José Manuel Posada o la infinita solitud del ser (III)

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El 10 de marzo de 1908 José Manuel Posada termina la encomienda y envía un comunicado manifestando a las autoridades que ha concluido el retrato de Juan del Campo, el que pone a disposición para que se tome el acuerdo oportuno. Los miembros del Consistorio acordaron entonces que se trajera a esa sala para aprobarlo o no. Ocho días después, el señor Presidente refiere a sus concejales que la obra se encuentra en el Ayuntamiento y es el momento de determinar si está en condiciones de aceptarse. Varios arguyen que el pintor la trajo momentos antes de iniciarse la sesión y que no han podido verla; asimismo, tampoco trajo la cuenta de su importe. El Dr. Juan Leal propone, finalmente, que se le informe a Posada que en la próxima cita debe presentar la cuenta del encargo y entonces se resolverá lo que corresponde.

Serie de combatientes cubanos de las luchas independentistas pintada por Posada, en la que se incluyen a figuras como Bartolomé Masó y Rita Suárez del Villar (el primero y la última). Imágenes tomadas del libro inédito Memorandas de una historia sumergida. Las artes visuales cienfuegueras, Tomo I.

Ansioso, bajo tantas dilaciones, Posada envía una misiva con fecha 19 de marzo, que es leída ante el Consistorio el 25 de ese mes, en la que refiere que el importe del retrato es de 300 pesos, incluyendo el marco, y que no cobrará nada por el retoque de los retratos de los generales Bartolomé Masó y Carlos Manuel de Céspedes (tal como le solicitaron poco antes), como una deferencia a la corporación municipal. El Cabildo acepta el retrato y pagar el crédito del presupuesto ordinario, así como que se agradezca al pintor por haber retocado sin estipendio alguno las efigies concebidas por él en 1902. Como no existe espacio en la Sala Capitular para situar la pintura de marras, se acuerda instalar al retrato de del Campo en el salón contiguo que ocupa la Alcaldía. Este fue, posiblemente, la última de las obras realizadas por el artista sureño.

El estado de desesperación de Posada es notable, teniendo una familia que mantener. El futuro se le anuncia túrgido. Durante los últimos días de su vida permanece en O’Donnell, entre San Fernando y Argüelles, en una lastimosa casa de madera. Muere en la miseria, el 10 de junio de 1909, a  las  nueve  de  la  mañana,  bajo los signos de una hepatitis aguda. Fue inhumado en el Cementerio de Reina. En lo adelante sus obras pasaron al patrimonio de D. Manuel Quirós. En noviembre de 1912 el Ayuntamiento gestiona con su viuda, Silvia Alfonso, un retrato suyo dedicado a Emilio Terry para conservarlo en el lugar “adecuado”.

Según expresa Pérez Morales (1909): Posada era un hombre perspicaz y de rápida aprehensión, que desafortunadamente fue presa del mercado y la necesidad de sobrevivir, lo arrastró “la tentación del encargo”, llegando a imitarse en su voluntad de réplica, en su urgencia de “deslumbrar a los que compraban, en ruego excitante y perturbador”, particularmente en la época en que tiene su estudio y emerge en él una suerte de delirium tremens. En verdad su obra revela el agrado que siente por los valores de los colores suaves o delicados, pintando con transparencia, sin contrastes de sombras, solo con el contraste de los colores diferentes de tonos –pero del mismo valor, logrando esos elementos el tema del cuadro, haciendo una exaltación de la adolescencia, del ensueño y de la melancolía, pintando seres completamente puros, además de hermosos como manzanas, verdaderos ángeles”.(1)

La obra de Manuel Posada permanece aún en el olvido (y me temo que por mucho tiempo, debido a la desaparición de sus pinturas y dibujos), en espera de la reivindicación, en tanto forma parte de esa historia esencial que signa la cienfuegueridad profunda. Su admirador, el artista Rafael Pérez Morales (Cienfuegos, 25 de agosto de 1872-La Habana, 29 de enero de 1921), con esa agudeza pertinente que ha resumido no sólo su existencia sino también la actitud de los públicos, ha dicho: “El dolor y el perfume de esa vida desplomados a nuestros pies se han enrarecido injustamente. Hemos sido crueles hasta después de su muerte. La indiferencia humillante que sufriera el artista en sus últimos días, parece que intenta prolongarse indefinidamente. El silencio desolador en torno a su nombre ya ha hecho una costra de años”.

Nota:

(1)Pérez Morales, Rafael (1909, p. 5). La muerte de Manuel Posada. La Correspondencia, jueves 10 de junio.

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Jorge Luis Urra Maqueira

Crítico de arte. Miembro de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC).

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