Los de Abajo, Azuela y la mexicanidad

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Marzo es un mes relevante para la literatura mexicana. Marca el nacimiento de Mariano Azuela, en 1873, con quien la novela de la Revolución mexicana llegó a su punto más prominente. Se trata de una pieza narrativa de carácter testimonial basada en sus vivencias como médico de un grupo insurrecto, a las que suma anécdotas oídas en boca de amigos cercanos que compartieron con él aquella lucha.

Al leer Los de Abajo (1916) advertimos enseguida la crudeza directa que desafía la realidad sin edulcoraciones de índole alguna, de una guerra en que la violencia reinó a ambos lados del conflicto. Entre sus peculiaridades se muestra como una literatura al servicio del pueblo mexicano y de sus esperanzas; fue, además, un medio para activar la conciencia popular.

La naturaleza de este género narrativo lleva el sello de Ricardo Flores Magón, de cuya muerte se conmemorará un siglo el próximo noviembre. Fue él quien como intelectual y político señaló el camino de la beligerancia al pueblo mexicano, lo cual constituyó un hecho social, político e incuestionablemente cultural.

Cavilaciones teóricas aparte es, en esencia, la novela de los pobres contra los ricos; de los campesinos “sin nada” contra una aristocracia soberbia y europeizada desentendida de la realidad nacional y que despreciaba a la gente del campo, que con su sangre había deshecho el dominio colonial español.

La novela comienza con la incorporación del campesino zacatecano Demetrio García a la insurrección armada. El hombre de marras no lo hizo por sus ideas, sino para vengarse del ejército federal por sus crímenes, entre ellos la amenaza de violación perpetrada contra su esposa. A partir de ese instante se suceden escenas que tejen una historia en las que aparece el joven médico Luis Cervantes, quien encarna, nada menos, que al propio Azuela.

Con Los de Abajo presenciamos una novela histórica de base social. No se trata de un hecho literario formal; es, en el mejor de los casos, un testimonio sin pretensiones estilísticas ni ropajes estéticos. Al leerla percibimos una sucesión de hechos como aventuras, impresión dada quizá porque su primera publicación fue a modo de entregas periódicas. Tampoco es una obra dividida en episodios; son más bien secuencias de cuadros y escenas en los que su “hilo novelesco” —al decir del propio Azuela—, los ata débilmente.

El acontecer de su narrativa se comporta de modo lineal, y hace de ella una lectura cómoda en la cual los hechos se explican por sí mismos, con omnipresencia del alma ranchera y el lenguaje regional, algo que le confiere una inmanencia mexicana que no admite discusión.

De Mariano Azuela podemos decir que fue el precursor de las novelas de la Revolución mexicana. Lo hizo desde ella misma, y le siguieron en el empeño figuras como el chihuahuense Martín Luis Guzmán y la durangueña Nellie Campobello. Más tarde otros, entre ellos Rafael Felipe Muñoz, José Rubén Romero, Francisco Luis Urquizo, Jorge Ibargüengoitia y Fernando Zamora.

Nadie cuestiona la primacía de Azuela en el género. Con realismo y crudeza a ultranza contó lo que vio y vivió, y cómo. Es, de cierta manera, un relato con señales autobiográficas o, al menos, un bien logrado empeño de crónica literaria, referente como documento complementario de la historia mexicana del las dos primeras décadas del siglo XX.

Desde cualquier punto de vista su lectura es un relato directo, realista y desgarrador; de lo que son capaces las pasiones cuando se enseñorean del alma de hombres y mujeresrebelados contra la injusticia, quienes pugnan entre sí. Llevada al celuloide en 1940 descorrió un telón para mostrar un escenario preñado de historias donde la literatura y la música (en particular los corridos), y también la pintura se dan la mano.

Los de Abajo fue el gran despertar de lo mexicano en el arte en sentido general. Esa virtud nos conduce a recordar a su autor a un siglo de su partida.

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