El Ikebana, un arte con flores

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La cultura milenaria de Japón lo cultiva desde hace siglos. Es un arte tan remoto que se pierde en la espiral del tiempo. En torno suyo se tejieron leyendas tan exóticas como el país, sus habitantes y el Ikebana mismo. Japón cautiva por muchos motivos y este es uno de ellos.

Forma parte de una naturaleza individual y colectiva que comparte con toda Asia, conjunto de pueblos que comparten el empeño de concebir una existencia que es vivida acorde con sus rituales y costumbres.

Desde la cosmogonía entienden el Ikebana – arreglo floral -, con un propósito místico que se propone representar la armonía del universo con las flores, vinculando al ser humano en relación directa con la naturaleza de la que forma parte. Es para ellos la conjunción armónica de los elementos que integran la materialidad terrestre, el espacio cósmico y la trascendencia.

El Ikebana se remonta al siglo VI, cuando el monje budista Ono-No-Imoko quiso establecer un orden en los altares de sus templos. Fue él quien comenzó a enseñar la construcción armónica entre las flores y el universo.

Este arte se fundamenta en un equilibrio de tres dimensiones compuesto por el cielo, la tierra y el ser humano. Es por ello que las flores y las ramas se disponen siempre en posición hacia arriba; debajo de ella está la tierra que las sostiene, mientras que el ser humano que lo cultiva permanece entre las dos primeras dimensiones.

Con toda intención se busca la belleza intrínseca de cada flor, más allá de la visual que exhibe su materialidad. Así consiguen un fluido emocional en el cual dialogan los colores, tonos, formas y proporciones.

Rosas, gladiolos, lirios, caléndulas, cerezos y crisantemos; estos últimos son laborados para simbolizar prosperidad, lealtad y nobleza. En muchos casos el Ikebana incorpora hojas, ramas, semillas y frutas, más allá de la exclusiva presencia floral.

Desde su origen ritual ha prevalecido para convertirse en arte. Para que sea así durante todo el año, toma en cuenta las estaciones del año y los ciclos de cada planta. En su afán del equilibrio natural, resulta primordial para sus cultores conservar la armonía. No admite excesos ni elaboraciones desproporcionadas que opaquen lo natural.

El Ikebana es un arte cuyo punto de partida y finalidad es la naturaleza y el equilibrio de los elementos que la integran. Realizar y contemplar cada uno de esos arreglos florales propicia paz y armonía. En ellos encuentran fundamentos para relajarse y meditar.

Simboliza el carácter ritual de la vegetación. Cuenta una antigua leyenda que un día el asceta Siddharta Gautama, maestro espiritual más conocido como Buda, observaba una rama de rosas rota; pronto ordenó a un discípulo que colocara aquellas flores en un vaso con agua para que vivieran más. Desde entonces los altares se decoran con arreglos florales en muchos países asiáticos, entre ellos Japón con su peculiar Ikebana.

Es un arte de paz, armonía y vida. Otro de los delicados encantos que en su tránsito del ritualismo al arte, el lejano oriente exhibe al mundo entero.

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