Me voy a morir en un diamante

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Arigo es mi nombre de guerra, dice este hombre que muy próximo a cumplir 81 sigue dándole rolings y flys a sus pupilos cuatro veces por semana, porque no concibe su vida sin el béisbol, una filosofía de la existencia a la cual se entregó con apenas siete años en varios placeres situados en el entorno del barrio de La Juanita y el campo de rieles del ferrocarril.

Francisco, el sexto de los nueve hijos procreados por el cocinero Julio Cantero y su esposa Clara Esther Cuesta, completó la enseñanza primaria en la escuela Antonio Maceo, “que aún existe en la esquina de las calles Holguín y Santa Elena”. Y luego asistió a la Intermedia, de Santa Cruz y Cuartel.

El padre había puesto con un amigo una fonda al costado del colegio San Lorenzo y además atendía varias cantinas, y él debió ayudarlo con la lista de compras y el reparto de la comida. La temprana lucha por la subsistencia también era una escuela. Aunque quedaban las tardes para dedicarlas a la pasión por el juego.

“Jugábamos en el barrio (aledaño a la loma donde se levantaba el Colegio de los Hermanos Maristas), en el Paradero, en Arizona y el Instituto de Segunda Enseñanza, que tenía un terreno muy bueno. Era una época en que se jugaba pelota todos los días, lo mismo al flojo que a la dura”.

Clara Esther solía decir que el pequeño Arigo jugaba béisbol desde que estaba en su vientre, y ya en el invierno de la vida él piensa que la muerte lo sorprenderá en un terreno de pelota.

“A veces recogíamos dinero para comprar una pelota, sino la forrábamos con esparadrapo, si el bate estaba partido lo arreglábamos. Formábamos dos equipos y a jugar todos los sábados en el Instituto, eso era sagrado. Yo fui manager desde los siete años, además de jugar segunda base, short stop y pitchar”.

Un empujón a su incipiente carrera beisbolera lo recibió en el terreno de Los Maristas. “Tenían un buen campo de juego y el hermano Serafín, una bella persona, me confiaba las llaves del cuarto de implementos para utilizar nueve guantes, un bate y una pelota. Yo ponía las dos novenas”.

Canterito llegaría a jugar con la selección del Colegio, sin ser alumno de un plantel para hijos de las clases acomodadas de entonces. Con un equipo dirigido por el profesor Alberto Quiñones Bárzaga, “ganamos invictos el campeonato Inter Escuelas. Allí coincidí con Joaquín Azcúe, quien luego jugaría con el Cienfuegos profesional y los Indios de Cleveland (más otros cinco equipos) en Grandes Ligas”.

Foto: Juan Carlos Dorado

Otro gran paso en sus inicios, ya como juvenil, fue la invitación del equipo de Arizona para hacerle una prueba en un doble juego. “Lo hice bien y ya no solté el guante”.

Un elemento muy importante en su formación fueron las trasmisiones televisivas de los juegos de la Liga Profesional Cubana y de Grandes Ligas.

“Unos señores de la sociedad para personas blancas y mayores sita en Santa Cruz y Armada nos permitían ver los partidos por la ventana”.

Arigo confiesa que era fan de los rojos del Habana y de los Dodgers, de Roy Campanella, en la Gran Carpa.

Se place de haber conocido a grandes figuras del béisbol cienfueguero que brillaron como profesionales en los años 50. Entre ellos “Chiquitín” Cabrera, José “Wiili” Tartabul; “con quien también jugué en el Arizona el día de la prueba”, Jesús “Cojimba” González, los hermanos Alejandro “Brown” y Julián “Yuyo” Castro, Sergio “Liquidá” García, el cumanayagüense Ultus Álvarez y Jaime “Chucho” Villalonga.

