El camino hacia Ramón Jaureguí, el miliciano desaparecido en Playa Girón

Compartir en

Tiempo de lectura aprox: 6 minutos, 9 segundos

En 2019 fue noticia el hallazgo de restos óseos de un presunto miliciano que desapareció en el combate contra la invasión mercenaria de 1961. Casi cuatro años después, el equipo forense a cargo de la investigación confirmó la identidad del soldado, oriundo de Cienfuegos, a quien por estos días se le rinden honores

En el lecho de muerte, la madre de Ramón Jaureguí Díaz lamentaba irse de este mundo sin saber qué fue de su hijo. El enfrentamiento a la invasión mercenaria por Playa Girón, en abril de 1961, provocó en ella un mar de zozobras. Algunos testimonios coincidían en la caída en combate del joven de apenas 20 años, pero nunca tuvo el cuerpo para llorarlo. Por más que leyó en los periódicos aquellas crónicas sobre “los héroes eternos de la Patria”, murió sin encontrar siquiera allí el nombre de Ramón.

Por casi seis décadas, la familia soportó el peso de esa incertidumbre como las heridas que cierran en falso y no logran curarse. Fue así hasta el día que Mirna, la sobrina, vio en la televisión un reportaje que informaba sobre el hallazgo, en áreas del hotel Playa Girón, de restos humanos y otras pertenencias que apuntaban a la figura del desaparecido miliciano de Cienfuegos, oriundo de Caunao.

El 28 de agosto de 2019, los constructores de la cooperativa no agropecuaria Triple C acometían una zanja hidráulica frente a la séptima cabaña, del bloque número 1 de la instalación turística —localizada a 720 metros de la costa por donde penetró el enemigo hace 62 años—, cuando encontraron restos óseos, entre ellos, el cráneo de una persona, el cual se fragmentó de manera considerable al intentar recogerlo.

Yoel Monzón González, jefe del Equipo de Trabajo de Antropología Forense (ETAF), adscrito al Servicio Provincial de Medicina Legal en Matanzas, lideró las faenas posteriores al descubrimiento. Un grupo multidisciplinario, conformado por antropólogos forenses, médicos legistas, estomatólogos, instructores penales y peritos de criminalística, hilvanaron hasta el más mínimo detalle, para devolverle al pueblo de Cienfuegos otro héroe de la memorable gesta.

PRIMERAS REVELACIONES

“Una vez que llegamos al lugar y observamos los restos, el grado de fragmentación, la desmineralización de varias piezas y el enraizamiento de la vegetación costera en los huesos largos del cadáver, nos permitieron concluir que estábamos ante una de muerte de data antigua. Los elementos indicaban que aquel esqueleto llevaba allí más de 50 años”, refirió Monzón González.

La aplicación meticulosa de técnicas de arqueología forense contribuyó a la ocupación de 112 huesos y fragmentos de huesos, exactamente el 54 por ciento de la composición esqueletal del individuo. Junto a la arena extraída durante los trabajos para abrir la zanja —vuelta a remover por los especialistas de la ETAF —, aparecieron otros objetos de relevancia para la investigación: un nylon verde que envolvía a la víctima, dos broches con partes de cuero, un pedazo de fibra textil, once ojetes de metal, una hebilla metálica, nueve botones de diferentes colores, quince cartuchos sin detonar de calibre 7,62 x 45 milímetros y un portadocumentos con la imagen de la bandera cubana, cifrado bajo el nombre de las Milicias Revolucionarias.

Trabajos de investigación en la zanja donde se encontraron los restos óseos del miliciano, en agosto de 2019. / Foto: cortesía de la ETAF
Trabajos de investigación en la zanja donde se encontraron los restos óseos del miliciano, en agosto de 2019. / Foto: Cortesía de la ETAF

“Así hallamos también la tarjeta de entrega de armamento al probable combatiente, donde se leía con claridad el nombre de Ramón Jaureguí Díaz, del Batallón 339, de Caunao, en Cienfuegos. Sin embargo, para la antropología forense ese hecho solo aportaba el primer sospechoso de identidad, pues, en el contexto de la guerra, bien pudo un miliciano obtener tal ficha o, incluso, un mercenario”, explicó Monzón González.

