Apología del boniato
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Cuando a una persona se le hace difícil entender lo lógico y es torpe, hay quienes sentencian: “Eres un boniato”. Aparte de la falta de respeto que conlleva hacia la otra persona, más me molesta el maltrato hacia un tubérculo tan nutritivo y beneficioso para la salud. ¿Torpe el boniato? ¡Torpe será quien lo subestime!
Demasiado erróneo lo de asociar un boniato con la brutalidad, ignorancia o carencia de sentido común. Habitual en las mesas más humildes, es demasiado virtuoso a pesar de su apariencia boluda y tosca.
Si la lengua popular insiste en llamarle “boniato” al torpe, que sea por cariño, nunca por desdén. Hay torpezas que pasan, pero el boniato queda. Se mantiene y persiste como la abuela en chancletas, y dulce como la sonrisa del vecino (o la vecina) que te pregunta si ya almorzaste; sin descontar aquellos que espetan el “qué”, no para darte una manito con el menú, sino para convertirte en tema de conversación con los demás.
“Boniato” de nuevo a la carga, propongo una enmienda cultural para que en vez de insulto, sea elogio. Que se diga: “Ese niño es boniatísimo”, si lo aprende todo y no se le olvida nada”. Vaya, que en un arranque romántico se le diga a la pareja “mi boniatillo” en lugar de “mi bombón”, golosina esta última que habita solamente en mis recuerdos lejanos.
Esto me hace recordar a la novia de un tío a la que llamaban “boniatón”. De chiquito me daba risa; hoy imagino lo dulzona que debió haber sido, aunque…ese calificativo en los años cuarenta… ¡probablemente se lo aplicaran por obesa o por burra a la pobrecita!
Se preguntarán por qué defiendo de modo tan vehemente la dignidad del boniato. ¡Motivos tengo! Y ahí van…
El boniato es dulce por dentro y noble por fuera. Rico en fibras, contiene Betacaroteno que el cuerpo transforma en vitamina A, muy buena para la vista y la memoria. Provee antioxidantes que cuidan más que un abuelito celoso en una fiesta de 15. Por si pareciera poco, favorece la digestión y previere el deterioro cognitivo, con lo cual se intuye que el boniato “piensa” más que muchos que se burlan de él.
Hasta para ponerle lindo el pelo al perrito de la casa, sirve.
No ostenta belleza alguna, y si fuera humano, sería callado y sabio, alimentando sin presumir.
En tiempos de escasez, ha sido patriota; se comporta criollo, resistente, dulce y sin arrogancia. Tanta virtud, que si tuviera ego, ya habría exigido disculpas públicas por tanto que lo usan como de modo indebido.
Por mi parte, propongo hacerlo símbolo de lucidez. Si alguien exclama una genialidad, vale calificarle con orgullo: “¡Qué boniato tú eres, compay!” Con él sustituiríamos eso de “un taco” o “estás escapa’o”, que poco dicen.
Hagamos que el boniato, ese tubérculo noble y delicioso, capaz de llenarnos la panza, obtenga el reconocimiento merecido. No en el rincón de los tontos, al que lo han tenido relegado, sino en el pedestal de los útiles y sabios.
¡Oh, boniato! Eres poeta del surco, filósofo del fogón, psicólogo de la olla. Y aunque algunos te usen para burlarse, tú solo te cocinas… y esperas.
Hagámosle honor al nutritivo y generoso boniato.
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