Luis Felipe Martín: un fotógrafo obnubilado por la ciudad de sévres

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No logró durante su vida profesional los encomios que merecía. Cienfuegos era entonces una ciudad saturada de estudios fotográficos, pero incapaz de distinguir lo urgente de lo importante. Su notoriedad obedece a dos razones: la primera, ser el padre de ese músico esencial que es Edgardo Martín Cantero (Cienfuegos, 1915-La Habana, 2004); la segunda, por la labor de su editorial L. F. Martín, donde se imprimieron valiosos textos de las más empoderadas organizaciones, clubes, asociaciones o instituciones sureñas. Por caso, se han reseñado sus labores en la publicación del cuaderno Primera y Segunda enseñanza. Cursos especiales (Escuela Politécnica Saco, 1929), los anuarios Memoria de los trabajos realizados en el año 1930 y Memoria de los trabajos realizados en el año 1932 (Asociación Benéfica Masónica de Cienfuegos, 1930 y 1932, respectivamente) y el librillo Concurso escolar celebrado bajo los auspicios del Rotary Club de Cienfuegos (Rotary Club de Cienfuegos, 1930), entre muchos otros, los que solían ser ilustrados con imágenes de su erario fotográfico. Sin embargo, pese a los atributos y excelencias de sus textos visuales, Martín apenas se convierte en “el fotógrafo de la ciudad de sévres”, ni siquiera por la anuencia de los clientes o las simpatías populares, sino por una anchurosa producción que el tiempo y la historia de la disciplina han legitimado. Nadie como él sistematizó la somática de la ciudad durante casi medio siglo (1902-1960).

Luis Felipe Martín Pereira (Málaga, España, 1887-La Habana, 1963) se manifiesta tempranamente como un pasionario de la cultura, muy preciado por la alta burguesía, que ostentaba los valores de sociedad. No es casual que, animado por su padre, Felipe Martín, asumiese hacia 1902 una casa imprenta, dedicada a la papelería, efectos de escritorios, juguetería, cristalería y otras novedades, en San Fernando 123. Esta demostrada sensibilidad por el arte y la literatura le favorece en el futuro para asumir la plaza de bibliotecario en el Casino Español de Cienfuegos.

Un día en el parque Martí (1917), de Luis Felipe Martín.

Guiado por el progenitor, también realiza sus pininos en la fotografía; junto a él se entrena en la técnica fotográfica, aunque no hereda el gusto por el retrato, sino que elige por voluntad propia la fotografía de paisaje urbano. Es en esta tipología que consigue las mejores obras, reveladoras de su talento compositivo y eficacia dentro del laboratorio. No obstante, en 1911 es celebrado por uno de los escasos retratos concebidos al precursor de la escultura en la isla, José de Vilalta Saavedra, el artífice del monumento a los Héroes de Marsillán, en Prado y Zaldo. Dos años después se convierte en agente de la Gaceta Oficial, reedita su establecimiento de ventas, al que incorpora la comercialización de libros, música y efectos fotográficos, y persiste en las labores de imprenta en Declouet No. 42.

En 1914 anuncia su Fotografía L. F. Martin como parte del programa del Club Deportivo de Cienfuegos, con la voluntad de conservar la memoria gráfica de sus diligencias y promocionar la cámara Premo: “Siempre con su Premo, en la plaza, en el hogar y en el campo”. “Si usted ya posee una cámara Premo, ya puede proporcionarle todo lo necesario para hacer sus fotografías”. A la sazón, recoge las evidencias de los eventos de regatas, esgrima, natación…, a la par que acepta los encargos en su tienda para documentar fiestas, bodas, incidentes sociales, visitas de personalidades, concebir retratos de niños…y acometer sus funciones como agente de la Kodak en la ciudad. Para esa fecha introduce en sus ofertas las fotografías a color, que eran impresas en la ciudad de Miami. Luego recibe la llegada de su hijo Edgardo, que para su disgusto no sigue la tradición fotográfica, a diferencia de Otto, que entre las décadas de 1950 y 1960 le complace como heredero del hobby familiar.

Línea del Central Caracas (1922), de Luis Felipe Martín.

El 26 de febrero de 1917 funda el Studio Light en San Carlos No. 106, según la publicidad de la época dedicado, “a los trabajos finos, para lo que ha sido instalado con todo el lujo necesario y dirigido por expertos artistas. Además, tiene concertados los acuerdos necesarios con las casas de Estados Unidos para traer a esta ciudad las novedades y adelantos del arte”. Durante los días cercanos a la inauguración, el empresario y fotógrafo reitera: “Con tal motivo me es grato invitar a usted al estudio, donde le será hecha una fotografía sin costo alguno o a la persona que se sirva indicar”. (El Comercio, lunes 26 de febrero de 1917). En esta travesía creativa Martín continúa sus incursiones en el retrato al platino y la paisajística de la urbanidad sureña, consuma fotografías al estilo de Un día en el parque Martí (1917), hermoso ángulo que focaliza la fuente central de la otrora Plaza de Armas, con su entorno de arbolados profusos y enlosados pulcros, en la que aparecen, pequeños en la distancia, dos amigos suyos.

En la década de 1920 consigue valiosas instantáneas de la ciudad y sus periferias, como La línea del Central Caracas (1922), de imponente perspectiva visual, uso del blanco y negro y con una nitidez ejemplar, Cienfuegos nocturna (1922), que asume positivamente los riesgos de una captura sin luz natural, o Panteón de Agustín de Santa Cruz en el Cementerio de Reina (1923), texto documental que atrapa la singular atmósfera en torno al recinto donde yacen los restos del creador del escudo de la ciudad. Pese a su moderado, pero éxito al fin, en 1924 traspasa el estudio a José Álvarez Varona, en lo venidero fundador de La Madrileña.

Cienfuegos nocturna (1922), de Luis Felipe Martín.

La venta del negocio fotográfico no le indujo a abandonar la afición por las instantáneas; por el contrario, en este nuevo período afianza los ardores por la fotografía arquitectónica y el paisaje urbano. Entre sus mejores producciones, emergen una imagen del Colegio de los Jesuitas y otra de la Calle San Fernando (abril de 1943); ambas con excelente rigor compositivo y energía documental. En mayo de 1940, mientras continúa su labor con la Imprenta L. F. Martín y en colaboración con Efraín Iznaga, comienza a gestionar la fundación de un club que agrupe a aficionados a la fotografía, pero no llega a cuajar la idea, aunque sienta las bases para la creación del Club Fotográfico de Cienfuegos, fundado el 1ro. de febrero de 1948 y liderado por Jesús Pérez Sabido, su primer director, en donde termina por asumir la función de tesorero.

Panteón de Agustín de Santa Cruz en el Cementerio de Reina (1923), de Luis Felipe Martín.

En 1955 es asignado presidente del tribunal de honor del Colegio de Fotógrafos de Cienfuegos, fundado el 24 de julio de ese año. Entonces le declaran el “Decano de los fotógrafos locales”, una distinción merecida por su desempeño durante más de tres décadas, aunque vago conceptualmente, pues antes que él existían otros fotógrafos locales con no poco impacto en el rubro, como Mariano González Blanco o Luis Meruelo Comas, si bien ninguno le superaba en prestancia, novedad y precisión técnica.

Extenuado por su intenso bregar y deseoso de acompañar a sus hijos, especialmente a Edgardo, que en aquel momento remontaba como músico en la capital, se traslada a La Habana, donde muere a los 76 años de edad, luego de una existencia provechosa y feliz, aunque en su tiempo no fue reverenciado como artista del lente ni por ser el fotógrafo más adepto a la ciudad de sévres (así calificaban algunos cronistas de la época a Cienfuegos) y su retratista más fiel.

Calle de San Fernando (1942), de Luis Felipe Martín.

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Jorge Luis Urra Maqueira

Crítico de arte. Miembro de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC).

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