Las Mujeres del Plantón, “la voz de las que no se atreven a hablar” en Colombia
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Con un plantón en 2013, un grupo de 60 mujeres, lideradas por Fanny Escobar Hernández, logró que la Fiscalía escuchará sus preocupaciones, cansadas de la violencia sexual que sufrían las mujeres de la región y la rampante impunidad en medio del conflicto armado. Diez años después, la asociación creció y ayuda a mujeres en todos los municipios de la región de Urabá a alzar la voz, denunciar las violencias de género y buscar Justicia. A pesar de las dificultades cotidianas y la falta de apoyo institucional, la organización sigue trabajando para ofrecer alivio a las mujeres olvidadas y aisladas que tienen miedo a denunciar o que no conocen sus derechos.
La Asociación de las Mujeres del Plantón inició sus labores en abril de 2013 para apoyar y buscar Justicia tras varios casos de violencia de género en la ciudad colombiana de Apartadó, en la región de Urabá. Entre estos hechos, el de tres mujeres ancianas que fueron violadas en el puente colgante de la urbe. Al presentarse a la Fiscalía, esta no recibió sus denuncias, ni les otorgó protección. Dos de ellas fueron asesinadas después.
“Nadie se preocupaba por ellas, nadie hacía nada. Yo llegaba de Medellín y conocía la ley 1257 (la ley que protege de la violencia a las mujeres) y me tocó organizar un plantón frente a la Fiscalía. Llamamos a medios radiales y televisivos y les dijimos que íbamos a hacer un plantón. Llevamos unas pancartas muy grandes y las colocamos en las cuatro esquinas de la Fiscalía con eslóganes como ‘La violencia contra las mujeres no es conciliable’ o ‘La violencia no es permitida’, recuerda Fanny Escobar Hernández, ahora coordinadora y representante de la asociación.
“El Plantón nace al ver la necesidad de defender nuestros derechos, al ver la vulnerabilidad que hay entre las mujeres y que había en su momento, y desgraciadamente, aunque quisiéramos no estar, todavía no hay este compromiso desde las instituciones, las autoridades competentes, desde las administraciones. Esa es la lucha que seguimos dando”, explica Fanny.
“Blanco de los grupos armados”
“Somos la voz de las que no se atreven a hablar”, repite a menudo la lideresa. La región de Urabá, fronteriza con Panamá y entre los departamentos de Antioquia, Córdoba y Chocó, fue testigo de la atroz violencia del conflicto armado; ya sea por parte del Ejército, de los paramilitares o de las guerrillas. Esta región sufrió decenas de masacres perpetradas por los distintos actores de la guerra, que usaron también la violencia sexual como arma, una forma de intentar dominar el rico territorio. En este contexto, denunciar una agresión sexual era poner un pie en la tumba.
A través de los años, la asociación recolectó decenas de testimonios de mujeres que fueron violadas con una violencia extrema, a veces por más de 10 hombres, ya sea porque intentaban defender a su familia, porque habían “retado” la autoridad, por supuestos vínculos con el enemigo o porque “estaban en el lugar equivocado”, como si estas fueran razones para atentar contra su existencia.
“Las mujeres siempre hemos sido este blanco de los grupos armados, este blanco desde los hombres e incluso hasta en los hogares y es lo que se sigue viviendo acá”, afirma Escobar.
Si bien el acuerdo de paz firmado en 2016 entre el Gobierno y la guerrilla de las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia) calmó la situación, la violencia sigue latente con la movilización de nuevos grupos y facciones que intentan controlar las rutas del narcotráfico. Y en los territorios donde sigue activo el conflicto, también continúa la violencia de género y el uso del cuerpo de las mujeres como arma.
“Aunque sea con diferentes nombres, seguimos con el miedo, con la zozobra, con el temor de que los grupos armados siguen. A veces nos permiten acceder a los territorios, a veces no (…) También se enfurecen cuando damos programas de radio o cuando nos ven actuando, porque a ellos no les conviene que llevemos al territorio los derechos humanos”, sigue Fanny.
La violencia predomina al interior de los hogares
Actualmente, y a pesar de lo latente del conflicto, el tipo de violencia que predomina en esta región es la violencia de género intrafamiliar. La asociación trata casos de feminicidios dentro del hogar, de violaciones entre el padrastro y las niñas, de maridos que golpean a sus esposas y de mujeres que, para defenderse, también golpean a sus parejas.
“Hoy en día lo más triste son las niñas, las menores de 14 años. Son las que corren mucho riesgo y peligro”, revela Fanny.
Cuando una mujer se encuentra en peligro en su casa, el reto para la asociación es brindarle seguridad. Pero los lugares para acogerlas se encuentran en Medellín, y una madre con niños no puede ir tan fácilmente. Por eso, la asociación trabaja para tener una casa, un centro, donde pudiera acoger a estas personas.
“Uno de nuestros objetivos es tener una casa para ayudar a estas mujeres, poder ofrecerles una habitación si están en peligro mientras se puede controlar la situación o llevarla a otro municipio”, cuenta Sandiego Zambrano, vicepresidenta de la asociación.
Las minorías también cargan cicatrices de la violencia
La comunidad LGBTIQ+ es especialmente vulnerable a la violencia de género y a la estigmatización. Las Mujeres del Plantón incluso recibieron denuncias que apuntaban a las fuerzas de seguridad.
