Sacándole chispas a las hojas

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Entre los 117 tatuajes que en un momento poblaron la piel de El Dora uno apunta todavía la fecha del 8 de agosto de 1979. Aquella tarde estaba compartiendo unos pomos de alcohol en el portal de la antigua farmacia de Reina cuando una patrulla policial lo arrestó.

El Dora, que está inscripto en el Registro Civil como Lázaro Mariano García Digat, celebró el 5 de marzo pasado sus 35 años en libertad y cuando le tocan el tema de la prisión “estoy hasta tres horas hablando, porque el daño cerebral es tan grande, el cerebro ve tantas cosas”. Y reflexiona: “cuánto tiempo perdido, metido allí entre machos”.

Nació en 1962 y a los tres años sus abuelos paternos, Joaquín García Díaz y Heliodora Santos Sabina (Dora) se hicieron cargo de él, porque los padres trabajaban, y temían que una de las rastras de miel o de petróleo que transitaban La Avenida matara al muchachito.

Como la mayoría de los niños de la barriada proletaria lo primero que hizo fue patear un balón, porque “Reina es un barrio netamente futbolístico”, y casi a la par se inició en los caminos de la rumba, que hoy, con ciento y tantas canciones salidas de la punta de su lápiz, le reconoce como uno de los principales creadores del género en Cienfuegos.

En el fútbol jugaba de mediocampista, porque “me gustaba preparar la jugada para que otro metiera el gol”. Participó en dos Juegos Escolares Nacionales con la camiseta de Azucareros. “En aquella época se inventaba un campeonato en una cuarta de tierra”.

En su obra novelística el santaclareño Lorenzo Lunar suele repetir que “el barrio es un monstruo”, y una visión muy parecida tiene El Dora del lugar donde nació, creció y se le torció la vida.

Pero a la vez le agradece al entorno que propició la conexión de un niño de piel blanca con el mundillo del folclore afrocubano. En contra de la voluntad de Joaquín y Dora, “dos descendientes de gallegos muy rectos”, a quienes no les gustaba la juntadera del nieto “con personas de color”.

“Justo Díaz Bernal jugaba fútbol con nosotros. Con él di mis primeros pasos en el folclore. Nos hacíamos que íbamos a jugar bolas en el pasillo y con un cubito plástico aprendí los primeros toques”.

En Reina vivía Dalio “El Cojo” Grosso, un promotor del género quien de la nada inventaba una conga. “Un día, frente al cementerio, un tocador desistió de seguir. Dije ‘yo me sé ese toque’, me enganché el tambor y más nunca lo solté. Tendría 11 o 12 años por entonces”.

Lázaro recuerda con cariño a las maestras de primaria Miriam Tartabull, hermana del pelotero profesional —–y Susana Roldán, hermana de Andrés, el centrocampista capitán de la selección cubana y dos veces olímpico. “Ellas nos insertaron el mundo de la danza, hicimos un grupito musical y llegamos a participar en un festival en el teatro La Caridad, de Santa Clara”.

Académicamente el mejor desempeño de El Dora fue repetir el séptimo grado en la ESBU 5 de Septiembre. “De ahí en adelante fui perdiéndome. No me considero una persona bruta. A mí lo que me atacó mucho fue la vida del mismo barrio, donde por la época se manejaban tres cosas: el alcohol, la pastilla y el tatuaje. Lo que nos salvaba un poco era el fútbol. Entre las tres involucraban a uno en un ambiente que hasta te apagaba los sueños.”.

“No era guaposo, casi siempre estaba en el parque (de los Chivos) rumbeando. Ahí estaba yo con mi rumba, mi bala (pastilla de parkisonil) y mi pomo de alcohol con los amigos”. Lo invitaban a robar en una casa deshabitada y no podía, se aflojaban los esfínteres.

“No recuerdo haber tenido problema con nadie del barrio. Sí para vivir en el barrio tienes que estar fajándote todos los días, el que estás sobrando eres tú”.

El Dora llevaba menos de un año en la prisión de Ariza cuando lo de la crisis migratoria del verano de 1980 por el puerto de Mariel. Pudo emigrar, pero “no quise dejar a la vieja, el viejo ya había muerto en el 76. Mis amigos sí se fueron”.

Dora falleció en 1987 a él lo trajeron con “un conduce” a la funeraria Pujols. “Allí mismo, le dedico una canción a ella, sin tener lápiz ni libreta. Cuando regresé le dije a la gente ‘saquen los tambores que traigo la canción de la vieja’. Y el penal entero la coreó”.

“Era la primera que componía que se podía grabar en un disco, con palabras más filosóficas. De ahí para acá no he parado de componer. Existen discos con hasta 13 temas míos”.

El Dora se hizo el primer tatuaje en una Escuela al Campo. “En el mundo marginal de Reina, José Alberto ‘El Chino’ Calzada me enseñó a tatuar. Me convertí en el tercer tatuador de Cienfuegos de la época y estaba entre los primeros de la provincia de Las Villas”.

“Me dediqué bien a eso antes de entrar a prisión y una vez dentro me perfeccioné. Allí me encontré con el uno y el dos de Las Villas entera: Ifraín Medina y José Luis Santana Rebollido, paisano de Reina. Esos dos eran unos bestias, te hacían verdaderas obras de arte”.

Al salir en libertad pasó mucho trabajo para conseguir trabajo. La galería de historias montada sobre su piel representaba una barrera infranqueable en las oficinas de empleo. Finalmente logra entrar en la Escuela de Montaje de donde “salí con seis títulos y con buenos números”. Debió vender su televisor para comprarse una bicicleta. Y así poder viajar hasta O’Bourke.

Luego el arquitecto Irán Millán crea el primer curso de pintura y restauración y El Dora llega a ser jefe de la brigada de Patrimonio.

Dice que estudió aquello tan pero tan bien que por las tardes se iba a la Biblioteca Provincial a ilustrarse en la historia de la Arquitectura, “me conozco todos los elementos desde la antigua Grecia para acá, lo mismo te hablo de un capitel que de una pilastra”.

Y así hasta que un buen día faltó un cantante en el grupo folclórico Obbán Goché, lo probaron y la rumba se convirtió en el centro de su vida. “Cuando vine a ver ya estaba participando hasta en la Fiesta del Caribe, en Santiago de Cuba; y le he cantado a todo, a Fidel, a la bandera, a Maceo. “Se lo debo todo a Luis El Nata, no dejes de apuntar ese nombre”.

Su coincidencia en esa agrupación con José Luis Codero, El Iyabó, conforma un singular dúo de compositores. “Cuando nosotros dos nos sentamos con un lápiz, ponemos a hervir el cerebro y le sacamos chispas a la hoja”.

“¿Qué es la rumba? La rumba está considerada en diversos países como una fiesta. Yo diría que es una fiesta, pero de sentimiento”.

Lázaro, ¿y cómo quieres ser recordado?

“Como lo que soy y como lo que he sido, porque a pesar de que pasé por lo que pasé me considero un buen hombre y no le fallé …”.

Los párpados de El Dora abren sus compuertas a la humedad, y una cuerda invisible parece apretujarle la garganta. Tanto, que ahogan y asfixian la última palabra del rumbero.

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Francisco G. Navarro

Periodista de Cienfuegos. Corresponsal de la agencia Prensa Latina.

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