La misión mexicana que comenzó el día del Moncada

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“Si yo merezco algún recuerdo del pueblo cubano, que me recuerden como un mexicano que ama a Cuba”

Gilberto Bosques

El mismo día que Fidel y los jóvenes de la Generación del Centenario atacaban los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes en Santiago de Cuba y Bayamo respectivamente, el secretario de Relaciones Exteriores de México, Luis Padilla Nervo, enviaba un telegrama a Suecia, con un importante mensaje de consulta al ministro mexicano en dicho país, el Lic. Gilberto Bosques Saldívar. Se trataba de una solicitud para asumir la titularidad como embajador de México en La Habana, cargo que se encontraba vacante, luego de casi un año de haber concluido su misión el embajador Benito Coquet. El texto expresaba:

 “Señor Presidente desearía confiar a su amplia experiencia diplomática el puesto de Cuba, para nosotros tan importante, promoviendo al cargo de Embajador en La Habana; pronto ruégole decirme si aceptaría a fin de proceder solicitud beneplácito de estilo pronto. Felicidades, afectuosamente. Padilla Nervo. 26 de julio de 1953.”

Por esos tiempos, la situación política y social en Cuba era compleja. El país se encontraba en manos de una de las dictaduras más cruentas de la historia latinoamericana, llegada al poder a raíz del golpe de Estado orquestado por Fulgencio Batista, acción que sacudiera la nación el 10 de marzo de 1952, instaurando un régimen militarista, perversamente disfrazado de “estallido revolucionario”. El panorama político en la Isla se presentaba convulso y complejo, sobre todo, desde la perspectiva de las relaciones internacionales.  

En ese contexto, se percibía tensión política y diplomática entre la cancillería mexicana y el gobierno cubano impuesto tras el golpe de Estado. La embajada de México en Cuba se mantuvo cerca de un año sin titular, a pesar de las recurrentes peticiones de la dictadura batistiana por cubrirla. El presidente mexicano, Adolfo Ruiz Cortines, hizo que se pospusiera el nombramiento de embajador, retrasando la designación, como resultado de su desaprobación e inconformidad con el régimen cubano. Antes de partir hacia la misión diplomática, el presidente le refiere a Bosques: “Vea usted cómo tratar a ese tiranuelo”.

Para Ruiz Cortines era necesario que el cargo del titular de la misión fuese ocupado por alguien que tuviera habilidades de gran negociador, y suficiente experiencia y capacidad en el ámbito diplomático para sobrellevar la compleja situación política que se vivía en Cuba, así como sortear, con prudencia e inteligencia, las vicisitudes aparejadas a tamaña contienda. Para ello, ningún candidato superior a Bosques, diplomático de intachable trayectoria, reconocido en el gremio por librar grandes batallas en nombre de la justicia a nivel mundial. Originario de Chiautla de Tapia, Puebla, donde nació en 1892, fue profesor, periodista y un diplomático con gran vocación pedagógica. Se le conoce en la historia como el “Schindler mexicano”, ya que, desde su posición como Cónsul de México en Marsella, salvó la vida a miles de refugiados de todo el mundo, ofreciéndoles asilo, durante la Guerra Civil en España y la Segunda Guerra Mundial.

A Bosques, Cuba no lo era ajena. Desde la década del 30, guardaba estrecha relación con muchos cubanos exiliados en México. Su participación en la Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios (LEAR), le acercó a figuras de la intelectualidad cubana como Nicolás Guillén, Juan Marinello y Carlos Rafael Rodríguez, con quienes sostuvo una gran amistad.

Curtido en el oficio diplomático, aceptó gustosamente la propuesta. Bosques viajó de Estocolmo a La Habana, “(…) como de la nieve al fuego”. El nombramiento oficial como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de la embajada de México en Cuba, tuvo lugar el 1ro de octubre del mismo año. A su llegada a la capital, el 21 de noviembre, fue recibido con cierto escepticismo por el régimen batistiano, quien consideraba su postura progresista, como una confrontación al gobierno. No obstante, supo sortear con destreza diplomática su papel como representante de la patria de Juárez.

Los primeros meses de su trabajo como embajador fueron particularmente difíciles. Era un contexto de efervescencia revolucionaria, emanado de los sucesos del 26 de julio en el Oriente cubano, y los juicios que entre los meses de agosto y octubre sentenciaron a los moncadistas, procesos en los que la dictadura intentó, infructuosamente, silenciar el clamor de justicia de los asaltantes.

La persecución política fue el detonante para que muchos jóvenes revolucionarios buscaran alternativas en el exilio. Entre los destinos más recurrentes se encontraba México, por su tradición histórica de asilo político. El embajador Bosques, aun sin haber presentado las cartas credenciales, pudo tomar de inmediato el pulso a la situación. Muy pronto se le presentaron las primeras solicitudes de asilo. “Quien tenía la firma de Bosques, tenía fe para la vida”, diría en México uno de los exilados que le debió la vida.

