Que retoce en el éter el arte puro
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La música de esta Isla es un tesoro y hasta fue calificada de imperio por el investigador Rafael Lam en su libro El imperio de la música cubana. ¿Pero su visibilidad desde la institucionalidad se corresponde con esa jerarquía artística?
La política cultural del país, al menos desde documentos rectores, protege ese acervo, que nos identifica como cultura en el mundo, pero la realidad de la promoción puede desvirtuarse como demuestra la sucesión de días en una sociedad marcada por dificultades económicas que gravitan sobre la producción y el consumo del arte.
El sistema de la radio nacional dispone por ejemplo de un 80 por ciento de difusión de música del patio y un 20 de la creación extranjera, lo cual tiene una lógica aplastante tratándose de una riqueza como la nuestra en esa materia. ¿Pero aprovechamos óptimamente ese 80 por ciento estipulado? Creo que No.
Se legitima mucha precariedad disfrazada de arte. Nuestras radio emisoras emiten propuestas que dejan mucho que desear con productos carentes de valores ideoestéticos y alienantes, sin la existencia de una actitud crítica en los procesos de evaluación de sus dinámicas.
Se prioriza en muchos casos numeritos de palpitante actualidad como jocosamente decía Ñico Saquito, lo cual es peligroso cuando reconocemos en el pasado tanta gloria vertida en el pentagrama por los cubanos. Al mismo tiempo son ignorados genuinos hacedores de la nueva hornada que, aunque encuentran espacio en plataformas digitales, bregan sin un padrinazgo efectivo en la tarea de exponer sus creaciones.
En opinión del músico Raúl Marchena, esos circuitos de distribución son más esquivos al arte puro que hace treinta años, cuando las disqueras controlaban el escenario del consumo.
La televisión también muestra un panorama desigual en la puesta en pantalla y resulta acaso más inquietante por tratarse de un medio visual, con tanta parafernalia acompañando vacuidades.
Otros lugares reproducen esos desatinos: hace poco el cienfueguero Nelson Valdés expuso en redes sociales su preocupación por la difusión excesiva en instalaciones hoteleras de lo que este comentarista llama vejación sonora. La cultura nacional se merece otro tratamiento, que retocen en el éter el guaguancó, el bolero, el son y la timba primera también junto al jazz, la trova, el folclor campesino y loa llamada música de concierto es el deseo que anima a este cubano. ¿Será mucho pedir?
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