El Salón de Estudiantes 2024 y su tributo a la Fernandina de Jagua

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Como sucede cada año, la Academia de Artes Plásticas de la Escuela de las Artes Benny Moré concibe una muestra resumen de este periplo formativo, por esta vez en frecuencia con los aconteceres de la jornada dedicada al 205 aniversario de la Fernandina de Jagua. El Salón de Estudiantes deviene, pues, una dual reivindicación de los logros tenidos por la institución al tiempo que rescate de la identidad local, toda vez que el título de villa trasluce los variados progresos de la cultura y economía en la comarca, las claves para la consumación de estos predios en la ciudad que es hoy.

I

Esta emisión resulta la más empoderada, gracias a la cantidad de artistas y obras inscriptas en su devenir, cuyos dígitos ascienden a 29 creadores y cerca de 40 textos visuales (fornida muestra entre las 14 inauguradas en menos de siete días durante las celebraciones por la antedicha festividad); la más sustancial por las variadas disciplinas insertas, al modo de la pintura, escultura, instalación, fotografía, grabado, dibujo, del comic y video arte, en casi todos los formatos medios y técnicas y con mucha frecuencia esforzándose por rebasar las tiesuras académicas, con ciertos acentos vanguardistas que favorecen la reflexión sobre los entornos cotidianos, las realidades más agudas y subjetivas (la mirada hacia el interior del ser), las fantasías o fabulaciones (figurativas o abstractivistas) en torno a la espiritualidad, los valores, las controversias sobre las anomalías religiosas, filosóficas, estéticas y políticas de una isla compleja y pasional. En una cuerda más cuestionadora, a nivel topicular, figuran hacedores como Frank Alejandro Castillo González (Tríptico Sarta perdida), Nelson Rafael Santana Castro (Robtruid), Gabriel Guerrero Garrido (Desahuciadamente en azul), Alba María Suárez Sarduy (Vieja con colorete), Dianelys del Carmen Alfonso Gallardo (Tras la resiliencia), Mauro Martínez Cid (Sopa de papel y trapo); asimismo, otro grupo de artistas prefiere experimentar con el lenguaje de las artes visuales y sus potencialidades técnicas, al estilo de Yoan Iglesias Castro (La escala del tiempo), Leandro Daniel Mir Elizondo (Divergente y la serie Composición), Jonathan Liriano Ortega (índole y la serie Bufones teatrales), Leonard A. Santana Rumbaut (Sita y Sueño dorado) y Erika del Pino Villega (¿Puede ser arte…?), quien ha tomado el audiovisual como reservorio de sus ansiedades más latentes.

Un tercer colectivo es seducido por los enunciados autorreferenciales o psico filosóficos, a la manera de Loraine Morejón Hernández (Diagnóstico desconocido e Inflexión reumática), Lisandra de la Caridad Gil Concepción (Mirada Interna I y II), Mariangel Estrada Hernández (Alma), Adriana de la Caridad Artiz Ávila (Después del trauma), Lander Castillo Pérez (La ventana del retrato y el díptico Simplemente retratos), Adriana Rebollido Rodríguez(Y las serpientes empiezan a cantar), Christian Córdova Jiménez (Pensamiento elocuente), Saimon León Sarduy (La belleza de la mortalidad) y Azul González Rivera (Jerarquía), a diferencia de quienes han preferido un tipo de texto colmado de cierta lírica o vocación por el discurso no figurativo, tal cual se aprecia en las obras de Jessica del Sol Araña (Díptico Aurora lúgubre), Lorena Roque Prieto (Alcornoque), Liz Fernández García (La leyenda del Kraque), Kareen Fernández Busquets (Es perfecto lo imperfecto), Leidianis González Santos (Desconsuelos), Laura de Jesús Clement Mengano (Raíces gitanas),el inquieto Alex David Medina Marchand (Metáforas Mnemotécnicas, Pensamiento crítico y Hundidos en la doctrina), Ana Claudia González Roque y Marisol Aguilar Herrera, ambas grabadoras.

La muestra, abierta en el recinto de la Asociación Hermanos Saíz, nos colma con la frescura de sus protagonistas y los anticipos que ofrecen en tanto futuros talentos de la región. Por demás, un digno tributo a la ciudad de sévres y su aniversario de vida.

II

Justo, el equilibrio y vigor de las obras en concurso hizo difícil la selección de los premios y menciones de este evento de las artes visuales, en ocasiones provocando apasionadas controversias (por eso fue atinado igualar los premios y menciones), aunque hubo piezas en las que todos depositaron sus miras y laudos. En la condición de premiados figuran: Leandro Daniel Mir Elizondo, quien descuella con un tríptico fotográfico nombrado Composición, acaso deudor de ciertas técnicas cubistas y del dadaísmo, elogiable por su sentido esteticista, orden y coherencia, si bien acusa de cierta saturación cromática; Loraine Morejón Hernández, la autora de la instalación Inflexión reumática, que no solo revela sus ardores por las obras tridimensionales, sino también por el creativo uso de las claves autorreferenciales, los códigos somáticos y las atmósferas (una de las artistas con mayor potencial para insertarse en nuestra vanguardia visual); y el que mayores asombros y altercaciones ocasionara, Leonard Antony Santana Rumbaut. Leonard es el estudiante de tercer año que con mayor intensidad y prontitud ha progresado en el recinto académico; su obra Sita, amén de ciertos deslices en su remate, es de las que mejor violenta la retórica topicular, moviéndose dentro de un espacio simbólico, que reedita una figura de la tradición hindú, la diosa que tipifica el comportamiento conyugal y las integridades de toda mujer en esa cultura. Por demás, la tropología de su escultura a nivel figurativo es hermosa, sensual y logra crear situaciones estéticas que seguramente no compartirán los que tengan una idea reducida del ejercicio escultórico.

