Bloqueo contra Cuba: que los árboles no nos impidan ver el bosque

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Es común el debate sobre un tema entre tertulianos de las redes sociales, en colectivos de trabajadores o hasta en una de las tantas colas a las que asistimos de manera rutinaria los cubanos. En estos espacios en los que concurren economistas junto a otros trabajadores, ocurre que, por omisión inducida por la ignorancia, por ingenuidad o por voluntad propia y de manera malsana, entre otras posibles causales, se trata de eludir el origen real de algunos asuntos. Como solución, los disertantes tratan de dirigir la discusión del tema hacia lo que consideran ” la cuestión más importante”, ” el único causante”, el que “más duele:”  o  el que consideran “ de mayor prioridad”, etcétera.

El clímax llega cuando se trata de debatir sobre la economía cubana. Pero todo cambia,  cuando entre los participantes se aborda el asunto del bloqueo o la posibilidad inminente de que con la llegada a la presidencia de Donald Trump ese bloqueo siga arreciándose, dándole más vueltas al torniquete que como el garrote vil aplicaban al cuello de los prisioneros los europeos durante la Edad Media, hasta causarles la muerte. Al mencionarse, la reacción de muchos de los interlocutores es restarle “méritos” al asunto y enfatizan que la solución está en resolver nuestras deficiencias al andar, las que califican de superiores en sus daños al mismo bloqueo y a las que les han acuñado con el nombre de “bloqueo interno”.

Este grupo de cubanos, por las razones que sea, ignora o minimiza el Memorándum de Lester D. Mallory de 1960, que reconoce la necesidad de privar de manera discreta a Cuba de dinero y suministros, reducir sus recursos financieros y los salarios reales, provocando hambre, desesperación y el derrocamiento del Gobierno; la Ley de Comercio con el Enemigo a la que acudió JF. Kennedy en 1962 para decretar el bloqueo contra Cuba y considerada el estatuto principal que lo activa, bajo el nombre eufemístico de embargo; las Regulaciones para las Exportaciones de 1979 que establecen una política general de denegación para las exportaciones y reexportaciones en Cuba; la Ley para la Democracia o Ley Torricelli de 1992 de George Bush, que prohíbe a los barcos de terceros países que tocan puertos cubanos, entrar en territorio estadounidense en un plazo de 180 días; la Ley para la Libertad y Solidaridad Democrática Cubana o Ley Helms Burton de 1996 de William Clinton, que pretende regular el futuro de un estado soberano; las 242 medidas de reforzamiento del bloqueo implementadas por Donald Trump en su primer mandato, con la apertura del Carril III de la Ley Helms Burton y la inclusión de Cuba en la Lista de Países Patrocinadores del Terrorismo, entre otras; así como la persecución permanente y de manera extraterritorial, desde 1963 por parte de la OFAC (Oficina del Control de Activos Extranjeros del Departamento del Tesoro de los Estados Unidos), a la actividad financiera de Cuba. Sus contenidos y alcance son desconocidos olímpicamente o no las reconocen como parte del bloqueo o las llegan a minimizar, considerándolas causas menores del problema o una justificación en la retórica.

Por supuesto, que para ellos resulta difícil entender que los daños acumulados durante seis décadas, ascendentes a 164 mil 142 millones de dólares hasta junio de 2024, han golpeado, golpean hoy y seguirán golpeando en el futuro similar a como lo hacen los trenes de olas marinas que rompen en las rocas de nuestras costas, golpeando no solo nuestra infraestructura económica; sino que tratan de agrietar la conciencia de la población. Desconocer esos argumentos, para este redactor, es como convertirse en cómplice del verdugo.

Tampoco puede desconocerse que nos acompañan nuestras deficiencias internas, inducidas por el actuar negligente de los cuadros y funcionarios del estado;errores en la planificación, la distribución y control de los recursos, causante en muchas ocasiones de desigualdades;el secretismo ante problemas que nos atañen a todos;las frases hechas para nombrar los errores o la corrupción;la falta de exigencia; la falta de previsión en la toma de decisiones o a la hora de diseñar regulaciones jurídicas que dejan lagunas que propician ilegalidades; la blandenguería para no darle al burro los palos cuando se cae y hasta etc. En ese saco cabe de todo y nos afecta la miopía; pero más nos afecta cuando se desconoce que Fidel nos enseñó que “bienvenida sea la Vergüenza, bienvenida sea la Pena; porque sabremos convertir la Vergüenza en Fuerza, en Espíritu de trabajo, en Dignidad y en Moral…”

Es entonces que, apreciando a los discursantes y reconociendo mis propias deficiencias, recuerdo aquella frase de “cuando los árboles no dejan ver el bosque”, acuñada desde tiempos remotos y que, en síntesis, significa centrarse en ciertos detalles de una situación o problema, sin reparar en lo verdaderamente importante del acontecimiento. Algo que puede obedecer a una distracción, indiferencia o incapacidad para realizar un análisis más amplio, entre otros motivos. Bienvenidos sean los debates constructivos multiplicados y con argumentos, donde nuestras conciencias no permitan que los árboles nos impidan  ver el bosque.

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Andrés Martínez Ravelo

Ingeniero civil. Miembro distinguido de la Asociación Nacional de Economistas y Contadores de Cuba.

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