La costumbre de reunir
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La segunda mitad del siglo XX, etapa en que hombres y mujeres se dedicaron —concentrando desmedidos esfuerzos en ello— a materializar experimentos inesperados, fue, además, el espacio de las Antologías. La obsesión por coleccionar, agrupando en un mismo libro o soporte obras de caracteres similares o categorías semejantes, distinguió a la época, caracterizándola. En nuestro contexto literario, escritural o artístico —reaccionado ante la ausencia de papel, la desinformación e ignorancia, el desconocimiento de nosotros mismos, acortando distancias en medio de carencias materiales y los exabruptos de la crisis económica, sus ramificaciones— crecieron con urgencia. Aunque sobreabundaron las de poesía, el cuento, el ensayo, e incluso la novela encontraron su recopilación o compendio. Aquella proliferación parece no haber sido moda, o necesidad de la época, sino una respuesta, el hallazgo de la inteligencia. Para bien o para mal, entre nosotros (escritores cubanos en la Isla) no solo continúan reinando desde comienzos del siglo XXI, sino funcionando como necesidad irrecusable de nuestro movimiento literario.
La ciudad dormida (Ediciones Aldabón, 2018), Editada por Néster Núñez y con diseño de Johan E. Trujillo, es el título con que Daniel Cruz Bermúdez, director del sello editorial de la AHS, en Matanzas, ha decidido reunir y presentar a 11 narradores matanceros que habiendo nacido entre 1994 y 1995, alcanzan, en la actualidad, los 29 o 30 años. Lo primero que llama la atención, antes, incluso, de abrir el libro, es que la antología permite congregar a personas que hacen lo mismo dentro del campo literario, dándoles, de manera consciente, forma de grupo, y conformando a su vez, lo que sin duda es, considerándolo estéticamente, una generación de narradores que, de algún modo, está cambiando el curso a la tradición que como Ciudad de Poetas, caracteriza a Matanzas (desde el siglo XIX).
En la ciudad de los bardos, o en la urbe para la poesía, es la primera vez que se puede hablar, categóricamente, de una promoción de narradores. Este síntoma, diferencia o curiosidad, útil para críticos, estudiosos de la literatura, e incluso sociólogos, encuentra en La ciudad dormida un sentido, una prolongación, su manifestación mayor.
La antología es o quiere ser la materialización de un fenómeno social que con el nombre de narrativa ha impulsado a la generación (de escritores) citada a expresarse en prosa, a través del cuento, queriendo narrar, y no, como dicta la tradición, escribiendo poemas. En ellos la ciudad, más que plaza, área, sitio de poetas, o mercado para la poesía, es espejo de narraciones, el prosaísmo de la realidad. Lo que en otra época la lira exigió a cualquier escritor matancero lo hace el cuento ahora.
¿Qué ha pasado en la sociedad matancera actual que el poema no alcanza para nombrar, y es sustituido por la narración?¿Por qué, donde acaba o finaliza el primero comienza —rápido, fugaz, de manera despiadada— el segundo?¿Qué contiene o no la vida moderna, en cualquier latitud, capital, o localidad del mundo, incluso en la provincia cubana, que no se deja poetizar o escribir en versos, rimando? son algunas preguntas que —más allá de sus páginas— contiene esta antología. Lo cierto es que estrofas, metáforas, símiles, el lirismo y sus imágenes, así como la belleza, e incluso la altura sublime del poema han sido cambiados por las más arduas manifestaciones de la prosa, sus rutas o itinerarios.
Este fenómeno narrativo, e incluso, de carácter narratológico es el reflejo de lo que en la sociedad (matancera) contemporánea, hoy se ha organizado de manera natural. Es, sin dudas, un acontecimiento artístico-literario que dará mucho de qué hablar; pensar, estudiar. En el radica la comprensión que Cruz Bermúdez ha tenido al concentrar (en la ciudad de los poetas, y en forma de libro) a una promoción emergente de narradores.
