Sin ti, pero contigo Fidel (+Multimedia)

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Siempre estuvo ahí Fidel, con sus precisas palabras, las palabras de hoy, y de mañana. Estuvo para hacer libre la bandera, el himno, los hombres…; estuvo de pie, porque no permitió siquiera una duda en las rodillas, estuvo con los ojos abiertos, porque hasta enero de 1959 no pudo dormir en paz.

Las épocas están pintadas con sus verbos, y tienen como molde el sudor clandestino que salía sereno de su frente, el olor a pólvora, a fusil, a talante de un revolucionario que lo abandona todo por la suerte de la patria. Y arremetió con esa fuerza contra las paredes del Moncada, paredes que debieron sostenerse bien fuerte para no caer, y a pesar de eso: cayeron. Embistió, con su bigote a medio formar, contra los nombres herejes de los gobernantes de turno, y soportó la marea en el Granma, y sobrevivió a los combates, porque abandonar a Nubia no fue nunca una opción.

Entonces uno lo ve reír, y le parece que la sonrisa misma es el amparo eterno. Uno lo ve levantar las manos, saludarte, mientras te hace cómplice de cuanto forjó para salvarte. Uno lo ve cargar el futuro con tanta seguridad, con tanto ímpetu, con tanto rigor, que ya nada peligra. Uno lo ve arrancarse el dolor del pecho, y uno también llora, pero en silencio, para que él no lo sepa. Uno lo ve hombre, lo ve amigo, lo ve ¡tan común!, que se resiste a comprender que se nos hizo eterno

Nos acompañó hasta sus 90 años, y aún sentimos cómo sus pies de gigante retumban en las paredes y en los cimientos desde bien temprano. Por eso decir su nombre no puede ser un acto común. Decir Fidel es tanto, que no cabe en estas letras, ni en las de después.

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