El grito de Nolan

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Christopher Nolan es un significativo realizador, dotado como pocos hoy día de un grado de inteligencia visual, capacidad narrativa y habilidad para la configuración de la puesta en pantalla de veras descollante.  Al margen de su talento, el cine del realizador británico incurre eventualmente en errores de peso, entre los cuales cabría mencionar su miopía política (Oppenheimer), megalomanía (Dunkerque), pomposidad (Tenet) o grandilocuencia (Origen).

Por fortuna, el ADN de Interestelar está libre de ello. Se trata de una de las obras más impresionantes y de mayor calado artístico emergidas dentro del género de la ciencia ficción desde los lejanos tiempos de 2001, una odisea del espacio (Stanley Kubrick, 1969).

Interestelar –exhibida en el reciente ciclo Cine de ciencia ficción, de las salas cubanas– constituye una cinematográficamente majestuosa parábola sobre el destino de la humanidad, la voluntad como insustituible palanca de cambio, y el sacrificio por amor en tanto resorte en el camino a la posible salvación de la especie.

Dentro de los atributos éticos y presupuestos reflexivos de la película de Nolan, hay honestidad, sentido de la responsabilidad intelectual, temor ante los delirios humanos (la alegoría de la guerra nuclear planea sobre el filme) que podrían aniquilar tanto el proyecto colectivo de futuro como el espacio vital de nuestra raza.

Filmada con la arrolladora imaginación suya, en Interestelar él configura otro escenario fantástico donde todo fluye gracias a su don para concebir ideas que caen en cascada unas sobre otras, para del tropel brotar universos de ensoñación creadora.

Su dominio como narrador permite que el metraje discurra sin los baches de ritmo que pudieran haber lastrado, en manos de otro director, un trabajo camino a las tres horas de duración.

Si el espectador acepta y comparte la construcción de sentidos propuesta por Nolan dentro de las capas narrativas de su inquietante historia, tendrá la posibilidad de acceder, en plenitud, a una película que puede ser un potencial diagrama de nosotros mismos. El diagrama, ojalá nunca verificable, de cuando lleguemos al punto en que no nos quede nada y el polvo interestelar borre las fronteras de los días y las noches.

Por todo ello, esta fantasía épica espacial representa una rareza dentro del gran cine industrial contemporáneo, esa codificada parcela donde solo se le permite algo así a firmas como Nolan u otras pocas, muy pocas. Es congoja, grito de alerta, suerte de SOS antes del patinazo final, a través de la que el director de Memento se suma al concierto de grandes cineastas que han reflexionado sobre los posibles destinos de la humanidad durante la era del cambio climático y el peligro nuclear. El filme supone una clara traducción del actual desconcierto, más marcado que nunca.

Interestelar deja su trazo sobre el celuloide, con el paso retumbante de un dinosaurio que pareciera revivir en ese nuevo planeta donde los cosmonautas buscarán la continuidad de la vida: una vida que el propio hombre ya estaría a punto de hacer imposible en el ámbito de sus ancestros, en la patria de unos recuerdos a los que quizá un día deba construir, desde cero, más allá de la Tierra.

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Julio Martínez Molina

Licenciado en Periodismo por la Universidad de La Habana. Periodista del diario 5 de Septiembre y crítico audiovisual. Miembro de la UPEC, la UNEAC, la FIPRESCI y la Asociación Cubana de la Crítica Cinematográfica

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