El dominio técnico que Hanoi González, Guillermo Carmona, Jeidi Suárez, Cecilia Borroto, Jouleisy Morales, Brian Pablo Lleonart, Alexander Rodríguez, Náthaly Hernández, Servio Vázquez, Luis Enrique Mirambert,y Raúl Piad muestran al escribir cuentos, se suma a la fragmentación que, como característica del mundo donde viven, los persigue, haciéndolos explorar identidades —las suyas, y aquellas que les rodean —como procesos en continua transformación, que incluyen, además,el reclamo de compatibilidades o nuevas lealtades a las que también, reconocen, tienen derecho, como por ejemplo, las exigencias del cuerpo, su desnudes, y la sexualidad consustancial a ellos (más allá de la forma anatómica o genital que les fue dada al nacer); a los desmanes, o descalabros que gobiernan el Planeta, generando involución, deterioro, e incluso acercamientos y reinvenciones de la fe; a lo anecdótico, expresión de lo ordinario, y cotidiano; a la economía, y sus efectos sobre las individualidades que son ellos; a la ciencia ficción como prolongación de lo real,ya la realidad, fenómeno que, en su singularidades o acaba siendo más extraño e insondable que la ciencia ficción, conforman un abanico de temas, o subtemas que identifican a este grupo de escritores.
Creo, sin embargo, que el argumento central, o el único trasfondo posible de estos cuentos es la narración misma, el acto de contar en pleno.Son ficciones, se puede afirmar, en las que abundan una multiplicidad de contenidos, fábulas sin cuestión aparente, historias que sustituyeron la antigua idea del texto demostrativo por la necesidad de ejercer la escritura, su apremio y angustiosa reivindicación. La única trama viable de estas narrativas es la premura de sus autores por contar sin tema alguno, amparados en un registro de carencias, pensamientos transversales, dudas, ideas opuestas, decepciones y amarguras que, situándolos más allá de la ciudad mítica, les permite registrarla de manera inversa, cuestionándola. La idea de urbe o metrópolis aquí es puesta de cabeza, al revés, pulverizada al interior de los18 cuentos. Los autores nos entregan o devuelven a Matanzas como espacio desconocido que, en su anonimato, debe ser intervenido, exigiéndole actualización, modernidad. Escenario invisible de un secuestro, y muchos crímenes, faltas o fechorías sociales, la ciudad narrada desaparece en el autor que la escribe y al hacerlo corrige, como diferencia, las medidas entre él, sujeto y el espacio, objeto habitado.
Gracias al lenguaje y su ductilidad, la palabra antología cuenta con un grupo de sinónimas que pueden influir en su significado obligatorio y reducirlo, haciéndolo más amable: selección, mapa, compendio, muestrario. Lo mismo para legitimar a un autor que para invisibilizarlo son útiles cualquiera de esos términos. Sería interesante estudiarlos, no solo como plataforma en función de presentar o lanzar escritores, sino como estrategia que, de igual manera elimina, descarta, o quiere a determinados autores fuera de sus páginas.
Toda antología es polémica y debe serlo, su sentido se erige, no como creen muchos, en la presencia o abundancia de los autores publicados, sino en la exclusión. Los elegidos (en cualquier selección o compendio) deben su presencia y dicha a las ausencias que, suprimiendo, el antologador ha practicado (contra la mayoría, en la sombra). Cada compilación está obligada a ejercer, según se mire, un grado particular de injusticia, su permisible grado de iniquidad o desafuero le permitirá ser única, certera e idónea en eltiempo y espacio de la literatura, justa, en esas proporciones.
¿Cuál es la razón (o las razonas) que fundamentan a esta antología? ¿A quienes publica? ¿Qué persigue? ¿A quién excluyó? ¿Quién hizo la selección, y escribió el prólogo? ¿Quién la editó?¿Quién la reseñará? Son preguntas que siempre acompañarán, para bien, a una buena recopilación. Las respuestas (a esas interrogantes) comienza a asediar las páginas de La ciudad dormida, y darán, en su momento, la importancia que merece en la literatura matancera contemporánea (o de este tiempo nuestro).
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