Juan Rulfo en las letras mexicanas

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Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo. Mi madre me lo dijo. Y yo le prometí que vendría a verlo en cuanto ella muriera.

Hace más de dos décadas visité Comala, el pueblito de Colima que Juan Rulfo menciona en Pedro Páramo. En mi caso no iba a cumplir ninguna promesa; llegué de noche y permanecí sentado en uno de los bancos de la pequeña plaza del pueblo. Sin darme cuenta, experimenté un sobrecogimiento al imaginar que tal vez allí mismo, bajo la noche y sus sombras, él se sintió motivado a escribir.

Comala aún tiene calles solitarias como las que se recorren y aspiran en toda la obra de Rulfo. Es pueblo de ecos y fantasmas, donde se descubre una soledad cómplice con el autor, fiel al retrato matizado por él. Comala parecía no haber cambiado; así me pregunté como en Pedro Páramo: – ¿Y por qué se ve esto tan triste?

Allá se percibe la incorpórea presencia de Rulfo, aunque no existan formas de explicarla; los límites de la conciencia cercan el intento y so lo se aprecia a través de las inquietudes que incita el paisaje.

Un joven va en busca de su padre para ocupar el lugar que le corresponde; el amor hacia la mujer amada que le privó el destino cuando se unió a otro; su afán por conquistarla, viuda, en contra de la voluntad del padre de ella. Esa fábula se amalgama con la tradición caciquista latinoamericana para teñirse de violencia y mostrarse como expresión de la tierra, de fantasmas y muerte. Más que su gente, las casas, sombras y soledades, Comala es el verdadero protagonista.

El autor no imaginó que después de la primera publicación de su novela a mediados de los 50, lo ínfimo y callado de Comala se proyectaría con tamaña universalidad. Hoy nadie discute que Pedro Páramo sea una de las piezas esenciales de la narrativa de México y de América.

Nació hace 105 en Apulco, Jalisco, el 18 mayo de 1917, y dejó de existir el 7 de enero de 1986. Su nombre completo era Juan Nepomuceno Carlos Pérez Rulfo Vizcaíno. Escribió un amplio tesoro narrativo, donde figuran cuentos como Nos han dado la tierra, La noche que lo dejaron solo y Diles que no me maten, agrupados junto a muchos más como El llano en llamas, título homónimo de otro de los cuentos. En ellos, desarrollados en Comala y San Gabriel, denuncia el abandono sufrido por los más humildes tras el fin de la Revolución Mexicana de 1910.

Como muestra de autenticidad latinoamericana, en toda la obra de Rulfo impera lo real maravilloso. Su lenguaje es llano y con una narrativa emprendida desde las voces de los desposeídos en medio de aridez, soledad y desesperanza.

Los cuentos de El llano en llamas y la novela Pedro Páramo son suficientes para reconocerle a Juan Rulfo su grandeza literaria entre los fundamentales del siglo veinte mexicano y latinoamericano por extensión. No por gusto su obra es siempre de las más leídas. El sentimiento y la historia mexicanos palpitan allí desde su raigambre más legítima.

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