“Autosuficiencia sin superioridad”

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He oído a personas decir de sí que son “autosuficientes suficientes”. Para mí es una afirmación alejada de lo cierto, y aclararé el porqué.

Partamos de que la autosuficiencia es un concepto subjetivo que puede variar en cuanto a significado.

Para algunas personas significa que son capaces de tener cuanto necesitan y realizar sus quehaceres de cualquier índole sin depender de nadie más.

Para otros no deja de ser un concepto mental que les hace sentir completos y capaces por sí mismos.

En cualquiera de los casos, la autosuficiencia de cada persona es el resultado de una conjunción de factores, entre ellos la educación, el medio en que ha crecido y se desarrolla, así como elementos de tipo genético e individual que cada uno trae consigo.

Incluyendo el aspecto genético, que corresponde a lo biológico – todo es fruto de lo social. Eso que parece tan individual como los rasgos personales, en buena parte derivan de la herencia; los que dos seres, al unirse  aportan durante el acto de la procreación.

La gran verdad de la autosuficiencia es que todos necesitamos unos de otros; nadie es consecuencia de sí mismo(a). Esto me hace pensar que la autosuficiencia verdadera consiste en admitirnos fruto de generaciones, de un medio familiar, grupal y social de los cuales heredamos todo nuestro caudal.

Es además, a mi modo de ver, contar con la intuición suficiente para saber cuándo necesitamos buscar apoyo en otros individuos, y hacerlo sin que perdamos nuestra autonomía ni la identidad personal.

Amigas y amigos lectores, nadie de nosotros, ¡en lo absoluto!, se las sabe todas. El conocimiento humano es de un alcance amplio que crece continuamente. Los “todólogos” no existen; a no ser los de solapa, esos que se andan por la periferia de cada rama del saber, aunque “de solapa al fin y al cabo”, se quedan a medias en casi todos los aspectos.

Es innegable la existencia de personas geniales que conversan de energía atómica, geografía, historia, literatura y fútbol. Ellos, inclusive, carecen de otros conocimientos que les pudieran aportar quienes aparentemente son los más humildes e insignificantes.

Cada buen experto en su propia ciencia, muestra su sabiduría cuando admite que necesita de las contribuciones de sus colegas. ¿Qué revela esto? La importancia del trabajo conjunto, de las relaciones de colaboración y cooperación, aun entre los profesionales más brillantes.

Manifestar autosuficiencia y superioridad es un error.

Es válido sabernos poseedores de conocimientos y alcances, ya que son la savia de la autoestima y la dignidad. Igual de legítimo resulta admitir los límites, aunque los ignoremos. Reconocer lo mucho que tenemos por aprender – sin saber qué –, es suficiente. No nos apuremos, pues el tiempo y las vivencias se ocuparán en mostrarnos cuáles son los límites hasta hoy desconocidos.

Los invito al cuidado en proclamar la autosuficiencia ostentosa, esa que provoca rechazo y resta amistades. Ejerzamos y pongamos los saberes respectivos en función del bien común. De reconocer nuestros méritos que se encarguen otros, sin que se envilezca nuestro carácter con el falso orgullo de creernos superiores a los demás.

Como la abeja que liba de cada flor, libemos nuestra propia miel. Convencidos de que a cada flor – personas de ayer y de hoy -, les debemos una cuota de gratitud.

La superioridad, en todo caso, consiste en reconocer nuestra esencia social; esa de la que emanan los conocimientos y capacidades que poseemos.

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