Heredia, el poeta de la nostalgia

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José María Heredia es uno de los grandes de la poesía cubana y en las letras de Hispanoamérica. Formó parte de la segunda generación de poetas románticos, surgidos de entre la generación de neoclásicos.

Apenas un niño tradujo autores clásicos, en particular latinos, de quienes probó los primeros sorbos poéticos; le siguieron obras en prosa y verso de españoles de la Generación de Salamanca, entre ellos Gaspar Melchor de Jovellanos, Manuel José Quintana y Juan Meléndez Valdés. Conoció a profundidad a ingleses y franceses, cuyas influencias se aprecian a través de buena parte de su obra.

Heredia escribió poesía para todos los tiempos; lo hizo con rasgos melancólicos y eróticos, imbuida de un espíritu reflexivo hilvanado de patriotismo, desarraigo y tristeza. Ello se explica por la nostalgia que le provocó la lejanía de su suelo natal y la imposibilidad de tener junto a él a la mujer que amó desde su juventud, además de esa innata inclinación a la tristeza, propia de los poetas románticos.

Con la cultura ancestral de América como tema, dio para él inicio un verso en todo esplendor. Apenas con 17 años, durante su primera estancia en México, compuso En el Teocalli de Cholula, para cantarle a las ruinas que yacen en la suroriental Puebla. “Iztaccihual purísimo volvía / del argentado rayo de la luna / el plácido fulgor, y en el oriente, / bien como puntos de oro centellaban / mil estrellas y mil… ¡Oh! ¡Yo os saludo, / fuentes de luz, que de la noche umbría / ilumináis el velo, / y sois del firmamento poesía!”

Semejantes arrebatos, como si no cupiese tanta hoguera en su pecho, también se volcaron ante la naturaleza indomable de las cataratas del Niágara, que con fuerza se despeñan hasta lo más profundopara igualarse al ímpetu ansioso del joven santiaguero que al cantarexclamó con ansias: “Dadme mi lira, dádmela, que siento / En mi alma estremecida y agitada / Arder la inspiración. ¡Oh! ¡cuánto tiempo / En tinieblas pasó, sin que mi frente / Brillase con su luz…! Niágara undoso, / Sola tu faz sublime ya podría / Tornarme el don divino, que ensañada / Me robó del dolor la mano impía.”

El Niágara, En el Teocalli de Cholula, El convite, El desamor y Ausencia y recuerdo, engruesan un tributo en versos con que Heredia le cantó a la vida, la belleza del paisaje y el amor. Varias veces, quién sabe si para mitigar una tristeza por la patria distante, esclava y sometida al dominio colonial que él tanto denunció, y por el cual pagó el precio del destierro. Basta recordar estrofas del Himno del desterrado, escrito en 1825, donde exterioriza emoción patriótica frente al paisaje cubano: “Es el Pan… En su falda respiran / El amigo más fino y constante, / Mis amigas preciosas, mi amante… / ¡Qué tesoros de amor tengo allí!(…) Cuba, Cuba, qué vida me diste, / Dulce tierra de luz y hermosura, ¡Cuánto sueño de gloria y ventura / Tengo unido a tu suelo feliz!(…)”

Cierto que casi todas las exégesis — máxime si son póstumas—, tienden al elogio en exceso. En este caso no es así, porque cuanto se diga de él y de su obra se apega al mérito. Razones tuvo José Martí cuando en julio de 1888, en Nueva York, escribió para el periódico El Economista Americano y dijo al comienzo: “…nuestro Herediano tiene que temer del tiempo: su poesía perdura, grandiosa y eminente, entre los defectos que le puso su época y las imitaciones con que se adiestraba la mano, como aquellas pirámides antiguas que imperan en la divina soledad, irguiendo sobre el polvo del amasijo desmoronado sus piedras colosales”.

Al cumplirse 183 años de su muerte, acaecida en México el 7 de mayo de 1839, la ocasión propone releer a José María Heredia, poeta de la nostalgia, y conocerlo más, como merece. Modo acertado para recordar al primer romántico de Cuba; también primero de la América en lengua castellana.

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