Cisnes litográficos y el cisne de Wichy

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En muchas casas que visitaba de pequeño tenían cisnes. Colgados en la pared.

Por los patios, uno podía romperse los ojos que no encontraba uno. Si acaso un suculento guanajo con el péndulo de su moco rojo que oscilaba sobre la negrura y el brillo del plumaje.

El mejor regalo visual en cuanto a aves domésticas se refería era aquel abanico multicolor e iridiscente que formaba la cola del pavo real macho.

Pero los cisnes sólo habitaban en las reproducciones de pinturas anónimas, con paisajes nevados de fondo. A veces también había cuadros con trineos tirados por ciervos o renos. Y tampoco el niño que yo era encontraba nieve para patinar.

Debía conformarme con una yagua de palma y una pequeña pendiente, aunque escasa la segunda en el llano de mi hábitat infantil. Inventiva del infante tropical, que aún sin pertenecer a la ANIR, intenta suplir algunas carencias de la madre naturaleza, pródiga por estos lares en aguaceros diluvianos, tronadas de espanto y fangales atascadores.

Cualquiera podría preguntarse la razón por la cual aquellas paredes, casi siempre encaladas, no se engalanaban con palmas reales, tomeguines del pinar o cañaverales blanqueados por un mar de güines.

Pero había otros apremios, como un pitén de pelota, un chapuzón en el río o ponerles una trampa de varillas a las codornices, para dedicar tiempo a descifrar la clave de un fenómeno que con los años aprendería se llamaba kitsch, palabra extranjera y demasiado complicada, inexistente en el argot de la humilde gente que le compraba cisnes litográficos y enmarcados al primer vendedor ambulante.

A lo mejor a cambio de un guanajo de verdad, con plumas, moco, apetitosa pechuga, muslos hebrosos y todo.

Porque hubo unos años en que existió el trueque, como en época de los indios, Pero esa es historia para otra ocasión.

La imagen fotográfica de una pareja de cisnes atrapada en el preciso momento de formar un corazón con sus pescuezos y picos abunda en postales dedicadas a los enamorados.

Wichy escribió uno de los más hermosos textos de la poesía cubana de todos los tiempos.

De todos los cisnes me quedo con uno de letras y emociones, que descubrí a mediados de los 80. Era el poema antológico de Wichy Nogueras, quien por entonces abrió la puerta de su inmortalidad.

Luego la televisión haría algo así como un clip poético con aquellas dos estrofas que clamaban por la libertad del ánade.

Entonces amé al cisne salvaje y me conformé con su salvaje lejanía, como si aceptara otras imposibilidades y tratara de dejar intacto el hechizo de una tarde de verano.

 

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Francisco G. Navarro

Periodista de Cienfuegos. Corresponsal de la agencia Prensa Latina.

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