Lo que nos dejó Ramón, el de la Palma
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Ramón de Palma es la primera figura que aparece cuando miro las efemérides que constituyen el año literario en Cuba. Su nacimiento, el 3 de enero, lo ubica al comienzo de un calendario que no sintoniza con las complejidades ocultas en la historia de la literatura a la que pertenece. Tampoco otorga votos a quien, por azar, nació primero y le acompaña un silencio permanente; alguien de quien se habla apenas, se le cita o reconoce. Sin embargo, es una invitación a pensar los 12 meses concatenados, recorriéndolos a partir de sus acontecimientos.
Nació en el año 1812, en La Habana, y murió en esa ciudad, el 21 de julio de 1860. Abogado de profesión, su desempeño literario se desmarca de la creación propiamente dicha. Fue editor, redactor y director de “El Álbum” (1838-1839), distintiva revista cubana del siglo XlX. Colaboró con las más importantes publicaciones de la época: “Rimas Americanas”, “Diario de La Habana”, “El Artista”, “Diario de la Marina”, donde aparece su novela El ermitaño del Niágara, y “Revista de La Habana” , en la que publicó sus Cantares de Cuba. Amigo de Domingo del Monte, fue uno de sus más fieles discípulos. A la mano con José Antonio Echeverría, camarada también del famoso venezolano, fundó, los periódicos “Aguinaldo Habanero” y “El Plantel”, en 1837 y 1838 respectivamente.
Aunque no recibió el reconocimiento de su época en la medida que lo merecía, cultivó, además del periodismo, la poesía, el cuento, la dramaturgia y el ensayo, sobresaliendo —durante la primera mitad del siglo— como narrador. De ese género fue pionero en la introducción de ambientes cubanos. Matanzas y el Yumurí (1837), primer relato indianista en América, lo demuestra.
Fue capaz —osadía intertextual y pastiche literario usado por los experimentos del arte moderno— de reescribir a Silvestre de Balboa, asumiendo con Un episodio de la historia de la Isla de Cuba, en 1837, el riesgo de trasvasar al autor español para completar, cubanizando con su imaginación criolla, el relato histórico en que aquel, durante 1608, basó “Espejo de paciencia”, nuestra primera obra literaria.
Al hacerse eco, en 1830, del libro “Memorias sobre la vagancia en la Isla de Cuba”, de José Antonio Saco y López, no le faltaron agallas para avenirse al pensamiento reformista. Una pascua en San Marcos, su novela, infligió duros ataques a trivialidades, corrupciones e inmoralidades practicadas por las altas clases sociales, enrolándose en polémicas que lo obligan a eludir, en lo posible, las diatribas de sus futuras narraciones, acomodándose a la estética romántica idealista y sentimental.
En “La novela”, artículo publicado en el primer número de “El Álbum”, a partir de acercamientos críticos a las primeras narraciones de Cirilo Villaverde, ofrece un estudio sobre la novela como género, refiriéndose lo mismo a la historia contada que a los métodos empleados en su desarrollo. La importancia del novelista, figura pública que desde el compromiso, dominio de la realidad en proporción a la existencia humana y sus representaciones puede incidir en la vida de los pueblos, más allá de la diversión o el pasatiempo que significa escribir fábulas y entretener, convierte a Palma en alguien que se adelanta a los estudios hoy denominados Teoría de Género.
A quien aprendió latín, filosofía y jurisprudencia en el Seminario de San Carlos y San Ambrosio, dirigió el colegio La Empresa, en Matanzas, durante cuatro años, fue precursor del siboneyismo y solía firmar con el seudónimo Br. Alfonso de Maldonado, la literatura no le bastaba, y en 1855, por ejemplo, ayudó en el desembarco y el intento anexionista de Narciso López. Fue puesto en prisión.
La estrecha relación que produjo entre periodismo y creación literaria, compromiso social, preocupaciones políticas, resaltando la importancia del escritor como agente de cambio, sumando aportes y anticipos, merece que de él nos ocupemos, recordándolo al pie de su nombre completo: Ramón de Palma y Romay.
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