Estampas del Primero de Mayo: La terquedad de mi abuelo

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A sus 82 de edad, mi abuelo se aferra a la misma intransigencia de aquellos años cuando, muy joven, comenzó a ganar méritos para las medallas que ahora le cuelgan sobre la camisa.

-El domingo voy para el desfile, dice en tono casi de broma, y a la vez desafiante.

-Abuelo, cómo tú, con lo viejo que estás, vas a dar esa caminata desde aquí (en las inmediaciones del Centro Especializado Ambulatorio Héroes de Playa Girón) hasta la Plaza. ¡Con el sol que hay! ¡Tú estás loco!, riposté frente a una decisión que parecía ya tomada.

-Si me levanto bien, sin dolores ni achaques, iré. Nunca he faltado a un desfile del Primero de Mayo desde que empezó a celebrarse después del triunfo de la Revolución. ¿Por qué razón tendría que cambiar ahora? ¿Cómo dejar de acompañar al pueblo cuando más necesita de nuestro ejemplo?”, argumentó, cual si vistiera el uniforme de miliciano, con esa sabiduría teñida en canas y envuelta en las arrugas de la senectud.

El ejemplo de mi abuelo, por cierto, se forjó en la lucha clandestina contra la tiranía de Fulgencio Batista, luego en el combate de Playa Girón contra la invasión estadounidense, después en Angola; y siempre en la defensa del proyecto de justicia social que irrumpió aquel enero de 1959. En los momentos más aciagos, incluso, ha permanecido firme, sin que sus convicciones flaqueen ante las carencias.

Uno, preso de la rebeldía juvenil, se pregunta cómo. ¿Cuál será el secreto? Y en la mirada de viejo pícaro que devuelve en cada respuesta, encuentro que su terquedad lleva implícita la esperanza de un país mejor.

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Roberto Alfonso Lara

Licenciado en Periodismo. Máster en Ciencias de la Comunicación.

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