La mirada del cóndor

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Mientras el indio bebe chicha y masca hojas de coca, el cóndor, sereno, rasga el cielo azul de los Andes. Planea sin cansancio por encima de las cumbres nevadas, atraviesa acantilados repletos de musgo, y valles que exhiben un verdor interrumpido por las flores que los salpican con caprichos cromáticos.

Argentina, Bolivia, Colombia, Chile y Ecuador lo comparten para sí como ave nacional. Es de las voladoras, la de mayor tamaño y peso; únicamente compite con el cóndor el albatros viajero, que habita regiones del hemisferio Sur.

Es un ave única y longeva cuya existencia puede alcanzar siete décadas. La Cordillera de los Andes es su cobija natural; allá vive en libertad, crece y construye nidos para sus crías, las que defiende con celo.

Los primitivos habitantes lo conocieron. Fue para ellos un hermano más en medio de un paisaje agreste, imposible de habitar para muchos.

Indio, paisaje y cóndor se combinan en el escenario natural suramericano para hacerse cultura. A veces se le ve abrir las alas, cual si pretendiera abrazar el paisaje en toda su plenitud. Son numerosas las leyendas y fábulas tejidas en torno al ave de majestad tremenda; en todas ellas aparece como protagonista. Una de ellas ecuatoriana, que relata cómo creó el arcoíris.

Daniel Alomía Robles, compositor peruano.

La música también lo tiene presente por simbolizar la grandeza, fortaleza y libertad. En 1913 hace ya más de un siglo, el compositor peruano Daniel Alomía Robles se inspiró en la música tradicional andina para componer la zarzuela El cóndor pasa. A la vuelta del tiempo, la música principal de ese sainete prevalece.

Músicos de todas latitudes la recrean. Las maderas de la zampoña peruana le dan su aire natural. Con su sonido la autoctonía rinde galas al paisaje signado por ventisca y niebla en medio de las montañas. La melodía sugiere el vuelo en calma del ave, que en nada se apura por conocer su origen y destino.

Existen versiones novedosas. Una de los años 60 del siglo pasado que popularizó en versión cantada el dúo de los estadounidenses Paul Simon y Art Garfunkel. La colombiana Claudia le cantó a la que también de su país es el ave nacional.

Las versiones instrumentales contemporáneas abundan con sonidos llenos de exquisitez. Vale mencionar la del francés Paul Mauriat, fiel a la original de Alomía Robles. Otra es la muy estilizada del argentino Raúl DiBlasio.

En todas las versiones prevalece el espíritu andino y la presencia de un cóndor que remonta el vuelo por encima de la cordillera. La armonía denuncia una ventisca fría que persiste y el tranquilo planeo del ave. Aunque el cóndor nos ignore, lo percibimos en su espiritualidad como parte de una geografía que conmueve por su hermosura.

El cóndor tiende la mirada y allá debajo, encima de una piedra, el indio bebe chicha y masca coca; como ritual de recuerdos que atavían su origen.

Las maderas de la zampoña peruana le dan su aire natural.

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