Siendo alfabetizador (1961) en la zona de Guaos fue solicitado para jugar con el equipo de Camarones en el Campeonato Regional de Cienfuegos. “Me pusieron de capitán, un día Cienfuegos fue a jugar allí y le di una línea por encima al “Curro” Leiva, con bases llenas”.

A los de la Perla del Sur aquello no debió hacerle mucha gracia, porque al siguiente año lo convocaron para las filas del bien recordado CVD Cienfuegos. “Esa fue mi escuela. El manager, Jacinto “Tito” González, pasó al camarero Julito Bécquer, que tenía un gran desplazamiento, para el center field y me puso en segunda base. En una ocasión ganamos 33 juegos consecutivos y 13 campeonatos regionales al hilo”.

La Tercera Serie Nacional (1964) representó la primera de sus cinco participaciones en esas lides. De las cuales se retiró como campeón con Azucareros en la Octava (1969). “Casi siempre como jugador de cambio”, admite.

De la Regional Oriental (seis equipos de las provincias de Las Villas, Camagüey y Oriente) previa a su debut, recuerda el triple que, jugando como refuerzo de Las Villas, le conectó al estelar Manuel Alarcón para darle el pase a sus coterráneos de Azucareros a la etapa cumbre del béisbol criollo.

Así y todo, lo escogen para la selección de Orientales. “Estuve tres meses entrenando en Santiago sin venir a la casa, eliminándome con otros cinco camareros entre los que estaban Andrés Telemaco y el cienfueguero Ramón “Veguita” Fernández”.

Repitió con Orientales en la IV Serie, que al igual que las tres primeras, con solo cuatro equipos, se jugaba casi íntegramente en el estadio Latinoamericano. “Los martes se programaba un juego en el Palmar de Junco, de Matanzas, y los sábados en Santiago de Cuba. Ese día nos levantaban a las cinco de la mañana para ir al aeropuerto y volar a la capital oriental”.

Cantero se precia de haber sido testigo en el terreno de la hazaña de su compañero de equipo Aquino Abreu, autor de dos juegos sin hits ni carrera sucesivos, con la camiseta de Centrales en la V Serie Nacional.

Los números de la chamarra forman parte de la liturgia del juego. Arigo usó indistintamente el 18, el 10 y el 4, “el que más me gustaba”.

Con apenas 25 años de edad y el título de campeón, Arigo decidió retirarse al término de la VIII Serie, hecho del cual no se arrepiente. “Estaba pensando en el futuro, yo quería ser profesor”.

Al asumir esa faceta, ya había bebido en fuentes de sapiencia beisbolera como Ramón Carneado, Roberto Ledo, Juan Ealo, “Natilla” Jiménez y Pedrito Pérez entre otros. Su expediente refleja una labor con todas las categorías, manager con más Series Nacionales (12) al frente del Cienfuegos y director en una Selectiva. Más un bienio fructífero (1992-1994) en el estado mexicano de Baja California Sur.

Francisco Cantero Cuesta, quien formó “una familia muy bonita” con su esposa Regla Rodríguez Baró, está seguro de haberse ganado el respeto en los campos de juegos y quiere ser recordado como “un cienfueguero que amó a su región, su provincia y al béisbol”.

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Francisco G. Navarro

Periodista de Cienfuegos. Corresponsal de la agencia Prensa Latina.

2 Comentarios en “Me voy a morir en un diamante

  • el 29 mayo, 2025 a las 1:11 pm
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    Tremenda familia, que Dios los bendiga, le Deseo lo mejor del mundo.

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  • el 28 mayo, 2025 a las 3:08 pm
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    A Cantero lo conocí con 19 años, yo trabajaba en el deporte de pesas con mis compañeros Iván Thompson y Francisco Monzón (EPD ambos) y desde esa fecha 1970, hasta los días de hoy nos ha unido una amistad de hermano. Excelente persona, como entrenador y amigo. Un Abrazo, Cantero, desde lejos, pero siempre en mi corazón. Salud y eterna vida a Regla también.

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