La batuta de Jenny en “sinfonía” de molinos

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Para Jenny Marrero Juiz siempre estuvo claro que su futuro profesional estaría ligado a la industria azucarera. Tal premonición la experimentó desde muy pequeña, el mismo día en que su padre la llevó de la mano, en plena molienda, por el tándem del central Antonio Sánchez, donde el progenitor, a la sazón, tenía la responsabilidad de administrar la fábrica.

Desde entonces, aquel traqueteo de trapiches mientras le extraían el jugo a la caña y el olor dulzón del guarapo se le metieron por los ojos, los poros y la imaginación a la niña. “Fue como un flechazo a primera vista”, confiesa la hoy, precisamente, jefa del área de los molinos y basculador del ingenio Covadonga.

A Jenny la encontré entre el amasijos de masas, motores eléctricos, equipos mecánicos y demás estructuras de hierros. Inquieta, como de costumbre, andaba de aquí para allá, y de allá para acá, con la orientación precisa a flor de labios, el diálogo amable y la precisión del detalle en el alistamiento de la maquinaria de la industria, a la que a sus “muchachos”, como cariñosamente llama a sus subordinados, ha logrado inspirar con su pasión.

En esa vorágine de trabajo, cuando ya la zafra, como aquel que dice, toca a las puertas del ingenio, la diligente ingeniera no pierde tiempo en revisar aquella soldadura en la maza dentada por montar, la correcta alineación del tren número tres, o la labor de mecánicos y ayudantes enfrascados en el acople de las cuchillas en el basculador.

A la pregunta del por qué ese amor por la industria azucarera y en especial por este central, Jenny no puede sustraerse a los recuerdos de la infancia. Tal vez en este momento reviva muchas de las imágenes que la han acompañado por siempre.

“Figúrese… prácticamente desde que abrí lo ojos descubrí la torre del ingenio, y muchas veces en tiempo de zafra, el pitazo del central y el rítmico ronroneo de las locomotoras de vapor me hacían compañía en mis sueños. Luego, la vida del batey, también impulsó mi vocación azucarera”.

Como también azuzaron el mismo interés los cuentos que le relataba el padre sobre la vida en los cañaverales, cuando los mayores volúmenes de la caña se trasladaban en carretas de bueyes hasta los pintorescos chuchos de la línea férrea.

Otras veces, ya de mayorcita “acribillaba” al viejo a preguntas sobre la historia del azúcar, un sector de tantas raíces e identidad, muy vinculado, por demás, a la esclavitud y el difícil trabajo de los negros en el campo o en los más duros puestos del trapiche. Tampoco escapaba a las interrogantes sobre la lucha sindical por revindicar los derechos de los obreros durante la seudorrepública.

Las puertas al “Antonio Sánchez” se abrieron luego de tener bajo el brazo el título de técnico medio en maquinaria azucarera, pero no conforme con esa calificación, continuó estudios hasta cursar la carrera y graduarse de ingeniera en procesos agroindustriales.

“Por 14 años, precisa, estuve al frente del grupo técnico de la parte de mantenimiento hasta que al fin pude desempeñarme en el lugar donde más aprecio esta fábrica, en los molinos, al frente del área desde hace ocho años y espero continuar por muchos más.

“¿La preferencia? Muy sencillo. Este, para mí, es el corazón del ingenio. De la molida depende extraerle toda la sacarosa a la caña, por lo que influimos decisivamente en el rendimiento industrial, además de otros indicadores vitales de eficiencia y de la calidad final del producto, pero también de aquí sale el bagazo que alimenta las calderas de vapor que mueven el central, No es poco, ¿verdad?”.

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Armando Sáez Chávez

Periodista de la Editora 5 de Septiembre, Cienfuegos, Licenciado en Español y Literatura y Máster en Ciencias de la Educación

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