La muerte de Iván Ilich

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A medida que avanzas en La muerte de Iván Ilich, la idea del final anticipado, de la conspiración del silencio, del para qué se lo vas a decir si ya no cuenta, se va haciendo más clara. Lo que le sucede a este hombre se repite casi continuamente en cada enfermo terminal. Mucho antes de morir desapareces ante la gente. Incluso lo que representas, puede dejar de tener la vitalidad que un día fue incuestionable.

Publicada en 1886, esta novela corta de León Tolstói —escrita después de Guerra y paz y Anna Karénina—, es considerada por algunos como la más artística, la más perfecta, y la más refinada del autor. El protagonista, un funcionario de la administración zarista, descubre un día que un dolor en el costado se le hace cada vez más insoportable. El tiempo pasa y aquello no cede. La idea de que algo indetenible y fatal crece dentro de él se hace visible para todos sus allegados.

Aunque es una crítica a la aristocracia rusa de la época, es también una mirada al sentido de la vida, a la manera de concebir una carrera en la que consumes un arsenal de experiencia y energía para que de súbito se convierta en la nada. La novela comienza con el anuncio de la muerte de Iván en la prensa local y la reacción lógica, humana, de los que en ese momento se hallaban en el Palacio de Justicia hablando de un caso que se había hecho célebre.  Se apenaron cortésmente, mientras pensaban en la posible repercusión que tendría en sus actuales puestos.

Luego se describe el proceso de alienación del protagonista, desde el mismo principio, donde los actos más nimios son vistos a través de una lupa que los magnifica hasta convertirlos en crueles, donde su prestigiosa seguridad desaparece, donde su vida familiar y social se anula. Es la hipersensibilidad del moribundo. La no aceptación de la muerte que siempre fue tan común para los demás. El inconveniente de ser un fastidio. La mentira que pulula a su alrededor como el sucedáneo de lo innombrable. La inutilidad de los médicos.

El único que entonces se apiada de él es el mayordomo, un mujik, *modelo de humildad, de valores humanos. Símbolo quizás del renacimiento espiritual que el autor vivía en ese momento. De no ser por este hombre Iván hubiera enfrentado un auténtico desierto. Sin embargo, esto es solo un atisbo de luz. Guerassim tampoco puede hacer mucho. La muerte se encarga de Iván Ilich, recibiéndolo en el saco que él ya imaginaba.

“Esos tres días, durante los cuales el tiempo no existía para él, estuvo resistiendo en ese saco negro hacia el interior del cual le empujaba una fuerza invisible e irresistible. Resistía como resiste un condenado a muerte en manos del verdugo, sabiendo que no puede salvarse; y con cada minuto que pasaba sentía que, a despecho de todos sus esfuerzos, se acercaba cada vez más a lo que tanto le aterraba. Tenía la sensación de que su tormento se debía a que le empujaban hacia ese agujero negro y, aún más, a que no podía entrar sin esfuerzo en él. La causa de no poder entrar de ese modo era el convencimiento de que su vida había sido buena. Esa justificación de su vida le retenía, no le dejaba pasar adelante, y era el mayor tormento de todos.

De pronto sintió que algo le golpeaba en el pecho y el costado, haciéndole aún más difícil respirar; fue cayendo por el agujero y allá, en el fondo, había una luz. Lo que le ocurría era lo que suele ocurrir en un vagón de ferrocarril cuando piensa uno que va hacia atrás y en realidad va hacia delante, y de pronto se da cuenta de la verdadera dirección”.


*Campesino ruso.

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