Por su parte, las menciones recayeron en Erika Pino Villegas, Frank Alejandro Castillo González y Alex David Medina Marchand. Erika se distingue por su fluidez en el uso del lenguaje del video arte (¿Puede ser arte…?) y el cuestionamiento de la condición artística en los referentes cotidianos; si acaso deben objetarse algunas faltas serían las irregularidades de la edición, los tempos de los planos y la inserción de los suplementos verbales. A todas luces, es una de las estudiantes más lúcidas y laboriosas de los últimos diez años en la institución, muy en la cuerda de Daniel Antón y Alejandro Munilla. Frank y Alex, pupilos del primer año, recibieron sus tributos a través del grabado Sarta perdida; asimismo, del conjunto de abstractivismos (Pensamiento crítico y Metáforas Mnemotécnicas) y la instalación Hundidos en la doctrina, respectivamente. El primero, movido por cierto minimalismo gráfico y precisión en la técnica litográfica, consigue una representación antropológica del hombre contemporáneo. El segundo apuesta por narrativas que cuestionan los pensares ideológicos en la Cuba moderna o acuden a los informalismos para potenciar sus disquisiciones en torno a las realidades complejas de la isla. Cualquiera de estos autores pudiera haber sido premiado en el Salón.

En la justa (por segunda oportunidad) fue entregado el Premio de la Crítica, por esta vez compartido entre dos creadores: Lorena Roque Prieto, quien cursa el primer año, y Mauro Martínez Cid, parte del cuarto año. La Roque fue encomiada por su escultura Alcornoque, cuya telúrica emociona por la intensa polisemia, el puntillismo de la estructura y la belleza en la representación de ese tronco-favela abierto a los sentidos de la imaginería. Mauro, recibe su encomio por el conjunto Sopa de papel y trapos, consumado con técnica povera, que explora lo sensorial de un modo incómodo, acudiendo a la codigrafía de la muerte como sustancia de la vida, topando el ideario dadaísta y surrealista con cierta singularidad cromática y riqueza expresiva. Es la suya la puesta más arriesgada y personal, nadie se parece a él en estilo.

III

Los públicos que visiten la sede de la Asociación Hermanos Saíz, de Cienfuegos podrán disfrutar de una muestra vigorosa y dinámica, en la que se trasluce el profesionalismo de los pedagogos de la Academia de Artes Plásticas de Cienfuegos, aunque lamentablemente el espacio que ofrece la institución no reúne las condiciones y ambientes de una galería, especialmente por el tipo de mobiliario que invade los dominios de las obras, creando el sentido de que los textos visuales son puramente colocados para ambientar los recintos. Recuérdese que un salón expositivo debe preservar los recorridos de los públicos, las distancias de percepción y los requerimientos para que los curadores y montadores (es una falacia pensar que los artistas deben ser los autores de la museografía, una idea que utilizan ciertos catadores para justificar las carencias) puedan insistir en los diálogos entre las obras, la dirección de la mirada y los rangos de percepción en el espacio, los intradiscursos y metadiscursos (aunque le parezca “metratancoso” a cierta zona de la mediocridad que no acaba de concientizar que la curaduría o comisaría y la museografía, aunque formen parte de un mismo proceso no son lo mismo, y resultan una ciencia). Por mencionar un único ejemplo, repárese como el Salón de la Ciudad está correctamente montado, pero tiene debilidades en una dimensión preceptual, lo que ha hecho que muchos le califiquen como un salón de artesanía, que no es tal.

Al margen de estos entuertos, también conviene subrayar que estos salones académicos no son equivalentes a los ejercicios de tipo académico, sino que su nomenclatura es originada por el hecho de que los exponentes forman parte de una escuela y están en proceso de formación. Este principio es lo que salva a esta y otras muestras de la abulia, de lo contrario estaríamos emplazando el aula (donde se lega el rictus de los procesos y los métodos) a un espacio de exhibición (en los que se muestra la identidad y los recursos del artista, liberados de la dictadura del maestro). Igual, los criterios de juicio no deben sustentarse en el tipo de evaluación académica ni en los modos en que descubrimos los progresos o apuestas de los futuros artistas. No se premia un esfuerzo o la técnica (que al fin y al cabo es un instrumento, no un fin), se encomia los rigores comunicacionales de la obra, su capacidad de emocionar y/o conmocionar a los públicos. Hay que saber distinguir las reflexiones del profesor de las decisiones de un tribunal, aunque existan conexos.

Claramente, esta es una muestra para sentirnos orgullosos de los estudiantes de la Benny Moré y de los profesores que (con escasos recursos) contribuyen a la preparación de aquellos; una demostración de que la tenencia de una escuela de artes plásticas en Cienfuegos no es una positura romántica, sino una constancia de que es urgente para dar cauce a tantos y buenos fabuladores del patio. Un aplauso intenso para este Salón de Estudiantes 2024 que tributa con vigores al aniversario de nuestra Fernandina de Jagua.

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Jorge Luis Urra Maqueira

Crítico de arte. Miembro de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC).

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