El saludable perdón

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La señora Z y la señora L tienen reputación de amistosas y serviciales. A la menor queja en el vecindario, aparecen y dan lo mejor de sí. Increíblemente, ninguna de las dos se dirige la palabra.

¿Cómo es posible – me pregunto – que personas así sean presa de tanto resentimiento?

Todo se debió a una discusión que pudo no haber trascendido si ninguna le hubiera dado más prioridad a su amor propio que a la tolerancia. Sin querer enterarme del motivo de su mutuo agravio, sí supe que todo pasó, aunque la discordia prevalece.

Una vecina llamada D, mantiene su amistad con ambas. Haciendo las veces de mediadora ha conversado con ellas – por separado, ¡claro está! – en el intento de zanjar la ofensa y fomentar la reconciliación.

¡Ni modo! Cada una se siente ofendida y, a la vez, incapaz de reconocer su error ante la otra. Lo peor es que, de suceder, ninguna estaría dispuesta a perdonar.

A esta altura del litigio, Z sufre crisis de hipertensión, mientras que L se pasa el tiempo cayéndole atrás a los ansiolíticos para poder dormir.

No se han dado cuenta de que ambas necesitan un único medicamento que pondría fin a sus males de una vez por todas. ¡Les hace falta perdonarse!

¿Por qué no hacerlo?

El orgullo ante la falsa idea de “humillación” que representa pedir perdón, les empaña la existencia sin saber que pedir perdón, lejos de ser  humillante, es un gesto de valentía.

El acto de perdonar restaura la dignidad ajena y la propia, pues nadie es inmune a equivocarse. Y nada tan nocivo para la salud física y mental, como rumiar rencores y digerir resentimientos.

Necesitamos conciencia crítica para darnos cuenta de los errores que cometemos con los demás.

Cada persona – la que perdona y la que pide perdón —, deberá aprender también a perdonarse a sí misma sus errores, y por las veces que ha dejado de perdonar.

Cierto es que para perdonar, la otra o el otro deberá primero arrepentirse y manifestarlo. Si no tiene conciencia de haber ofendido, o se resiste a reconocerlo, entonces no tendrá sentido perdonar.

En ese caso, quien haya sufrido el daño, que al menos saque a la otra parte de su agenda mental.

No vale la pena rumiar las ofensas recibidas y con ellas echar a perder los mejores momentos de la existencia.

Aceptemos que cada uno de nosotros es responsable del trato a los demás y a nosotros mismos. Desde esta perspectiva, lo mejor es pedir perdón si ofendemos, y estar prestos a darlo si somos ofendidos.

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