La resiliencia, una herramienta efectiva
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El ejercicio de la proactividad, tiene en cuenta a la resiliencia, una característica frecuente en nuestros días dada su utilidad en un mundo de cambios y transformaciones continuos.
Nada o demasiado poco tiene que ver con los mecanismos naturales de adaptación. En nada es innata; consiste en una práctica consciente que se puede aprender y aplicar a favor nuestro. Requiere de conciencia, experiencia de vida y entrenamiento para su desarrollo. A veces se cae en la cuenta de su potencial, sobre todo cuando se atraviesan reveses o hay que encarar algún desafío. Para aprovechar sus beneficios hace falta aprendizaje.
Antes de adentrarnos más, voy a revelarles la etimología del término “resiliencia”. Para hacerlo, debemos remitirnos a la voz latina “resilio” de donde procede su origen, que se interpreta como “dar un salto hacia atrás”, “rebotar” o “regresar a la posición original”.
Tal vez parezca paradójico eso de “saltar hacia atrás” o “regresar a un punto de origen”, y se piense que significa retroceder. No es así. La resiliencia consiste en una perspectiva de presente y de futuro.
Es la herramienta que asiste a cada individuo en el proceso de adaptación a cada realidad y superar lo adverso que pueda acontecerle, incluyendo el estrés inherente que eso conlleve.
La psicología fue la primera ciencia en agenciar para sí el término y su puesta en práctica. Desde esa disciplina, una persona resiliente es quien pese a vivir momentos difíciles, sale adelante con salud y exitosa.
Más allá de lo válida que resulta para el campo de la psicología, es, además, una capacidad a aplicar en aspectos variados de la vida social. Esa capacidad abarca las relaciones con otras personas y grupos, destrezas para afrontar lo que pudiera dañar, asumir la existencia con optimismo y trazarse un propósito de existencia sensato desde una perspectiva real.
La persona resiliente reconoce que el cambio – en cualquier manifestación – es parte posible y probable de la realidad. Al entenderlo su adaptación va a ser más rápida. En lugar de “rumiar”, redimensiona la capacidad y reenfoca de modo creativo los propósitos originales e incluso puede cifrar otros.
Partamos de la certeza de que la adversidad no significa una derrota; quien es resiliente concibe la adversidad como una oportunidad. De no ser así se estancaría el crecimiento humano, y estancarse equivale, además, a retroceder. De manera que la resiliencia es el sustento de una actitud optimista.
Desde la resiliencia se protege, además, la salud física y mental. Un optimismo sobre bases reales tiende a eso. Quien no es resiliente cae en las redes del pesimismo crónico. En vez de razonar y ser creativo, se hunde la derrota y cae en el abismo de la infelicidad.
Solo una persona resiliente puede ser proactiva al conducirse de forma responsable desde un propósito que se fundamenta más allá de condicionamientos externos.
Si algunos condicionamientos cambian, el propósito inspirador continuará vigente adaptado a nuevos escenarios y sin dar cabida a la derrota, la resignación ni la desesperanza.
El éxito verdadero es una suma de reveses que se asumen como experiencias, y lleva a reelaborar de madera sabia cada meta que nos hayamos propuesto. Hacerlo estimula el “salto hacia atrás”, “rebote” o “regreso a una posición inicial” y, desde ahí, continuar el camino. Para conseguirlo, nada tan bueno como la resiliencia.
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