El acto de comer
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En un vertedero, dentro del cual la basura se ha ido acumulando de forma desproporcionada, la familia, compuesta por un matrimonio, dos hijas y un perro, come sobre una mesa ubicada en medio de los escombros, el desecho, y la putrefacción; sobre la misma, el padre y la madre, cuando acaban de ingerir los míseros alimentos, se dedican a hacer el amor, mientras las niñas y los perros observan, sin asombro, aquellos movimientos, el gemido de los cuerpos. Así comienza El Hambre, obra de teatro con que Juan Edilberto Sosa obtuviera el Premio Milanés, 2021. Usé, apoyándome o recurriendo al engaño de los géneros, la clasificación “obra de Teatro”, sin embargo, creo que la pieza cabe (con más comodidad) en las siguientes categorías: texto para la escena, performance del horror vacui, partitura para ser representada o show de la sangre. Iría más allá, nombrándola anti teatro, sino fuera porque lo que se ha considerado como teatro pos dramático o pos dramatismo coincide con lo propuesto por Edilberto en la obra premiada.
No supe, metáfora aparte, mientras leía, si entre mis manos tenía una apoteósica representación del absurdo, si (la pieza) es un sismo dramatúrgico, reflejo (pos dramático) del apocalipsis, o un documental surrealista sobre la historia del crimen, que narra múltiples asesinatos. En resumen, el texto se aprovecha, como recurso, de esos elementos, y en un proteico ejercicio de traslación se convierte en metamorfosis o transmutación de la condición humana en salvajismo y viceversa. Allí, donde hombre y animal (en este caso me refiero al perro, mamífero doméstico, el mejor amigo) fueron saqueados por la verticalidad del Poder y no les queda más remedio que intercambiar roles. La obra también es un ruidoso canto (en la medida que pueda serlo) al aburrimiento, la abulia, la desidia y el sin sentido que corroe a muchas sociedades contemporáneas (o actuales, de hoy).
Edilberto borra o hace desaparecer, mientras escribe, las fronteras entre sujetos y objetos, con ello acorta la distancia entre realidad e irrealidad, posible e imposible, la escena y cualquier pizarra, la cuarta pared y la más insulsa pantalla. Lo inquietante es que revoca las diferencias entre civilización y barbarie. Afirmo que extirpa el sentido (o la ausencia de sentido) de la segunda y la siembra o entierra, sin que le tiemble la mano, en la primera. Así, la norma educacional, conocida como civismo desaparece en la bestializada conducta de sus personajes. Asistamos a la conversión de la razón, la moral, el bien, y la conciencia en delirio, amnesia, caos, deformación, salvajismo (e incivilización, crimen). Esta mutación permite que el autor nos invite a mirar (a que contemplemos) cómo bullen, dentro de su cabeza, la ideas, y alcanzan corporeidad a través de los movimientos que hacen para ser personajes, objetos de la ambición (pos dramática) que padecen.
El hambre es, en alguna medida, una exposición de la personal forma de pensar que tiene Juan Edilberto, así mismo es cuadro, cripta, un pequeño museo de papel dentro del cual expone los procesos de su pensamiento, el desarrollo de este, a medio acabar, la desnudez de sus elucubraciones. Son, en su mayoría, ideas muertas. No sé si a las ideas, cuando dejan de ser o fallecen se le pueda llamar cadáveres, de ser posible estamos en presencia de un cementerio o campo santo dramatúrgico que guarda o conserva el olor de muchos difuntos.
Compuesta por diez pequeñas escenas de las que brota o surge una extraña poeticidad, trunca y en bruto, cortada, útil (como) sustancia teatral que añade o puede añadir belleza al horror, deseo, por su elocuencia, presentarlas: l FAMILIA (LOS OBJETOS SOBRE LA MESA DESCRIBEN TU IMAGE DOMESTICA; ll ANIMA: UN EJERCICIO DE PODER.; lll. EL ORDEN.; IV. JAURIA.; V. LA BODA.; VI. EL TRABAJO.; Vll. TRES TRISTES PERROS.; Vlll. RECLUSION.; lX. SOBREMORIR.; y X. LA EDUCACION. Los personajes que darán cuerpo a estas escenas son Albert, el padre, Rosa, la madre; Niña 1, Niña 2, Niña 3; Perro 1, Perro 2, Perro 3. (La obra se desarrollará en) EL LUGAR la casa / el trabajo / el subconsciente.
Cortadas a la mitad o interrumpidas, cada escena fue intervenida y atravesada Brechtianamente por una pizarra que, según el autor, en nota aclaratoria, es la sombra del escenario. En pantalla se proyecta, por decirlo de algún modo, la conciencia de la escena. Los sucesos se auto piensan, como si fueran autónomos, organismos dobles que se reproducen, espiándose. Critica o autoconciencia teatral que clasifica como pos crítica o fin de cualquier representación.
¿Qué cuenta, entonces, El Hambre?. (Aclaro que la H inicial de la palabra el autor la escribe siempre con mayúscula). Si digo (que narra) la historia de un homicidio, creerán que me refiero a una especie de teatro policíaco y no lo es. Si digo nada, que cuenta nada, corro el riesgo de ser incomprendido, perdiendo el privilegio de que se me entienda, por la abstracción que encierra la palabra nada, que sin embargo, es algo más que vacío y mina el libro desde la primera página a la última, como una arenilla blanca o el humo que enceguece. Esa nada se ha instalado en el estómago de los personajes y los obliga a dejar de ser quienes son o deberían ser para encarnar en monstruos.
Los protagonistas de la obra son, en realidad, el hambre y la sangre. La primera como leiv motiv que impulsa a comer e impone determinadas urgencias. La segunda como resultado de la herida que se produce al quebrar los institutos de la civilización. La obra se asemeja a la rotura de una vena y al chorro de sangre que desprende: aneurisma, trombo o arteria abierta que explota y mancha el espacio.
El hambre es un sentido homenaje al teatro pánico, no solo me refiero al movimiento teatral, sino a la manifestación o protesta estética que recuerda o atestigua el fin del teatro, o lo que es igual, el fin del arte, pues la realidad real, allí donde acontece nuestra vida, es irrepresentable.
El diseño, de Johan Enrique Trujillo, sugestivo y certero, como siempre, ayuda a la comprensión del texto.
Ediciones Matanzas entrega, con cuidada edición de Bárbaro Velazco, El hambre, texto pos dramático que nos hará reflexionar en el acto de abrir la boa e ingerir los alimentos.
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