La voz de Don Miguel

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Hizo con su voz cuanto quiso. Era capaz de llevarla adonde quisiera, exhibiendo un falsete de lujo al interpretar la canción huapango —o huapango lento—, de la que lo considero el más alto exponente entre los cantantes populares. De no haber sido por él, ese género tal vez no habría alcanzado tanta notoriedad, opacado por otros de la música campirana de su país.

Interpretó rancheras, corridos, sones jarochos y boleros. En sus inicios cantó y grabó sones y guarachas de autores cubanos hasta que un día se vistió de charro para emprender el ascenso al éxito. A partir de entonces, se destacó en el Cine Mexicano de la Época de Oro lo mismo en la actuación como en el canto.

¿Otro mérito? Supo vencer la tartamudez que lo acechó en la juventud.

Miguel Aceves Mejía fue único. A todo lo expresado sumó un carácter alegre y amistoso. Aclamado en México, lo admiraban en toda América Latina.

En particular Cuba y República Dominicana fueron plazas que codiciaban su presencia. En repetidas ocasiones de la década de los 50 del pasado siglo, se le pudo presenciar en vivo a través de la televisión cubana. De sus discos, ¡ni qué hablar!

Su presencia era inconfundible. La personalidad, el lunar de canas que ostentaba encima del centro de la frente, su sonrisa y el grito de “¡jojupa!”, para dar colorido a las canciones y exhibir la capacidad de voz con que lograba el peculiar falsete. Algunos afirman que esa expresión, única en él, imita el sonido de un arbusto mexicano llamado jojoba, cuando lo mueve el viento.

Más allá de anécdotas, Miguel había nacido en Chihuahua, al norte de México, el 13 de noviembre de 1916. Aparecen distintas fechas; algunos incluso afirman que nació en diciembre, y en cuanto al año, que fue en 1915. Me acogí a la que dio el investigador Gabriel Pareyón (*) en su libro impreso, para no caer en las redes de las muy habituales  imprecisiones mediáticas.

De origen humilde, cuando era niño quedó huérfano de padre y tuvo que dedicarse a varios oficios. Posteriormente se radicó en Monterrey, ciudad donde debutó en la radio. Junto con Emilio Allende y Nicolás Jiménez formó parte del trío Los Porteños, hasta que en 1940 partió a Ciudad de México, cantó para la radioemisora XEW y no demoró en firmar un contrato para grabar discos con la RCA Víctor.

Como intérprete de canciones rancheras, viajó a los Estados Unidos con el Mariachi Vargas de Tecalitlán. En otras ocasiones contó con el acompañamiento del Mariachi Pulido. Su primera visita a Cuba aconteció en 1951, siendo uno de los primeros artistas extranjeros que se presentaron en la televisión cubana.

Hablando claro, hacía con su voz lo que le venía en gana, con una gracia sin igual. Se le llegó a llamar “El Rey del Falsete” y “El Falsete de Oro” gracias a su voz y forma únicos para cantar la canción Huapango o Huapango Lento. Gracias a él fue que el Huapango, género bailable de la región Huasteca asumió una forma cantada con acompañamiento de mariachi y muchas veces quejoso y sentimental.

Temas como Flor Silvestre, La Verdolaga, La Malagueña y Serenata Huasteca continúan siendo en su voz joyas eternas del cancionero tradicional mexicano.

Un 6 de noviembre, hace diecisiete años, Miguel Aceves Mejía dio su último adiós a la vida siete días antes de cumplir 90 años. Resulta un artista inolvidable. Se recuerda su originalidad vocal a través de sus discos y de las más de sesenta películas en que participó, casi siempre como protagonista.

La voz de Don Miguel perdura. Merece que así sea.


(*) Diccionario de la Música en México. Gabriel Pareyón. Secretaría de Cultura de Jalisco, Primera edición, 1995, p.16

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