La guerra de exterminio contra Palestina: una reflexión sobre un conflicto persistente

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El conflicto entre Israel y Palestina es uno de los más prolongados y complejos de la historia contemporánea. Desde hace décadas, esta disputa territorial, política y humana ha dejado una estela de sufrimiento, pérdida y desesperanza, especialmente para el pueblo palestino.

Con raíces profundas, la falta de entendimiento entre estas naciones se remonta al siglo XX, con la Declaración Balfour de 1917 y el posterior establecimiento del Estado de Israel en 1948, un evento que los palestinos conocen como la Nakba o “catástrofe”, razón por la cual fueron forzados a abandonar su país y asesinados quienes se resistieron.

Este desplazamiento masivo de cientos de miles de palestinos marcó el inicio de una lucha por la autodeterminación y el derecho al retorno, enfrentada a la necesidad de Israel de garantizar su seguridad y soberanía. Desde entonces, las tensiones han escalado en ciclos de violencia, ocupación y resistencia.

Uno de los aspectos más señalados por los críticos del conflicto es la asimetría entre las partes. Israel, respaldado por una economía sólida, un ejército moderno y el apoyo general incondicional de la Casa Blanca, ejerce un control significativo sobre los territorios palestinos de Cisjordania y la Franja de Gaza.

En contraste, los palestinos enfrentan restricciones severas: bloqueos económicos, asentamientos ilegales según el derecho internacional y una capacidad militar muy limitada. Esta disparidad ha llevado a muchos a calificar la situación como una guerra desigual, donde las víctimas civiles —en su inmensa mayoría palestinas— son una constante tragedia.

En realidad, es el enfrentamiento bélico más desigual de la historia contemporánea, si es que se le puede llamar enfrentamiento cuando los palestinos son una y otra vez los agredidos, al punto de que esa Gaza que el delirante Trump pretende convertir en un condominio gringo de casino, sol y playa, esté hoy día en ruinas.

Las cifras hablan por sí solas. En los últimos años, los enfrentamientos en dicha Franja, por ejemplo, han resultado en miles de muertos, heridos y desplazados, con un impacto desproporcionado en la población civil palestina. Los bombardeos, las incursiones y las respuestas armadas destruyeron hogares, escuelas y hospitales, dejando a generaciones marcadas por el trauma.

La Organización de las Naciones Unidas (ONU), en varias ocasiones, denunció violaciones a los derechos humanos, pero el bloqueo y el ataque a Gaza se mantiene, y las condiciones de vida en los territorios ocupados son insostenibles.

Occidente, encabezado por el gobierno de EE. UU., enarbola el derecho de Israel a protegerse de ataques, aunque la realidad es que la ocupación y las políticas expansivas perpetúan una injusticia estructural contra los palestinos.

Movimientos como el BDS (Boicot, Desinversión y Sanciones) ganan tracción como forma de presión pacífica, mientras que las protestas globales claman por un alto al fuego y una solución justa. Sin embargo, las negociaciones de paz, como los Acuerdos de Oslo, quedaron estancadas, y la esperanza de una resolución parece cada vez más lejana.

La comunidad internacional tiene un rol decisivo en intervenir y presionar por una solución que exija el fin del exterminio de Israel y de su mentor yanqui en Palestina.

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