“Decir es un modo de hacer”: concepciones de José Martí en el Discurso de Steck Hall

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Al llegar Martí a Nueva York en enero de 1880, se incorpora enseguida al Comité Revolucionario del que había sido partícipe en La Habana, donde vivió un año con su esposa, después de la amnistía general decretada por el Pacto del Zanjón, y de donde fue nuevamente deportado por actividades conspirativas. Se abre entonces el breve y frustrado período de la llamada Guerra Chiquita, que fracasa por falta de preparación y sobra de personalismos y recelos, entre los que no faltaron los racistas. Martí que redacta las proclamas de Calixto García y empieza a conocer por dentro los entresijos de la emigración revolucionaria, aprende bien la lección. Su camino es otro, y ya ha empezado a recorrerlo con la extensa lectura de Steck Hall (publicado días después como un folleto bajo el título de Asuntos cubanos con una nota en que advierte: “decir es un modo de hacer”[1]). Obviamente, le interesaba difundir las ideas sustentadas en este discurso, entre otras, que los humildes habían sido los principales mantenedores de la Guerra de los Diez Años donde analiza además con elocuencia minuciosa todos los aspectos fundamentales de la problemática cubana. Lo asistían las evidencias históricas.

Este discurso, que en realidad fue una lectura de dos horas de duración, es el primer examen a fondo de las causas y objetivos de la guerra que se preparaba. No resulta difícil imaginar el asombro y el entusiasmo que produjo por la penetrante calidad de sus razones y la tumultuosa belleza de su forma. Pero seguramente más aún por el tono arrasador, profético y apostólico de aquel predicador que venía “a animar con la buena nueva la fe de los creyentes”. El primer término, que le interesa a Martí establecer es la continuidad profunda con la guerra del 68: halago noble a los veteranos de la emigración, lo que expresaba no era cosa de arranque pasajero y colérico. Una idea breve recorre el texto: «La intuición se ha convertido ya en inteligencia: los niños de la revolución se han hecho hombres,»[2] dijo casi al inicio,  y creencias suyas en las leyes de la justicia histórica, que en él,  tiene dimensión trascendente, abarca los reinos de lo visible y lo invisible. Así exclama: “¡Ni era posible que muriesen, de tan oscura muerte, tales hombres y sucesos tales!”.[3]

Aunque no falten alusiones de apoyo a la guerra que en esos momentos movía a una parte de Cuba, en la Lectura predominan la rememoración de la contienda del 68 y la esperanza en una guerra futura: “Allá en aquellos campos, ¿qué árbol no ha sido una horca? ¿Qué casa no llora un muerto? ¿Qué caballo no ha perdido su jinete? ¡Y pacen ahora, en busca de jinetes nuevos!”[4]

Martí consagró sus esfuerzos al lograr  la organización y la estrategia que pudieran salvar a la revolución de riesgos  y de la reedición de páginas como aquella en que los héroes devenían víctimas.

La búsqueda de la forma, de la coherencia, del sentido, es lo que centralmente aporta Martí a la oscura inquietud de las fuerzas que se mueven en Cuba y en la emigración. Por eso este discurso no es solo una prédica exaltada, sino también-y de aquí su carácter híbrido-una primera configuración política, y aún filosófica, del hecho revolucionario cubano.

Aunque en urgencias revolucionarias  ¡bueno es sentir venir la cólera!, para él un hecho resultaba de especial interés. “Esta no es la revolución de la cólera. Esta es la revolución de la reflexión”. [5]

Cuando reitera en esta lectura a los emigrados de Steck Hall que “ésta” no era la “revolución de la cólera” “ésta” era la “de la reflexión” de todo ello dimana la necesidad de fundar una guerra sobre otros principios, que garantizasen que no quedaran latentes, al triunfo de la república, los gérmenes que habían  debilitado las anteriores, reflexionando en la guerra que habría de desatar,  hasta encontrar la radical diferencia entre las otras revoluciones hispanoamericanas de las que se siente hijo, de la misma guerra del 68, de cuya obra es continuador y de “esta” revolución. Reflexiona además, para lograr una guerra sin odios como jamás se había intentado otra con semejante espíritu. La voluntad de vencer y la ausencia de odio solo se volverían fuerzas realmente dinámicas en caso de estar equilibradas, de aparecer reunidas en igual grado.

De una revolución que halla su origen en experiencias decisivas de su vida, especialmente la del presidio político, de las que emanó toda una reflexión sobre la naturaleza divisora del odio (relaciones de odio y colonización) pero sobre todo de las divisiones no ya externas, sino internas que habían facilitado la entrada misma de los españoles en América y después favorecido, por la desunión de las repúblicas hermanas, el predominio de la vecina república del Norte. Contiendas civiles, celos de comarca, divisiones de varia índole que habían motivado no sólo la frustración de las repúblicas hispanoamericanas, después de la gesta emancipadora de Bolívar, sino el fracaso mismo de nuestra guerra del 68.Su reflexión, meditada y de raíz democrática, nutría una voluntad contraria a la timidez autonomista, y también a la lucha precipitada y sin la preparación debida.

La importanciade este primer discurso en los Estados Unidos, es su exceso, la plétora de asuntos, ideas y sentimiento, donde se evidencia que Martí pretendía volcar en una sola pieza el cúmulo de meditaciones que había atesorado en sus años de destierro.


[1] José Martí: “Discurso de Steck Hall.” En: Obras Completas, IV, La Habana, Editorial Nacional de Cuba, 1963. pp.182-211.

[2] Ob.cit., p. 184.

[3] Ibídem.

[4] Ibídem.

[5] Ob.cit., t. 4, p. 192.

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Alegna Jacomino Ruiz

Doctora en Ciencias Históricas

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