El montaje Ucrania

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En 1999 publiqué, en este mismo medio, un artículo titulado Misiles desde el aire y misiles desde los medios, sobre la coordinada campaña de los órganos de prensa corporativos occidentales para justificar la invasión a Serbia. Ahora, nuevamente el gobierno de los Estados Unidos y sus satélites de la Otan tocan tambores bélicos en Europa, y estaría bien que esos grandes emblemas de la prensa encargados de atizar la guerra y propalar hasta el cansancio una inexistente “invasión rusa” a la nación fronteriza, en vez de someterse a ese dictado hegemónico recordasen en cambio el carácter genocida de la coligada invasión imperialista a Serbia.

Entre marzo y junio de 1999, los Estados Unidos y esa organización militar europea bajo su control, lanzaron 420 mil proyectiles, 2 mil 300 misiles crucero Tomahawk y su aviación realizó unas 38 mil  misiones de combate: el 38 por ciento contra instalaciones civiles. Solo sobre Belgrado cayeron unas mil bombas. Los ataques mataron a 2 mil 500 personas e hirieron a otras 12 mil 500, muchas de las cuales perdieron brazos o piernas; destrozaron 300 escuelas, varios centros maternos y hospitales; arrasaron 25 mil edificios residenciales y dañaron 595 kilómetros de vías férreas, 38 puentes y 470 kilómetros de carreteras, algo calificado por la Otan de “daños colaterales” de la primera “intervención humanitaria” de la historia. Daños que implicaron pérdidas materiales por unos 100 mil millones de dólares.

Las muertes en hospitales maternos de niños y madres están documentadas en los registros de dicha agresión; como también lo está la carnicería étnica contra los serbios de los terroristas albaneses pro occidentales en Kosovo. A su presidente, Hashim Thaçi, criminal internacional instalado en el poder por los Estados Unidos y cuyas bandas siempre traficaron con órganos humanos, droga y prostitución, el actual presidente norteamericano, Joe Biden, lo calificóen su díacomo “el George Washington de Kosovo”, sitio donde al premier británico Tony Blair esta misma gente le entregó la Medalla de Oro de la Amistad.

El senador suizo, Dick Marty, comisionado para investigar las denuncias de las atrocidades cometidas allí, expuso en su informe del 16 de diciembre de 2010 que “a los prisioneros serbios que sin saberlo iban a ser donantes de órganos, se les separaba de los otros prisioneros, recibiendo mayores raciones de alimentos, excusándoles de hacer trabajo manual, y permitiéndoles largas horas de descanso. Se les hacían revisiones periódicas de su estado de salud, hasta el día que llegaban los cirujanos al campo, en que les desplazaban, uno por uno, al quirófano y allí se les ejecutaba, y sus órganos eran extraídos inmediatamente. La mayoría de órganos se enviaba a Israel y Canadá y su precio variaba según los órganos. Esta práctica fue seguida después de la postguerra, siendo los prisioneros serbios sustituidos por gente humilde de los barrios más miserables de Kosovo”.

No, pero de lo anterior no habla la prensa occidental. Su misión no es esa; sino urdir, a través de una narrativa aviesa, falsa en su naturaleza general, el montaje perfecto de la Operación Ucrania, que no es más que generar en el imaginario mundial la certeza de que Kiev estaría a punto de ser blanco de una invasión por parte de Rusia. Relato mediático tejido desde hace varios meses, de modo constante (incluso, de forma previa a los pronunciamientos oficiales de Washington), con el fin de avalar en la opinión internacional el fortalecimiento de la presencia occidental en las fronteras de la gran nación euroasiática: en otras palabras su cerco militar. La tesitura perfecta de una sinfonía macabra de la manipulación, nota del momento dentro de la larga cruzada antirrusa pro demonización del país eslavo.

El constructo de mentiras hegemónico sobre Ucrania hace cuerpo de un juego enfermizo, solo entendible desde la óptica delirante y depredadora de los Estados Unidos y su temor por la instauración de un nuevo orden multipolar con Rusia/China como fuertes contrapesos.

Instalarse en Ucrania permitiría al país imperialista y su Otan de la vasalla Europa disminuir a cinco minutos el tiempo de un ataque nuclear a Moscú, entonces solo ya a 450 kilómetros de las armas norteamericanas. Rusia respondería inmediatamente, la III Guerra Mundial habría iniciado y, aunque la gran potencia del norte se encuentra geográficamente a miles de kilómetros del posible teatro de operaciones, nada ni nadie escaparían al hongo atómico; quizá solo los líderes de Washington escondidos en sus búnkeres y eso solo por algún tiempo.

Algunos analistas políticos sostienenque el asunto de marras forma parte de la geoestrategia imperial de expansión territorial, pero que la sangre no llegará al río. Otros afirman que la sabiduría política de Putin impedirá la confrontación. Ciertas voces traducen el actual escenario de hostilidad de Occidente como un mecanismo para sortear la crisis de legitimidad de la Otan, afrontada ya por décadas. Y determinados politólogos o científicos sociales indican que solo se tratade una cortina de humo, dirigida a desviar la atención del desastroso saldo del primer año presidencial de Biden.

En realidad, las distintas interpretaciones podrían poseer razón o parte de esta, pero cuando se convierte deliberadamente cualquier zona del mundo en un polvorín las consecuencias resultan imprevisibles. Hay miles de variantes que propiciarían el arranque de un conflicto.

Ante tanto desenfreno beligerante, por años, en contra de un país en franca amenaza existencial, por vez primera en su historia política Putin se refirió el pasado abril a unas “líneas rojas” que no debían cruzarse. Consideró en la ocasión que las provocaciones a Rusia se asumían deportivamente y que no pocas eran claras groserías. En aquel discurso sostuvo, además, que si alguien confundía la paciencia de Rusia con debilidad, esta respondería con la severidad requerida.

Esperemos —por el bien de la humanidad— que la sensatez se imponga, que Rusia no sea obligada sin salida a una respuesta de fuego, que los propios jefes militares occidentales logren percatarse de la irreparable estupidez en la cual podrían incurrir por consecuencia de sus políticos, y el complicadísimo tema alcance una necesaria e ineludible línea de despeje.

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Julio Martínez Molina

Licenciado en Periodismo por la Universidad de La Habana. Periodista del diario 5 de Septiembre y crítico audiovisual. Miembro de la UPEC, la UNEAC, la FIPRESCI y la Asociación Cubana de la Crítica Cinematográfica

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