El más Nosotros de nuestros poetas
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Palabras en soledad, Ediciones Matanzas, 2022, es el más reciente libro de poemas que Hugo Hodelín Santana nos entrega, y forma parte de esa escalera inversa o montaña de palabras rotas, despedazadas, que es o parece ser su obra, intríngulis de un ejercicio crítico que hace del desamparo y las desavenencias sociales una manera de mirar el mundo, observando sus imperfecciones para anotarlas como cura, remedio, o exorcismo ante la deformación mayor: crisis de sentido, ética, moral, desembocando en descalabros humanitarios, desastres, adversidades y fracaso.
Continuidad de regresos y porfías, el cuaderno se puede entender como una prolongación de obsesiones en crecimiento. El poeta se ha hecho fuerte practicando una especie de reiteración singularizada, o de singularización regresiva, que en cada vuelta ilumina lo mismo y se hace menos literatura, arriesgándose —en busca de la poesía— a dar con el poema donde aparentemente no existe, o no se deja encontrar. Sorprende la similitud —en el buen sentido de la palabra— entre sus poemarios, porque la entrega anterior exige ser superada en la próxima. Esta es una característica de su quehacer creativo, sobrepasar —a fuerza de desencanto, penas, y dolores— el documento al que sigue. Con Palabras en soledad nos encontramos ante un libro que se enfrenta, en despiadado combate dentro del campo de las angustias sociales, contra nueve poemarios, y muchos, un montón, de poemas sueltos que no pertenecen a libro alguno.
Palabras y soledad son dos fijaciones que sellan su obra, la determinan, desde el principio. Aquí se abrazan hasta confundirse queriendo ser lo mismo. Las palabras nombran la soledad o las soledades y hacen intentos por llamarlas de muchas maneras. La soledad acuna a las palabras y se esfuerzan porque estas surjan de sus entrañas: desgarrado interior, oscuro seno. Son veintiocho poemas que entre palabras y soledad se alzan, mudos, y con la mayor sencillez—simpleza metafórica inesperada— plantean las cuatro, o cinco interrogantes de nuestro tiempo. Leyendo a Hugo comprendemos —o recordamos— por qué nuestro día pesa como plomo.
¿Qué soledad? La de un hombre con 69 años. ¿Qué palabra? La de un poeta con diez libros publicados y miles de poemas —impublicables— que vuelan en el cuarto de su casa: Calle manzano No. 30817. Matanzas.
¿Cómo escribir poemas distintos y cada vez superiores con las mismas palabras, e idéntica soledad? Parece ser la pregunta que sostiene el sentido de su literatura, aquí reafirmado. Entonces aparece la ciudad, el afuera, como puente o enlace de palabras y soledades.
Entre Hugo y la ciudad de Matanzas se produjo, desde hace mucho, un intercambio de identidades. En esa metamorfosis el bardo encarnó la urbe y las calles matanceras pasaron a formar parte de su cuerpo, constituyéndose en organismo vivo del escritor. Se puede hablar de la ciudad Hugo de San Carlos Hodelín y Severino, como del autor Matanzas de San Hugo Santana. Esa transmutación encierra y decide el sentido más agudo, peligroso, de su escritura. Claro, la ciudad de Matanzas que es Hugo permanece oculta, abrazada a la noche, en las márgenes y no aparece en postales, sino donde se pudre la luz. Así, el poeta que es la ciudad encuentra en vagabundos, desamparados y nadies —a quienes llama los duros— sus semejantes.
En algún momento a Hugo se le enmarcó dentro de la corriente que se conoce como literatura sucia, incluso comenzaron a llamarlo “el Bukowski cubano”. Lo cierto es que Hodelín, dueño de una personal manera —insular, y muy matancera, por cierto— de construir el poema, (donde si la impronta del norteamericano resplandece, escribe la ciudad, nuestro espacio público, como se nos da y niega, en directo), funda un estilo a partir de su aversión o rechazo a la realidad social inmediata, reinventándose como fuerza individual intercambiable que troca el sudor de su frente al caminar las aceras y pavimentos, con el trazo de sus manos, cansadas, arrojando silencios sobre el papel.
