Viridiana: De Buñuel a Pérez Galdós

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Como criterio generalizado se tiene que la literatura es superior al cine y que aporta más cultura. Es algo con lo que comulgo —y realmente prefiero antes leer el libro y luego disfrutar de la adaptación cinematográfica—; sin embargo, por cuestiones de tiempo, es una práctica que en ocasiones no puedo llevar a cabo.

Así me sucedió recientemente con una película basada en una obra del cimero de las letras españolas Benito Pérez Galdós: Viridiana, llevada al celuloide por ese grande que fue Luis Buñuel —igualmente español, pero de origen aragonés (Pérez Galdós era canario).

El filme fue producido en 1961, y a pesar de haber rodado ya Buñuel en colores, decide hacerla en blanco y negro (recordar Psicosis, de Hitchcock). El título responde al nombre de la fémina protagonista y está ambientado en el siglo XIX.

El argumento versa sobre una monja que acude al llamado de su tío (Don Jaime), quien supuestamente se encontraba delicado de salud, pero que en realidad lo que estaba era falto de compañía. Don Jaime presenta episodios de demencia, proponiéndole matrimonio a su joven sobrina, y ante la negativa de esta, se suicida.

Quedan como herederos Viridiana y un hijo bastardo de Don Jaime (Jorge), personas con naturalezas totalmente distintas: mientras el uno es mezquino y áspero en el trato, la otra es noble y caritativa al punto de crear en la propia casa un albergue para pobres, inválidos y leprosos. Pero lo que no sabía Viridiana era que el resultado de tanta bondad sería terrible: un día en que se ausentaron de la casa, ella, Jorge y los empleados, los vagabundos hicieron fiesta, destrozaron todo y al regresar esta llegan incluso a intentar violarla, hecho que le acarrea traumas, con lo que cierra la película.

Con Silvia Pinal, Francisco Rabal y Fernando Rey en los papeles principales, Viridiana recibió la Palma de Oro, máximo galardón del Festival de Cannes. Rodada en España, no pudo exhibirse hasta 17 años después de la filmación, cuando la dictadura franquista había desaparecido.

Del filme supone fundamental destacar varias escenas, entre ellas: cuando, durante la juerga de los invasores, uno de ellos pone a reproducir en el tocadiscos el Aleluya de Händel, pieza que el difunto Jaime disfrutaba mucho; así como cuando, ya hacia el final, se ve a la niña de la criada de la casa con una corona de espinas (símbolo de Cristo), que se pincha con una púa y arroja la corona al fuego (irreverencia a la Iglesia). Aquí, además, se puede apreciar la puesta en escena de la personalidad del español en todo su esplendor.

Este es un largometraje cuyo decurso, como se podrá inferir por la trama y las consideraciones de quien esto escribe, propicia echar a andar las neuronas, pero también cuenta con escenas de humor, por lo que también entretiene; de modo que resulta importante destacar la maestría literaria de Benito Pérez Galdós y es indispensable justipreciar la pericia cinematográfica de Luis Buñuel.

Viridiana es una película cuya obra en que se basa —Halma— es irrenunciable leer, sobre todo por la seguramente valiosa narración del desenlace.

*Estudiante de Periodismo.

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