Gasdiani

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En memoria de Rafael Morales, cómplice y generoso

Un barco cualquiera lo trasplantó primero a Nueva York y luego a La Habana tras la presurosa huida desde su Boloña natal, hasta recalar definitivamente en la joven villa del centro sur de Cuba, fundada por colonos de raigambre francesa. Traía escasos años de veinteañero a cuestas, tal vez un poco de miedo a lo desconocido, la esperanza del regreso al seno de una numerosa familia y a la mocedad de su esposa Maddalena, a quien dejó en Italia a la espera de tiempos propicios para el reencuentro.

Ambrosio Gasdiani fue uno más de los tantos italianos exiliados por ideología política y activo participante en las revueltas de Bolonia por la unidad italiana, desacato que lo convertía en un comisor de delito de lesa desobediencia para la Iglesia Católica, regente de casi toda la península itálica en los denominados Estados Pontificios bajo la égida absoluta del Papa.

Traía consigo lo aprendido y aprehendido en el conservatorio de Ambrosio Gasdiani, padre, donde el oído musical, el talento y el entorno de pentagramas, fusas, semifusas, corcheas y demás, lo asieron al violín, al teclado, a una batuta para dirigir orquestas y a una habilidad innata para la composición. Sin embargo, al momento de la fuga a tierras del Caribe en la década del 40 del siglo XIX estudiaba Odontología en la Universidad de Boloña, una de las más prestigiosas de Europa, entonces y después.

En plena travesía trasatlántica, Gasdiani asumió en alta mar y en estado de emergencia, el riesgo de poner al sol la raíz de un molar contumaz y difícil, cuyos dolores torturaban a un joven pasajero.

Escogió vivir en la actual ciudad de Cienfuegos por la juventud de la villa y el cosmopolitismo que se le ofrecía como hábitat ideal. Este pedazo de tierra significó refugio, abrigo y amparo para el boloñés desarraigado, desabrigado y desamparado.

Fungió aquí como profesor de música del Liceo Artístico y Literario, de cuya orquesta también formó parte y descolló como una figura de renombre en el ámbito musical de la localidad por algunos años del siglo XIX.

Aquí compuso la misa de Réquiem en honor al fundador de la colonia Fernandina de Jagua, Don Louis D’Clouet, interpretada y conducida por él mismo en la Catedral de la Purísima Concepción, en 1848.

Dirigió, interpretó, impartió clases… quién sabe cuánto más, para sostener a su Maddalena, llegada a la joven villa un par de años después que él, y a su única hija, Rosa, Rossina, la unigénita del matrimonio, alumbrada en estas opulentas tierras.

Algunos textos de historia local pasaron de su figura como si jamás hubiera existido y aportado un segmento de historia musical a esta ciudad de inspiraciones y pasiones, hasta que un puñado de cartas familiares germinadas de su propia mano, garabateadas en un italiano tan antiguo como su escribiente y conservadas por un ser prodigioso y compasivo ante la duda, me devolvieron al hombre sustancial e intrépido, que de algún modo asumiera dignamente su signo zodiacal…, tan Leo como el que más.

La Hoja Económica de Cienfuegos, primero, y luego los dos Pablos —uno Rousseau y otro Díaz de Villegas— lo rescataron del anonimato, estos últimos con una escueta nota aparecida en la imprescindible Memoria descriptiva, histórica y biográfica de Cienfuegos, donde reconocen su autoría de la misa a las exequias del Fundador.

La Historia de la Nación cubana, publicada bajo la dirección de Ramiro Guerra, alude, asimismo, a su figura y añade algo más:

“A la afición, desarrollo y cultivo de la música en aquella región (Cienfuegos) contribuyó también el notable director de orquesta y magnífico compositor Maestro Ambrosio Gasdiani, el cual estrenó una gran misa en la Catedral de aquella ciudad, que dirigió el propio autor con la orquesta de El Liceo, reforzada con músicos de Trinidad”.

Me permito la licencia de suponer que si al pasar el tiempo su figura no alcanzó otra estatura dentro del panorama artístico local y nacional, ni sonó tan alto como otros colegas y contemporáneos, se debió, entre otras razones, a la corta edad de 30 años en que se despidiera de los vivos sin dejar obra de mayor abundancia o quizá a las circunstancias que rodearon la causa de su muerte: misteriosa, turbia, incoherente y desconocida aún, y más apegadas a las conjeturas y suposiciones que a la certeza, el 25 de diciembre de 1850.

De soslayo y sin pormenores, cierto documento notarial de la época menciona su deceso por una severa epidemia que azotaba la comarca, pero las contradicciones apuntan hacia otra parte.

Las (des)coincidencias brotan cuando la Iglesia no considerara lo mismo que el notario. “Muerte violenta”, reza textualmente el asiento que consigna su defunción en el libro de extranjeros fallecidos que atesora la Iglesia Catedral de la Purísima Concepción en Cienfuegos. (¿homicidio, accidente, suicidio…?) Así no más, “muerte violenta”, sin otro añadido que echara luz sobre las causas de un deceso por supuestas causas no naturales, la vaga referencia al sitio de su inhumación, la salvedad de no haber recibido los Santos Sacramentos por la premura de la muerte y un garrafal error en cuanto al lugar exacto de su procedencia.

Y se tornó tan olvidado como enigmático.

Por estas y otras razones que no vienen al caso, me vuelvo a permitir la licencia de suponer un homicidio, o quién sabe si un suicidio durante aquella Navidad, fecha en que desde siempre los índices de muertes por mano propia se elevan en comparación con el resto del año.

Si así hubiera sido (sigo suponiendo) es comprensible el mutismo de una sociedad casi medieval; no importa si fuera músico, artista o talentoso. Ambrosio Gasdiani sería desde entonces “el suicida”, y los años se encargarían de que el silencio esfumara su memoria.

Se desvaneció entre quienes lo conocieron, entre quienes lo escucharon, entre quienes investigaron la Historia, entre su numerosa descendencia nacida y crecida toda en esta ciudad perfumada de salitre…, hasta que más de cien años después, un día cualquiera, tan cualquiera como el barco que lo trasplantó desde Boloña a la Perla del Caribe, me eligió y me susurró desde lo ignoto:

“Estoy de vuelta, y te elegí para que desates los nudos del pasado…yo soy tu tatarabuelo”.

Y de cuando en cuando se asoma o se oculta desde su ventajosa irrealidad, se desvanece y reaparece —siempre y todavía— como el enigma que me ronda y que me acecha.

 

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Emma S. Morales Rodríguez

Licenciada en Filología en la Universidad Central de Las Villas.

Un Comentario en “Gasdiani

  • el 26 abril, 2024 a las 4:41 pm
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    Qué interesante este trabajo, una historia poco conocida. Me gusta mucho esta web, porque comparten buenos artículos sobre historia local y regional, gracias, felicitaciones a la periodista y a todos el equipo

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