“El valor del buen trato”

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¿Cuánto hace falta invertir para tratarnos bien? No lo sé. Igual desconozco el precio a pagar por las expresiones y los gestos amables. De cobrarse, me parece que nadie tiene cómo pagarlos.

Con frecuencia camino por la Calzada de Dolores. Lo hago cuando el sol da sus últimos bostezos y sus rayos se filtran por los tejados. La brisa suave compite con el astro rey, y revela el continuo hálito de la presencia equina.

En momentos así salgo a comprar el pan; mientras voy caminando, hay algo en el trayecto que me reconcilia con el mundo.

Al llegar a la panadería de Calzada y Gloria, me recibe la señora que vende los panes. Desconocía su nombre, convencido de que su gesto es lo más elocuente. Siempre saluda sonriente y con afecto. No es una sonrisa cualquiera. Se la ofrece a todos, sin distinción, a manera de aderezo afectivo para el desayuno. La percibo legítima, como si la hubiese hecho a mano, con todo esmero.

El buen trato de Dagmara, como supe que se llama, no es estrategia comercial ni cortesía ensayada. Es su forma de estar en el mundo. Su mérito es que, como ustedes y yo, también ella enfrenta dificultades y desafíos. La diferencia es que busca para dar y en su pequeño mostrador, donde se alinean los panes, también se reparte afecto.

Ella ejerce su amabilidad en tiempos que el apuro, la indiferencia y otras cosas desagradables pujan por hacerse norma. La sonrisa de Dagmara me recuerda que el buen trato es una necesidad básica como el pan, y no un lujo.

Por eso, cada mañana al salir con mi bolsa de pan rumbo a casa, lo hago con la certeza de que todavía existen personas abrazadas al respeto, la amabilidad y la ternura. Esos son ingredientes para que la vida nunca se endurezca.

Ese regalo mañanero es el mejor aderezo para el pan.

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