Ser contemporáneo de Hugo es un privilegio, su voz ruda, primitiva, endurecida, áspera, iconoclasta, sin dejar de ser popular, es un perpetuo riesgo que sin embellecer lo grotesco o deslucido nos acompaña y dice lo que en muchas ocasiones no alcanzamos a percibir. Hodelín es un poeta de la calle, no solo porque hable de lo que pasa afuera —en los muchos afueras que padecemos— sino porque escribe con el oído pegado al asfalto, traduciendo los ruidos de la abierta suciedad (ambiental) y allí, en la esquina, donde la basura se acumula o crece, encuentra, si no el poema, las razones para escribirlo.
Siempre he creído que uno de los privilegios de habitar la ciudad de Matanzas durante estos años, es haber coincidido con Hugo Hodelín Santana en el tiempo y ser partícipe de su obra, escuchándolo; ser contemporáneo de él, asistiendo al presente de su palabra viva, ardiendo, sin sombras, en medio del sol:
El poema está ahí
aunque no lo vea
el poema está ahí
aunque nadie escriba una sílaba
el poema está ahí
aunque nadie pronuncie una palabra
el poema está
vivo
no amortajado latiendo
todos los días latiendo
todas las noches
el poema está ahí
abierto
el poema es un dios
cimbrando la puerta
el poema estuvo ayer
estará hoy
y mañana
el poema está ahí.
La fuerza de sus poemas hace que Hugo forme parte de esa reducida estirpe de poetas y hacedores de libros que no necesita ser presentada. El ímpetu de su escritura desplaza cualquier explicación, superándola, y lo hace concebir poemarios que exigen no ser anunciados, sino que piden al lector pase o acceda, sin permiso, de manera directa, a sus páginas.
El diseño de Johan E. Trujillo capta la prolongada disonancia del discurso y lo fija, en imágenes, acortando la distancia entre los poemas y el envase más adecuado para los del autor matancero.
Hugo Hodelín es nosotros, o mejor, ha sabido convertirse —insistiendo en su individualidad— en el más nosotros de los poetas que conozco. En la medida que acentúa su yo y reduce o constriñe la voz al diámetro específico de su identidad, encuentra el alcance nacional de su palabra, lo universal de su humana soledad.
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Gracias, D., por la “antesala” al “antesalista” de la poesía cubana, todavía; este Hugo “tercera base”, esquinador caliente de la calle matanzo-cubana. (Hay que enviarle un ejemplar de su “palabra única” a la demacrada Pelota Cubana de hoy, para que lean una inspiración de tercero, cuarto y quinto bates). Felicidades D. por la presentación excelente. Felicidades, Hugo, por la poesía que ya es tuya y que nos brindas y ya!! Un abrazote.
Gracias, Ismael, por tus sabias y contundentes palabras, “definitivas” como todo lo que escribes. Abrazos, mi hermano!!!
Gracias a ti, Hugo, hermano, Poeta (con mayúscula) por tu obra. Abrazos!!!
Derbys,siempre Derbys en su correspondencia,Derbys el poeta que mueve y juega en su palabra en ese ser que crea vasos comunicarles,qué regresa con su discurso poético tan personal como el mismo,que nos deja sumergido en sus versos desde su manera única de hacer poesía,le doy las gracias por estas palabras,,por estos dibujos que atrapan mi poesía, hoy en otro sitio geográfico pero con esa locuaz y precisa ,mirada que tiene para definir y autodefinirse entre las voces más claras del horizonte intelectual y poético de la isla.
En este instante recurro a el,le estrecho la mano,y lo abrazo desde esta amistad ya familiar donde nos encontramos.
Solo le digo gracias hermano gracias.