontenible. El más brillante cubano de todos los tiempos vivió en plenitud el hilo espiritual congénito que nos une.

Toda historia posterior, ya conocida, queda a otros recordarla. Para mí es suficiente con evocar ese amor entre pueblos que él manifestó.


(*) Fragmentos tomados del libro Un cubano en la Plaza Tapatía. Alfonso Cadalzo Ruiz. Secretaría de Cultura de Jalisco, México, 2003 ISBN 970 624 347-X

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