Con el traslado de todos los restos y elementos hacia el laboratorio, se logra probar, en primera instancia, que los cartuchos correspondían al tipo de arma entregada al miliciano según la tarjeta: un fusil checo muy utilizado en la contienda bélica de Girón.  Ahora, ir más allá, en busca de reconstruir el perfil biológico, elevó el reto. Alrededor del 84 por ciento de las piezas presentaba afectaciones tafonómicas (fragmentadas), lo cual dificultó la obtención de datos e informaciones sobre el caso.

CONTACTO FAMILIAR Y EVIDENCIAS

Todavía el grupo de la ETAF afrontaba las excitantes jornadas del hallazgo cuando la televisora de Matanzas, TV Yumurí, difundió —tras consulta con el equipo—, el reportaje alusivo al acontecimiento noticioso, presumiblemente relacionado con un miliciano de la epopeya de Playa Girón. Este periódico (en la edición digital) se hizo eco de aquella información, sin advertir el rumbo de tamañas relevaciones.

“La publicación del audiovisual ayudó mucho”, comentó Monzón González, licenciado en Biología, además de especialista en Antropología física y forense. “Nos llamaron por teléfono los familiares y establecimos vínculos con los Jaureguí Digat, hijos de Wilfredo Jaureguí Díaz, uno de los hermanos del mártir”, agregó.

Nacido el 8 de abril de 1941, Ramón era el menor de sus ocho hermanos (tres hembras y cinco varones). El contacto con la segunda generación de la familia, específicamente los sobrinos, facilitó la creación del registro antemortem para continuar las pesquisas.

“A partir de la robustez y protuberancia de las piezas óseas —prosiguió Monzón González—, determinamos que pertenecían al sexo masculino. Asimismo, por medio del análisis de las 23 piezas dentales encontradas, principalmente de los molares, identificamos características propias de los europoides, o sea, de afinidad ancestral blanca”.

El estudio profundo de los fragmentos del cráneo arrojó que se trataba de una persona entre los 18 y 25 años de edad, mientras, la reconstrucción de los huesos largos a través de la métrica —con énfasis en el fémur y la tibia—, ayudó a descifrar la talla del esqueleto: de 1,65 a 1,70 metros; esto luego de aplicar tablas y ecuaciones, funciones discriminantes y algoritmos de trabajo.

“Por un lado, ya contábamos con el perfil biológico, y por el otro, la existencia misma de la familia confirmaba algunos de los datos: Ramón, del sexo masculino, de ancestría europoide y de baja estatura —como el resto de sus hermanos según contó Mirna—, quien, al morir, tenía solo 20 años. El cotejo de la información resultó totalmente coincidente, pero desde el punto de vista científico aún no podíamos absolutizar.

“Continuamos los exámenes en el laboratorio y descubrimos, en los huesos de la mano, la pelvis y las extremidades inferiores, maculaciones de esquirlas. Tales marcas permitían referirnos a un episodio violento. La metralla —aseguró el jefe de la ETAF— impregnó, atravesó el tejido blando y se incrustó en el tejido duro. Eso quedó para que nosotros dedujéramos entonces las circunstancias reales de la muerte”.

Yoel Monzón González, jefe del Equipo de Trabajo de Antropología Forense, de Matanzas, que lideró la investigación. / Foto: cortesía de la ETAF
Yoel Monzón González, jefe del Equipo de Trabajo de Antropología Forense, de Matanzas, que lideró la investigación. / Foto: Del autor
LA HISTORIA POR CONTAR

Hasta hoy, los pocos testimonios recopilados en torno al fallecimiento de Ramón Jaureguí Díaz llevaron a los historiadores a sostener la idea de que el joven cienfueguero murió en combate después de recibir los impactos de un arma de calibre 50. Sin embargo, las revelaciones de las ciencias forenses descartaron esa variante. A pesar del grado de fragmentación y descomposición, los huesos estaban íntegros y ello era casi imposible ante la potencia del aludido fusil.