“Tenemos denuncias hasta del mismo Ejército que ha violado los chicos que han ido a pagar servicio solo por el hecho de ser un gay o transexual, ellos los violan”, lamenta Fanny.
La organización recibió 97 denuncias de estas personas y las llevaron a Bogotá para que pudieran presentar sus denuncias por el riesgo que corren en Urabá.
Por otro lado, la población indígena también es extremadamente vulnerable: la asociación recibió alrededor de 200 denuncias de violencia sexual por parte de mujeres indígenas.
“Es una población demasiado vulnerada, hay mujeres que han sido violadas hasta siete veces”, explica Fanny.
Además, el hecho de vivir en territorios aislados hace más difícil la presencia de la asociación. Generalmente no pueden recibir una buena atención médica y en consecuencia su vida física y mental está muy deteriorada.
Lo mismo pasa con las mujeres rurales, ya que a veces se necesita un día de lancha para acceder al territorio.
Enfrentarse a la ausencia institucional y estatal
Las mujeres del plantón hacen frente a un obstáculo mayor en su trabajo: la falta de apoyo institucional. Faltan políticas públicas, recursos, leyes etc. Aunque lograron firmar un pacto para trabajar en la prevención y erradicación de estas violencias con todos los alcaldes de la región, este no se está cumpliendo. En algunos casos, la asociación logró encontrar aliados en la gobernanza local, pero muchas veces, no reciben este apoyo.
“Quisiéramos hacer más, las ganas están, el capital humano también, pero los recursos y la articulación con la administración ha sido imposible”, denuncia Fanny.
La gente ya no confía ni en la Alcaldía, ni en la Policía y prefiere dirigirse a las organizaciones independientes. Las Mujeres del Plantón son ahora una referencia en la región.
“A veces las mujeres llaman primero a las Mujeres del Plantón y a las asociaciones que a la Policía o instituciones porque corren el riesgo de ser revictimizadas. Además, cuando una sale de la oficina, el victimario ya sabe que se le denunció. Desconfían de las instituciones para hablar”, explica Fanny.
La revictimización ocurre cuando las mismas personas que deberían apoyar y defender a las sobrevivientes de violencia de género les responsabilizan por lo que le pasó, argumentando, por ejemplo, que no tenía que vestir como se vistió al momento de un ataque.
La asociación no recibe financiación de ninguna organización estatal o local, sino de organizaciones internacionales con las cuales trabajan en varios proyectos. También van de la mano de universidades y capacitan a las mujeres para poder formar a otras y así llevar sus proyectos a otros territorios.
¿Hacia la sanación colectiva?
Las Mujeres del Plantón brindan ayuda judicial, administrativa y psicológica a las mujeres en apuros. La asociación cuenta con dos psicólogos, dos trabajadores sociales, una abogada y varias gestoras que pueden indicar el camino a seguir para la mujer que decide denunciar un acto de violencia.
Más de 200 mujeres de la asociación lograron recibir una reparación financiera por la violencia que sufrieron. Les indemnizaron con una ayuda de entre 20 y 27 millones de pesos (entre 4.000 y 5.500 dólares) por sus casos.
Pero más que eso, ahora estas mujeres forman una comunidad.
“En San Pedro de Urabá se está haciendo un trabajo muy bueno, las mujeres se están atreviendo. En Vigía del Fuerte, por otro lado, marcharon por primera vez este año”, se alegra Fanny.
Las mismas mujeres que habían sufrido violencia sexual y que decidieron alzar la voz por los derechos de sus compañeras pudieron ser testigos del alivio y del proceso de sanación de otras mujeres.
“Hay mujeres que llegaron al Plantón y no se atrevían a hablar, a contar su historia, ni a decir su nombre y hoy en día hay quienes han salido del Plantón preparadas para defenderse y soy una de ellas”, cuenta Sandiego.
Si bien las Mujeres del Plantón permiten a las sobrevivientes de violencia de género desahogarse, salir del silencio y encontrar alivio, para ellas el pasado no se olvida.
“No decimos sanación, pero sí descargue, sí elaboración del duelo, porque no se olvida, cuando decimos que sanamos es porque el dolor ya se ha ido, hablamos sin llanto, hablamos sin esta angustia, hablamos sin este temblor en las manos”, detalla Fanny, antes de seguir:
“Siempre que hablo de mi tema, de mis violaciones, que fueron tres, y siempre que hablo de la muerte de mis hijos y de mi compañero, me entra un escalofrío muy fuerte, a pesar de los psicólogos, a pesar de todo lo que tengo (…) Quedan heridas que, aunque podamos hablar de ellas, nunca se olvidarán. Es como cuando rompes un espejo y lo vuelves a armar, jamás quedará igual. Así somos las mujeres víctimas, somos como este espejo roto, nunca volveremos a ser las mismas”.
A veces, Fanny se siente saturada o frustrada, pero al ver que la asociación tiene un impacto real en las mujeres, se le regresan las ganas de seguir en su lucha.
“A veces tenemos ganas de decir ‘ya no más’, pero al ver que hay cuatro mujeres cada mañana que vienen a tocar la puerta, no podemos soltar esta bandera”, concluye.
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