Entre finales de 1953 e inicios del año 1954, brindó asilo a varios participantes del asalto a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes, entre ellos, Raúl Martínez Ararás, Carlos Bustillo Fernández, Gerardo Pérez-Puelles, Orlando Castro García, y Antonio Darío López García. En la embajada de México en Cuba se asilaban y curaban a hombres torturados por la tiranía batistiana, independientemente de su ideología o afiliaciones políticas. 

Bosques recordaba, en esos primeros meses, a un asilado que llegó a México con los pies vendados, luego de haber sido quemado en Cuba mediante brutales métodos de tortura y se refería al “Martirio de Cuauhtémoc” aplicado en Cuba, en alusión a las torturas sufridas por dicho emperador azteca por Hernán Cortés, para que le revelara donde se hallaba oculto el tesoro del imperio de Moctezuma. Lo torturaron quemándole los pies untados en aceite. Las declaraciones de Bosques llevaron a la prensa mexicana a establecer dicho paralelismo.

Tras la amnistía política lograda por la presión popular, los moncadistas fueron liberados, en mayo de 1955. A partir de entonces, los miembros del del naciente Movimiento 26 de julio (M-26-7) fueron perseguidos con saña por los órganos represivos de la dictadura. Informado de los planes de la tiranía para asesinar a sus principales líderes, Bosques advirtió a Raúl y Fidel Castro, del peligro que corrían sus vidas, y les facilitó el visado para viajar a México, tierra donde comenzaría la nueva etapa de preparación de la Revolución.

Tras el desembarco en Cuba de los expedicionarios del Granma el 2 de diciembre de 1956, y la consolidación de la insurrección popular en la Sierra Maestra, la embajada mexicana en La Habana se mantuvo permanentemente informada de los sucesos relacionados con la lucha revolucionaria, en gran medida, a través de las relaciones fomentadas por Bosques con diversos sectores sociales cubanos y el cuerpo diplomático acreditado en la Isla.

Al triunfar la Revolución el 1ro de enero de 1959, el gobierno revolucionario solicitó al de México la permanencia del embajador y amigo en su cargo. Desde los primeros días, Don Gilberto, como comúnmente le llamaban, mantuvo estrecha cercanía y colaboración con las autoridades cubanas, y muy especialmente con Fidel, Raúl, el Che, Osvaldo Dorticós y Raúl Roa. Su quehacer en esta nueva etapa, estuvo marcado por una ardua labor de apoyo a Cuba, su pueblo y su soberanía. Trabajó intensamente junto a Haydee Santamaría y Juan Marinello, por quienes sentía un profundo respeto y admiración, por acercar la cultura mexicana a la isla. En su intercambio epistolar con Marinello, compartían sugerencias, ideas, propuestas en las esferas del arte, la política y la cultura. Ambos colaboraron al fortalecimiento de los vínculos entre ambas naciones, y compartieron iniciativas en la planificación y programación de eventos y proyectos que fueron puestos en práctica a través de la Sociedad Cubano – Mexicana de Relaciones Culturales.

Su apoyo a la Revolución cubana también fue ratificado en disímiles circunstancias. Su posición y el apoyo de México ante la restricción de la cuota azucarera a Cuba en 1960, fue reconocido por el pueblo cubano y la clase obrera, en un mensaje de agradecimiento que le entregara la Confederación de Trabajadores de Cuba (CTC). En 1961, Bosques, solidario, vivió junto a los cubanos los días de la invasión mercenaria por Playa Girón. En 1962, fue participe de una de las páginas más brillantes de la historia de la diplomacia mexicana. Cuando varios países del continente americano, apoyaron la expulsión de Cuba de la OEA, fue México el único país que votó en contra de dicha medida. En aquel momento, su misión diplomática en La Habana, asumió las labores consulares de otros países del continente.

Hacia finales de 1964, al término de su misión diplomática en Cuba Bosques participó en el Acto Conmemorativo al 54 Aniversario de la Revolución mexicana, convocado por la Unión de Mexicanos Residentes en Cuba. Allí pronunció sentidas palabras:

“Agradezco a nombre de mi país por haber tenido la oportunidad de celebrar la última vez un Aniversario de la Revolución mexicana en este suelo cubano con un porvenir en el que nosotros los mexicanos ponemos nuestro espíritu”.

La labor diplomática de Bosques en la Isla se caracterizó por su profundo humanismo. Fue un mexicano que llevó a Cuba en el corazón. La fecha del 26 de julio de 1953 tendría para él un doble significado. Con su decisión de aceptar ese día el reto de la Embajada de México en Cuba, sellaba el destino de su vida con los jóvenes que ese mismo día, coincidentemente, asaltaban el cielo para emprender una Revolución transformadora, que Don Gilberto hizo suya.

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Medio de información alternativa que alerta sobre campañas de difamación contra Cuba. Agrupa a periodistas cubanos y de otras nacionalidades en torno al Círculo de Periodistas contra el Terrorismo

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