“A la par del estudio antropológico y forense, comenzamos la investigación histórica, con la asesoría de especialistas del Centro de Documentación, perteneciente al Museo Provincial Palacio de Junco, de Matanzas.  Allí —dijo Monzón González— nos entregaron un documento, publicado el 16 de abril de 1982 en la revista Moncada, donde Israel Vázquez, soldado del Batallón 339, cuenta que vio caer a Ramón Jaureguí Díaz, tras ser alcanzado por la metralla de un avión.

“Según este miliciano, Ramón gritaba, pero no podía asistirlo porque él estaba herido. En ese momento, llegó la avanzada mercenaria, montó a los lesionados en su camión y, a los fallecidos, los recogió y envolvió en un nylon verde. Así, los elementos testimoniales empezaban a alinearse con los resultados del perfil biológico”, añadió.

La aplicación de técnicas especiales apresuró el escrutinio hacia el resultado definitivo, si bien la gran mayoría (odontograma, superposición cráneo-fotográfica, reconstrucción facial y radiología forense) no pudo emplearse, debido al deterioro y segmentación de los restos óseos. Ahora, el estudio de hipoplasia de esmalte a las piezas dentales develó facetas en la vida del joven revolucionario.

Con la aplicación de técnicas de arqueología forense, se rescataron 112 huesos y fragmentos de huesos. / Foto: cortesía de la ETAF
Con la aplicación de técnicas de arqueología forense, se rescataron 112 huesos y fragmentos de huesos. / Foto: Cortesía de la ETAF

“Sabíamos que procedía de una familia pobre, al extremo de que, a los nueve años, debió abandonar la escuela para realizar trabajos agrícolas y aportar algún dinero. Vivió en condición de pobreza extrema y la hipoplasia de esmalte lo corroboró. Entre los dos y seis años, pasó hambre, pues en este periodo el crecimiento del esmalte se detuvo; había deficiencia nutricional”, señaló Monzón González.

Al triunfo de la Revolución, el más pequeño de los hermanos Jaureguí Díaz ingresó en las Milicias Nacionales Revolucionarias y participó en la lucha contra bandidos en las montañas del Escambray. Después, en abril de 1961, fue llamado al Batallón 339. Su pelotón se hallaba en la zona de Caleta del Rosario cuando desembarcaron las fuerzas enemigas.

“Para poder establecer la identidad absoluta solo faltaba la prueba de ADN. Poseíamos el material, restos óseos y piezas dentales, y en contacto con el Laboratorio de Genética Criminalística, de La Habana, nos sugieren utilizar el análisis de marcadores genéticos en el cromosoma Y, coincidente en el padre, los hermanos, y los sobrinos varones de Ramón, particularmente en los hijos de Wilfredo.

“Con la aprobación de la familia, un equipo de Medicina Legal, integrado por los doctores Juan Carlos Morales Valdés y Norges Estupiñán Rodríguez, ocupó las muestras y luego se trasladaron a la capital cubana, junto a huesos del esqueleto y de los dientes para el cotejo. El 28 de diciembre de 2022 —narró Monzón González— recibimos, entonces, la noticia del resultado positivo con la línea paterna Jaureguí, lo cual confirmó, finalmente, la identidad del miliciano desaparecido de Cienfuegos durante el combate de Playa Girón”.

Faenas en el laboratorio con los restos óseos y piezas dentales. / Foto: cortesía de la ETAF
Faenas en el laboratorio con los restos óseos y piezas dentales. / Foto: Cortesía de la ETAF

Los testimonios recogidos en el proceso investigativo estremecen el alma. Cuentan que, al decretarse la victoria contra los mercenarios yanquis, los hermanos, abatidos por la pérdida, salieron a buscar a Ramón, tirados por una desesperación que jamás llegaron a consolar. Los restos de su cuerpo aparecieron 58 años después para cambiar la historia y sellar el prolongado dolor de la familia.

El equipo forense junto a la familia del mártir en el momento en que se ocuparon las muestras de ADN. / Foto: cortesía de la ETAF su hijo
El equipo forense junto a la familia del mártir en el momento en que se ocuparon las muestras de ADN. / Foto: Cortesía de la ETAF

Visitas: 50

Roberto Alfonso Lara

Licenciado en Periodismo. Máster en Ciencias de la Comunicación.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *