Vin y la dicha de vivir más allá del siglo

Compartir en

Tiempo de lectura aprox: 1 minutos, 51 segundos

Si preguntan en La Piragua —comunidad perteneciente al municipio cienfueguero de Lajas— por María Valeriana Rodríguez Díaz, pocos podrían señalar a quien registraron con ese nombre en fecha ya distante. Decir Vin, sin embargo, tendría un efecto distinto, y no solo la identificarían los lugareños, sino muchas otras personas en diferentes localidades del territorio.

Nacida el 14 de abril de 1921, Vin tiene la dicha de reunir más de un siglo en su peregrinar y mantener el buen talante de los años mozos. Es una persona a quien le viene como anillo al dedo la frase atribuida a la actriz Bette Davis “la vejez no es para blandengues”, porque si algo no ha sido Vin a lo largo de sus casi 102 años es una mujer floja. Forjada por el trabajo, la crianza de nueve hijos —a tres de los cuales ha sobrevivido— la anciana tiene aún mucho que enseñar a quienes la siguen.

“Lo único que yo me siento es esto aquí (se toca una pierna); me duele a cada ratico, por una caída que me di…,ya no me siento más nada”, responde cuando la interrogan acerca de cómo lleva su cuerpo el peso del tiempo vivido.

La suya es una historiamarcada por los rigores de la ruralidad. Vio la luz en Santa Rosa, otro pequeño poblado lajero. “Allí viví hasta que me casé y me mudé para El Salto. De ahí me fui para Covadonga y de Covadonga volví al Salto, de donde vine para aquí, rodando y rodando (ríe). Al llegar, sentí que venía para un palacio. Había pasado mucho trabajo en las casas anteriores, se mojaban todas”.

Corrían los últimos años de la década delos 60 y para entonces La Piragua era una comunidad que se levantaba a doce kilómetros de la cabecera municipal, compuesta por casas confortables y de arquitectura inusual en aquellos parajes campestres. Allí llegó Vin, junto a otros fundadores, con su carga de entusiasmo y voluntad, resuelta a colaborar con cuanto hiciera falta, activa, industriosa.

“Yo trabajé mucho. En todo. Empecé guataqueando, chapeando. Después me iba pa’ dondequiera a trabajar: Yaguaramas, Santa Rosa, dondequiera. Después me puse a recoger cañas detrás de las combinadas. Ahí fue donde me jubilé”, rememora la centenaria. Esa actitud diligente y atenta la acompaña todavía hoy, cuando asida a un bastón, siempre que puede visita a enfermos o acude a acompañar el duelo de algún vecino.

Solícita, servicial, a Vin la reconocen por su jovialidad. “Yo me llevo con todo el mundo, chica. A ver, yo tengo mi genio, si se meten conmigo, tengo que chillar, pero me llevo bien con todo el mundo”, reconoce esta longeva que no se atreve a enumerar su descendencia. “¿Para qué te voy a decir, si ya no sé de nietos, biznietos y tataranietos? Son muchos…”.

De tez oscura, su complexión parece la de una señora más joven, mientras goza todavía de salud visual para confeccionar sobrecamas hasta bien entrada la noche. “He trabajado mucho, pero aquí estoy, gracias a Dios. A los nuevos les digo que luchen mucho, que luchen como lo he hecho yo hasta la edad que tengo”.

Quizá sea esa la fórmula que, sin sospecharlo, ha permitido a esta centenaria vivir con satisfacción la vejez. Su mayor tesoro, el regalo divino de una existencia que se alarga más allá del siglo.

Visitas: 3

Yudith Madrazo Sosa

Periodista y traductora, amante de las letras y soñadora empedernida.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *