Los herederos de la Patria vital del Apóstol
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“Orgullo nacional es la dimensión del pensamiento político de José Martí”, expresa la destacada investigadora cubana Mirta Aguirre en sus Estudios literarios (1981). Y mucho de ello está contenido en Patria; cual “soldado” en pie de lucha, pero que también brotó “para juntar y amar, y para vivir en la pasión de la verdad” a partir de aquel 14 de marzo de 1892 y hasta el 31 de diciembre de 1898.
A 130 años de aquel suceso, con el que José Martí cristalizó su labor periodística iniciada en La Patria Libre y El Diablo Cojuelo, hacen de Patria en esta época, un paradigma no solo en cuanto al quehacer de la tradición nacional, sino también un material excepcionalmente abierto a la cultura universal, con textos que van desde el más acendrado esteticismo, a una pasmosa y comprometida funcionalidad.
Muestra fehaciente de ello es un artículo poco remarcado de su autoría llamado Los moros en España, de notable resonancia, donde enuncia: “(…) Allá está la guerra. Sea el triunfo de quien es la justicia (…) y por toda la gente mora y por el Norte todo africano, cunde, más briosa a cada nuevo ímpetu, la idea, solo para los privilegiados y cobardes ahogada, de ligarse, con su fe a la cabeza, contra los pueblos que, del brazo de sus falsos señores —de los afrancesados e imperialistas y olanos de la morería—, se dividen y reparten, sobre el cadáver de la raza, las tierras donde de siglos atrás se vienen afinando su belleza y bravura”.
No será errado analizar esta, como otra de tantas piezas martianas que aparecen en el periódico, poseedoras de una fuerza vitalicia que se conjuga con la técnica y denuncia impecable de la literatura de su tiempo; lapso marcado por dos guerras independentistas que él, al fundar el periódico, observa desde el exilio. Pero aun distante, nunca cesó en el afán de “asegurar, con la nuestra, la independencia hispanoamericana”, como alegara en Nuestra América, el 30 de enero de 1891.
Abelardo Agramonte, Benjamín Guerra, Fermín Valdés Domínguez, Rafael Serra, Gonzalo y otras figuras como el puertorriqueño Sotero Figueroa, todos amigos y colaboradores de la publicación, fueron quienes dieron forma durante cuatro años a aquel tabloide que vio la luz en la ciudad de Nueva York, con el aporte insoslayable de los trabajadores cubanos que radicaban en Cayo Hueso.
De tal albor, a la prensa cubana de estos días corresponde aspirar a defender y parecerse al modelo de dignidad y resistencia martiana. Deberá serle fiel, en su pericia y calidad profunda. Habrá que hacer frente a cada obstáculo puesto con saña en el camino de los acontecimientos. Poco a poco “ha de llevar la gloria por la rienda, ha de ajustar a la realidad conocida el entusiasmo, ha de reducir el sueño divino a lo posible, preparar lo venidero con todo el bien y el mal de lo presente (…)”. Nos atañe así, continuar acoplando su pensamiento con las líneas generales que norman el de esta Revolución.
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