Salvaguarda de la memoria histórico musical

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Para que se logre salvaguardar la memoria musical cubana y que se tenga una suficiente conciencia a nivel local del rescate de la identidad de cada región, no hay necesariamente que sumergirse en laberintos entramados. Propongo partir de un razonamiento sencillo: la música es parte de la vida del ser humano, se aprehende de manera vivencial, cuando se vincula una experiencia a un recuerdo afectivo. Por muchas clases de historia de la música que se den, por más que se le hable a un adolescente del danzón, el chachachá, el mambo, el danzonete, las rumbitas campestres, la guajira, la guaracha, la habanera, el punto fijo y libre, por citar algunos, no serán sino conceptos vacíos, hasta que no exista este vínculo desde lo vivencial y se les proponga un programa de apreciación, tan sencillo como el que tenemos en la carrera de música, en su nivel elemental.

Pienso que la apreciación de las artes: teatro, danza, artes plásticas, cine y música, debe formar parte del plan de estudios de todas las escuelas de enseñanza media. Tal vez en talleres opcionales, basados en los programas que existen dentro de nuestro sistema especializado de enseñanza artística y que han dado muy buenos resultado. Mediante el conocimiento de las herramientas de apreciación, se puede sensibilizar a los jóvenes.

Para ellos no serán atractivos nuestros géneros musicales si solo se les habla de manera mecánica. Por ejemplo, cuando les mencionen el chachachá, hay que decirles que el nombre es debido al sonido que hacen con los pies los bailadores al disfrutar del género. Que su creador fue el violinista Enrique Jorrín y que surgió del montuno de un danzón, su última parte y se llama así por los elementos que toma del son montuno (de las zonas de montaña) Como dato curioso, uno de los chachachás más populares fue La engañadora. Está inspirado en una muchacha que iba a bailar al salón donde tocaba la orquesta.Tenía un cuerpo espectacular, que hacía suspirar a los hombres. Por alguna razón, alguien hizo la broma de que sus “curvas” no eran más que rellenos (en aquellos momentos almohadillas, en estos sería silicona) y fue la historia que inspiró a Jorrín para crear este chachachá. Claro, tendrían que escuchar La engañadora para poder saber bien qué pasó. Seguro lo harán con mayor interés después de conocer la anécdota.

Muchos de los grandes temas de la música cubana están basados en leyendas bien jugosas. Otro famoso chachachá es El bodeguero, del músico nacido en Cruces, Richard Egües. No solo exquisito porque se habla del chocolate, sino por la excelente factura musical que tiene. En el caso de Cienfuegos, tuvo otro gran compositor de chachachá casi en el anonimato, que fue Felito Molina y hay que hablarle de él a esos jóvenes y poner los ejemplos musicales. Son solo algunas ideas para atrapar al auditorio más difícil; pero nada hacemos si no se escuchan estos temas.

Si buscamos estrategias que realmente den resultados, llevemos estas historias junto a orquestas del patio como Los Naranjos, La Loyola, Ekwé, Ismaelillo y tantas otras que tiene Cienfuegos, hasta los adolescentes para que puedan presenciar actividades didáctico musicales, siempre interactivas, intencionadas, explicativas y ejemplificadas. Invitemos a las parejas de baile del Salón Minerva a demostrar cómo se baila un danzón. Contarles cómo fue que varios amigos de Miguel Faílde, su creador, le insistieron para que creara un género que les permitiera conversar con las muchachas en los bailables y de ahí la letra A o Paseo, parte que caracteriza al danzón, no se baila y gracias a esta estrategia musical los muchachos podían pasear por el salón con las damiselas, separados de las chaperonas y luego bailar las otras partes. Hay tantas historias detrás de nuestros temas, que los hace un recurso casi inagotable.

La música popular bailable fue escrita para que el bailador la disfrutara y es lo que necesitan esos jóvenes, interactuar y sentir lo que estos temas le provocan. Hasta para quienes hacemos carrera en esta rama, nos cuesta trabajo una clase totalmente teórica, porque es vacía. La música se siente y eso es lo que hará, junto a la explicación teórica, que se gane un terrero necesario para la salvaguarda de la identidad cultural. Que se les hable de los cultores sureños, pero en un lenguaje que les sea cercano; personificando, humanizando a estas figuras, no como datos a memorizar, sino desde la comprensión, la escucha y el razonamiento lógico.

Cienfuegos puede darse el lujo de ostentar longevas agrupaciones como Los Naranjos y La Loyola. Hay que propiciar acercamientos, provocando una interacción entre estudiantes y músicos. Lo mismo se necesita hacer con las agrupaciones de música de concierto y de rumba. La música no es solamente teórica o práctica, no es fragmentada. La cultura es precisamente la interacción entre los saberes y la aprehensión de estos por mediación de vivencias personificadas; para luego quedar como parte de las experiencias asimiladas mediante emociones en los sujetos.

En mi criterio y experiencia me parece vacío y totalmente vano, enseñar la música como concepto; tanto como nombrar a un Café Paulina, sin que sea promotor de la obra de esta intérprete y a una discoteca o Centro Cultural Benny Moré, sin que resuene, aunque sea una vez por semana, el legado de este intérprete que nos enorgullece a todos.  El legado de ellos no está en su nombre, sino en la obra que nos dejaron y es precisamente esa obra, la que la juventud debe conocer, comprender y trasmitir.

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Sandra M. Busto Marín

Licenciada en Música con perfil de flauta. Diplomada en Pedagogía y Psicología del Arte, Pedagogía Musical y Educación por el Arte. Máster en Arte. Todo en el Instituto Superior de Arte de La Habana.

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